La ciudad y las narrativas de las drogas - Núm. 5-2006, Julio 2006 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 76721799

La ciudad y las narrativas de las drogas

AutorOlga del Pilar López Betancur
CargoHistoriadora y Magister en Estética por la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Profesora de la Universidad Eafit. oplopez@eafit.edu.co
Páginas42-58

Todo el mundo necesita actividades para, en teoría,

'desestresarse , pero te das perfecta cuenta de que,

en realidad, la gente no hace más que defenderse.

Frédéric Beigbeder, 1399 Euros.

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I Los marginados con sentido histórico

Este artículo se aproxima a los relatos de sujetos acusados de consumo de marihuana en los años 60, para ello, recordemos un concepto común a todas las sociedades y que cambia según las condiciones socioculturales de cada época: los marginados, aquellos que según lógicas religiosas, políticas o económicas quedan en los límites de la sociedad y cumplen en ella la función de víctimas vicarias, es decir, de chivo expiatorio en el cual se descargan las pasiones para limpiar las culpas de la comunidad.1 Cada sociedad elige sus víctimas vicarias que le permiten controlar la violencia generalizada, para lo cual elabora procesos de exclusión y marginación que justifican las agresiones verbales y físicas, los sacrificios de estos héroes de la tragedia; por esta vía se protegen y jerarquizan unos grupos y se exponen otros que, al recoger «el mal» de la sociedad, la ira latente, conservan la coherencia del cosmos.

Aquí se refieren situaciones precisas para contrastarlas con el problema que se propone plantear: la condición del marginado y su relación con la marihuana en los años 60 del siglo XX en Medellín.

En la Edad Media los procesos de exclusión pasaban por personajes como el musulmán, el eremita, el indefenso, el campesino, el judío, el preso de guerra, así como por los locos, las prostitutas, las brujas, los leprosos, los traidores, los niños, los enanos2. En cada exclusión subyace una jerarquía, una concepción de lo social que, para el caso de la Edad Media, proviene de una comunidad sagrada que margina grupos que considera peligrosos para la armonía comunitaria de la Ciudad de Dios.

La tradición de la Edad Media que maltrataba y laceraba el cuerpo, que todo lo imponía en la superficie de la piel, definió con claridad el estatuto del marginado, el cual portaba todos los signos de su exclusión, y en el caso de:

la figura casi mitológica de la vieja hechicera ilustra perfectamente la tendencia a la fusión de las monstruosidades morales y de las monstruosidades físicas, ya observada en el caso de la mitología propiamente dicha. Es coja, es patituerta, tiene la cara constelada de verrugas y de diversas excrecencias que acentúan su fealdad. Todo en ella reclama la persecución. Lo mismo ocurre, claro está, en el caso del judío en el antisemitismo medieval y moderno. No es más que una colección de signos victimarios reunidos en unos individuos que se convierten en blanco para la mayoría (Girard, 2002, p. 68). Page 43

En la ciudad medieval no había resguardo para el excluido, por lo que su mejor decisión era migrar de lugar en lugar o protegerse en el bosque, como el leproso que oculta su piel descompuesta a la mirada de Dios.

En esa sociedad, y en otras, el marginado aparece bajo una condición lábil, inestable, efímera, pues la sociedad cambia constantemente la percepción de aquello que considera excluido. Este tipo de situaciones provienen de las práxis culturales a través de las cuales afloran situaciones que cambian constantemente y, por ello mismo, son el fenómeno más típico de la actividad de lo social. Es posible, por tanto, entender lo marginado no sólo en su condición histórica, en el devenir del tiempo, sino en su constante elaboración en cualquier organización humana, efecto del vagón de tren, en el cual se excluye al recién llegado o a ese que no habla la lengua de la tribu.

De las marcas fronterizas que cada organización elabora en la construcción de su cosmos surge el marginado: ser fantástico, patológico, indeseado que vive en el territorio del caos.

En el caso de la modernidad la definición de marginado caería, entre otras definiciones, en la oposición del mundo del trabajo y el mundo del crimen, para lo cual se utilizó todo tipo de órdenes disciplinares con el propósito de normatizar los distintos grupos segregados.

Las clasificaciones incesantes a las cuales se dedicaron las disciplinas en el contexto de la modernidad, utilizaron términos como: inmadurez psicológica, personalidad poco estructurada, mala apreciación de lo real, profundo desequilibrio afectivo, serias perturbaciones emocionales; términos en algunos casos morales que permitían llegar a lo más profundo del sujeto, y no sólo diagnosticar sobre el gran criminal sino también sobre pequeños delincuentes en los cuales se reconocían los defectos morales, lo infrapatológico, lo paralegal, lo parapatológico, lo infralegal, para reconocer, finalmente, el deseo criminal que estaba presente, a priori a cualquier acto3.

