Cicerón y Agustín: contrafiguras para pensar la política - Núm. 3-2005, Julio 2005 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 76931810

Cicerón y Agustín: contrafiguras para pensar la política

AutorMiguel Ángel Rossi
CargoLicenciado en Filosofía (Universidad de Buenos Aires), Master en Ciencias Sociales (Flacso), Doctor en Ciencia Política (Universidad de San Pablo). miguel_rossi@ciudad.com.ar
Páginas76-88

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Introducción

Resulta un supuesto generalizado en lo que atañe al mundo antiguo, mentar los conceptos de Polis y Republica categorizándolos en la misma referencia de sentido.1 Si bien es innegable que ambas matrices políticas comparten fuertes elementos en común, como es por caso la preeminencia del hombre como ciudadano, no es menos cierto que en muchos aspectos las diferencias son insalvables. Al respecto, sin duda alguna, una de las notas más disímiles entre ambas estaría dada por la visión de la noción de conflicto y el posicionamiento que tanto griegos como romanos tuvieron ante ésta.

Mientras la cultura política griega, por lo menos en sus aspectos generales, interpretó la escena del conflicto como una patología del orden político; vale decir, acentuó la antinomia entre política y conflicto2, tal vez motivado por los profundos golpes de Estado que trocaban distintos regímenes políticos; los romanos hicieron de la categoría conflicto la condición de posibilidad de la existencia del terreno político, al punto que visualizaron nítidamente que no todo orden es un orden político. De ahí que la eclosión del concepto República tenga su razón de ser en la constitución de un espacio público mucho más heterogéneo que el griego, pues este obliga a la conciliación o mediación de distintos intereses contrapuestos, los que, a pesar de sus diferencias, pueden converger en un interés común, como es por caso el amor a la patria.

Por ende, los romanos fueron concientes de que en la escena política de lo que se trata es justamente de mediatizar o administrar el conflicto social, sobre todo a partir de las mediaciones institucionales. No por casualidad, mientras los griegos suponían para la política el terreno de la eticidad, los romanos acentuaron el plano de la moralidad, haciendo nacer tímidamente la emergencia del derecho subjetivo. Vale decir, no sólo el compromiso del ciudadano ante la República, sino el de la República hacia el ciudadano.

El objetivo del presente artículo gira en torno de la profundización de la categoría República en el mundo antiguo, atendiendo a dos cosmovisiones políticas contrapuestas: Marco Tulio Cicerón y Agustín de Hipona. Page 77

Antes de profundizar en dichas perspectivas es indispensable explicitar algunas cuestiones contextuales, tanto del texto como del entorno socio-histórico en los cuales se inscriben las percepciones de ambos pensadores.

Un primer aspecto a destacar estriba en que ambos formularon teorías en momentos de profundas rupturas o metamorfosis en el orden de las instituciones. Cicerón testimonió amargamente el pasaje de la matriz republicana a la matriz imperial. De ahí que su postura pueda ser tildada de conservadora en lo que respecta a mantener el orden antiguo, basado en las costumbres, y la primacía del Senado en detrimento de la lógica Imperial. No obstante la pesadumbre del espíritu republicano antiguo, el hombre romano fue presa de un vívido triunfalismo ante la expansión de Roma. Otro fue el caso de Agustín, al punto que puede tranquilamente sostenerse que el hiponense presenció uno de los colapsos más fuertes que tuvo Occidente: la decadencia del Imperio Romano.

Asimismo, habría que enfatizar -cuestión obvia, pero nada irrelevante-que mientras Cicerón es un testigo contemporáneo del espíritu republicano, Agustín percibe la República desde la mediación ciceroniana. Sin embargo no hay que perder de vista que para Agustín el término República posee una carga mucho más laxa, sea para identificar República y política, sea para recalcar la solidez de las costumbres antiguas frente a la corrupción de las costumbres romanas en el contexto imperial.