Este proceso de reorganización de lo marginal proviene del contexto de las sociedades industriales de finales del siglo XVIII y del proceso de explosión de la ciudad moderna. Sería este nuevo ambiente, estas lógicas del Page 44 trabajo, esta fragmentación de lo comunitario y el encuentro de la diferencia, el ámbito en el cual se procure ansiosamente corregir al criminal, al indisciplinado, a todo aquel que pone en peligro las lógicas laborales y familiares de la sociedad burguesa.

II La relación marginación-drogas

En el ámbito local, la irrupción de las ciudades modernas desplazó los antiguos marginales e impuso otros nuevos. Especialmente en el contexto de la ciudad de Medellín, el tránsito se dio entre marginados que provenían de la Colonia y del contexto del siglo XIX: vagos, menesterosos, leprosos, indígenas, mestizos, zambos, negros, hacia unas nuevas marginalidades que se precisan a lo largo del siglo XX: locos, bobos, campesinos, pobres, apaches, camajanes, prostitutas, travestis, marihuaneros, para los cuales estaría destinada la cárcel La Ladera, en la cual corría la «hierba» y el seconal.

En este artículo interesa especialmente la figura del «marihuanero», pues con ella se puede mostrar el proceso de creación de una forma de marginalidad que enuncia la pérdida de arraigos comunitarios e inicia la ciudad en nuevos placeres, desconocidos, ajenos al ambiente pueblerino del aguardiente y la música de carrilera. La mirada médica, el relato periodístico, el aparato jurídico se dedicaron a la persecución de esta nueva figura marginal incomprensible, desorientada en una ciudad que borra, cada vez más, sus antiguas fronteras.

La prensa sensacionalista y los archivos judiciales (Archivo Histórico de Envigado), exponen las dinámicas del tráfico de drogas cada vez más presentes a lo largo de los años 60 y 70. Con estos testimonios es posible, por tanto, escuchar las primeras voces que declararon el desprecio por las drogas y el escándalo moral que producía el consumo de la marihuana; esas primeras proclamas permiten escuchar viejos relatos sobre las drogas que aún se conservan y que son tema constante a la hora de normatizar, psicologizar y, sobre todo, despreciar su presencia y su uso.

A mediados de los años 60 en la ciudad se empiezan a evidenciar los registros de las mafias y las drogas. Por un lado, en los cadáveres ajusticiados por las mafias locales -de las que aún no se sabe con certeza cuántas conviven para entonces en la ciudad-, hallados en zonas periféricas como las Palmas o Boquerón, en donde se ven «regueros de cadáveres» y que, según Sucesos Sensacionales (S.S. en adelante), de enero a junio de 1976 ya iban treinta y seis muertos causados por esos grupos (11 de junio de 1976). Por otro lado, en las marcas de la vida alucinada por la marihuana que se despliega en el centro de la ciudad: el parque Bolívar es punto de encuentro de «antisociales», «drogadictos», «hippies» y «marihuaneros»; por eso, cuando la policía se dedica a hacer «limpieza» se dirige a ese lugar para atrapar in fraganti grupos ampliamente discriminados: Page 45

Indocumentados, hippies, melenudos, indeseables 84

Pastilleros 55

Homosexuales reconocidos 22 (S.S.15 de febrero de 1974, p. 8).

En las famosas «batidas» se daba «caza» a «ratas» y marihuaneros que al fin quedarían encerrados y no amenazarían más la ciudad. Tácticas del débil contra el débil, pues cada persona tendría la obligación de denunciar vagos, ladrones y marihuaneros para que el Estado pudiera practicar sobre ellos sus estrategias judiciales. Se empiezan así a registrar los signos de un nuevo marginado que escandaliza y pone en cuestión los valores católicos de la sociedad de la época. De allí que los editoriales de los periódicos declararan una batalla contra las drogas, con un discurso moral que señalaba la marihuana como la causa de distintos males: asesinato, robo, agresiones, abandono de todo interés.

Las drogas hacían perder la razón, por eso «la hierba maldita» era sinónimo de delincuencia: de ella procedía todo tipo de aberraciones. Uno de los tantos ejemplos proviene de un sujeto «trabado» que asesinó a su hermano:

Había hecho del consumo de la marihuana un hábito tan regular y exagerado, que sus facultades mentales fueron mermando notoria y paulatinamente, hasta llevarlo a estado de demencia que obligaron [sic] en varias ocasiones a sus familiares, a ponerlo al cuidado de especialistas del Hospital Mental de Bello (S. S. 9 de abril de 1976, p. 2).

Por eso al día siguiente de «jalarle a la mona» su rostro tenía las huellas del humo consumido, y fue en uno de esos días que dio muerte a su hermano. Estas historias tenían un fin moralizador, pues en particular se dirigían a jóvenes que podían estar al borde de la «tragedia» y, en lo general, construían (un sentimiento de) paranoia hacia las drogas que empezaban a invadir la ciudad. Con estos ritornelos se fabrican concepciones de larga duración que adquieren los tintes morales de cada época y que, sobre todo, sirve n para expulsar toda externalidad, toda irracionalidad peligrosa que ponga en riesgo el orden social...

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