En lo que atañe al texto ciceroniano De República, sería relevante destacar que el mismo estuvo sujeto a una serie de contingencias históricas y políticas que determinaron que se conservaran sólo los dos primeros libros más o menos completos y fragmentos de los cuatro siguientes, conjuntamente con un episodio incluido en el libro VI, intitulado "El sueño de Escipión". Al respecto, es sugestivo el estudio preliminar realizado por José Guillen:

Mas los tiempos absolutistas del Imperio no fueron buenos para la obra política de M. Tulio; y así como las obras se divulgaron sin inconvenientes, sobre el De República pesaba el obstáculo del veto imperial [...] Dos siglos más tarde hay otra referencia a nuestra obra y luego se pierden sus vestigios. Petrarca la buscó con mucho interés, pero la dio por perdida definitivamente, aunque es posible que la tuviera en sus manos, leyendo en el monasterio de San Columbano de Bobbio el comentario a los salmos de San Agustín, sin sospechar que los caracteres iniciales que bajo el texto agustiniano resaltaban de cuando en cuando contenían nada menos que el tesoro de cuya pérdida se lamentaba, es decir, el De República de Cicerón (Guillen, 1992, p. XVIII).

En lo que respecta al pensamiento político agustiniano, habría que puntualizar que Agustín sólo puede rotularse como pensador político con ciertas reservas, pues a diferencia del jurista romano, sus preocupaciones primarias estuvieron volcadas a problemáticas metafísicas y teológicas; por ende debemos rastrear el horizonte de lo político al interior de sus preocupaciones principales. Indudablemente su obra hegemónica en lo que se relaciona con dicha problemática es la célebre Ciudad de Dios. Page 78

Hay consenso académico en señalar que la motivación que llevó a Agustín a escribir La Ciudad de Dios fue el saqueo de Roma, causado por los Godos al mando de Alarico en Agosto del 410. Agustín no sólo como intelectual sino también como obispo, sobre todo al tener la responsabilidad de contener a sus fieles -recordemos que el Norte de África fue uno de las regiones privilegiadas hacia donde emigraron las elites gubernamentales de la ciudad de Roma-, fue presa tanto de una profunda angustia existencial colectiva como de un asombro ante dicho acontecimiento. De hecho no eran pocos los cristianos, incluso letrados, que identificaban la caída de Roma con la venida de un juicio final. Agustín contrarresta dicho clima apocalíptico, incluso abriendo por primera vez para Occidente una teología de la Historia. En uno de sus célebres sermones Agustín aduce: "Cosas horrendas nos han sido contadas: ruinas, incendios, rapiñas, muertes, torturas, deshonras. Mil veces nos las han contado y otras tantas las hemos lamentado y llorado, y todavía no nos podemos consolar de ellas" (San Agustín, 1960, p. 718).

Asimismo, también hay consenso generalizado, cuestión que por otra parte expresa el mismo Agustín, en sostener que la causa que lo llevó a escribir su obra fue de carácter eminentemente apologético, originado por un horizonte de sentido a través del cual se culpaba a los cristianos por la devastación del Imperio, en tanto los romanos abandonaron las deidades paganas en favor del Dios cristiano. Pero vayamos al propio texto de Agustín:

Entretanto Roma fue destruida [...] Y pretendiendo los adoradores de los falsos dioses, a quien comúnmente llamamos paganos, cargar esta destrucción sobre la religión cristiana, comenzaron a blasfemar de Dios con más encono y acritud de lo acostumbrado. De aquí que yo, quemado por el celo de la casa de Dios, determiné escribir contra sus errores y blasfemias los libros de la ciudad de Dios (San Agustín, 1959, pp. 647-648).

Al igual que en sus Retractaciones, puede encontrarse en La Ciudad de Dios una referencia de sentido análogo: "pretendo defender la gloriosa ciudad de Dios [...] pretendo digo, defenderla contra los que prefieren y dan antelación a sus falsos dioses respecto del verdadero Dios, Señor y autor de ella" (San Agustín, 1960, p. 13).

Si bien no podemos relativizar el carácter apologético de la obra de Agustín, también debemos tener especial cuidado en no tomarla meramente desde su finalidad apologética, pues él -como anteriormente evidenciamos- abre paso a una teología de la Historia y a un sentido antropológico que va mucho más allá de un esquema apologético. Hecho que por otra parte se comprueba desde una perspectiva política: Agustín trabaja su concepto República desde el libro II, de carácter eminentemente apologético, al libro XIX, central en lo que atañe a nuestra temática...

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