En la confusión del tiempo. Representación del inmigrante español en la novela Exilio de Sara García Iglesias (1957) - Núm. 11-2009, Julio 2009 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 76066991

En la confusión del tiempo. Representación del inmigrante español en la novela Exilio de Sara García Iglesias (1957)

AutorMariana Libertad Suárez
CargoDoctora en Filología Hispánica, Universidad Complutense de Madrid. Profesora de la Universidad Simón Bolívar, Caracas, Venezuela. marisuarez@usb.ve
Páginas168-182

El presente artículo corresponde a un avance inédito de investigación del proyecto titulado "En la confusión del tiempo: lecturas del sujeto migrante en la narrativa latinoamericana escrita por mujeres (1950-1959)", el cual se desarrolla actualmente en la Universidad Simón Bolívar.

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Introducción

dijo la voz de Montagu, lentamente, como continuando un monólogo interior-. Desde Heráclito, el sentimiento del reino perdido pesa sobre todos los hombres provistos de imaginación, sean o no desterrados. La patria perdida, dejada atrás en la confusión del tiempo... También Miranda intervino desesperadamente: - ¿Se acuerda de las palabras? Yo las leí hace tiempo y... - el resto de la frase fue confuso. "Cómo molesta externar lo que le conmueve", pensó Héctor

Sara García Iglesias, Exilio

El proceso de reconfiguración subjetiva que sufrió el imaginario latinoamericano en la década de los cincuenta alcanza tales niveles de complejidad, que resultaría imposible resumir sus matices en una sola investigación. Aún más, tan solo los desplazamientos simbólicos que vivió la figura de la mujer intelectual a mediados del siglo XX, podrían generar un estudio detallado del campo cultural del continente. Es cierto, la mujer lectora y productora de textos comenzaba a asomarse como individualidad posible ya desde finales del siglo XIX; sin embargo, hasta el momento en que el deseo de civilización, modernización y urbanización del espacio se apoderan del imaginario latinoamericano, los límites de acción de la mujer letrada parecían estar mucho menos claros.

Al respecto, vale la pena recordar que uno de los dispositivos que desencadenó el replanteamiento de esta subjetividad fue la fundación de las Repúblicas. Con el fin de las guerras de independencia, las batallas federales y el inicio de la democratización, el intelectual modélico se fue desprendiendo paulatinamente de la imagen del guerrero. Al tratarse tan solo de un ciudadano que ideaba, consumía y producía discursos, su individualidad se fue despojando de la fortaleza física que se le atribuyó en el pensamiento decimonónico, con lo cual, las anclas de identidad que hasta entonces los habían soportado, se situaron al alcance de sus pares femeninos.

Asimismo, desde la primera hasta la quinta década del siglo XX, la mujer letrada en Latinoamérica conquistó derechos políticos y civiles, se erigió como ciudadana, creó plataformas de pronunciamiento dentro de los medios de comunicación social y se abrió un espacio -aunque la mayoría de las veces fugaz- dentro del campo literario. Accedió Page 169 masivamente a la Universidad y su desempeño laboral se fue desprendiendo, poco a poco, del cuidado de niños y enfermos, actividad naturalizada por entonces como femenina.

A esta amenaza clara hacia el poder simbólico de los intelectuales latinoamericanos se sumó un factor más: el fin de la Guerra Civil española. La llegada de exiliados republicanos a diversas naciones del continente, supuso la puesta en cuestión de categorías como Patria, Semejanza e Identidad que, vistas desde el debilitamiento de las propias instituciones, generaban una serie de resistencias desestabilizadoras hacia la institución letrada hispanoamericana, cuyo fin último era instaurarlas.

Este fenómeno, además, a medida que avanzó la década adquirió matices interesantes dado que -como propone Tomás Pérez Viejo, en su texto: "La conspiración gachupina en El hijo de ahuizote" (2005)-, existe una "extraña ubicación del nacionalismo mexicano [y me atrevería a afirmar que latinoamericano], en el ámbito de la izquierda y no en el de la derecha" (Pérez Viejo, 2005: 1111) y, esta anomalía:

no anula la otra presunción, la de la "teoría de la conspiración" como elemento constitutivo del discurso nacionalista. Y ¿quién es el "judío" del nacionalismo mexicano? (...) En las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, y desde la perspectiva del nacionalismo popular, sin ninguna duda, el español, "el gachupín" para ser más precisos. Es el judío casi de forma literal hasta el punto de que, como ya he escruto en otra ocasión, sería interesante un análisis comparativo de los panfletos "antigachupines" que circularon en México a finales del siglo XIX y principios del XX y los panfletos antijudíos que proliferaron por las mismas fechas en Europa (Pérez Viejo, 2005: 1111).

Este gesto que apenas se asomaba en la década de los veinte, se concretó en la de los cincuenta. La pérdida de los espacios de poder era inminente, por ello la intelectualidad orgánica latinoamericana, como buena heredera de los pensadores decimonónicos, se dio a la tarea de escribir grandes obras universalizantes que propusieran diversos modos de control sobre las subjetividades nacientes1. Una de las primeras tareas fue diseñar al enemigo que -desde el juego de las desemejanzas- Page 170 cohesionara la nación para, más tarde, determinar -desde diversos espacios discursivos- territorios inocuos de pertenencia para las mujeres.

Basta con leer textos tan emblemáticos como Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo o La hojarasca (1955), de Gabriel García Márquez para comprender -por un lado- que las grandes metáforas sobre Latinoamérica y el mundo que determinarían la estética de la narrativa continental de los sesenta estaban por llegar, y -a la vez- para constatar que estas novelas totalizantes revestían de autoridad al sujeto que las enunciaba y les permitía la creación de un centro discursivo desde el cual, como se puede ver en la anécdota de ambas publicaciones, las mujeres volvían a su lugar en el interior del hogar, salvaguardando la memoria familiar y, lo que resulta aún más útil para comprender la literatura que aquí nos ocupa, reducidas a lo etéreo y a lo fantasmático.

Como casi siempre ocurre en la configuración del campo intelectual, estos gestos totalitarios generaron dentro de sus sociedades pequeñas respuestas. Textos literarios, periodísticos y/o audiovisuales escritos por mujeres y/o expatriados2 que perfilaban otra forma de ser un sujeto letrado. Discursos que en respuesta al pensamiento sobre-abarcante de este proyecto ético predecesor del conocido "boom latinoamericano", diversificaban las imágenes de los intelectuales no masculinos, no mexicanos, no mestizos o no heterosexuales de la nación y, de esta manera, dejaban ver una capa multicultural dentro de la llamada ilustración mexicana.

Uno de los textos donde esto se evidencia de manera más contundente es la novela Exilio (1957), de Sara García Iglesias. Una obra publicada en 1957, bajo el aval del Fondo de Cultura Económica y en la cual la inmigración se lee desde los márgenes que ocupaban por entonces las intelectuales en Hispanoamérica. Una novela aceptada y reconocida por la recepción inmediata, pero borrada posteriormente de los manuales de literatura latinoamericana, quizás -entre otras razones-por todos los nuevos significados que le atribuía a la condición de extranjería. Page 171

Uno de los primeros rasgos dignos de mención es la estructura de la novela. Desde la primera página hasta la última, la voz narrativa plantea cuatro historias paralelas que sólo hacia las últimas veinte páginas del libro acaban por encontrarse. En cada uno de estos relatos, aunque desde una perspectiva diferente como se verá, intervienen personajes mexicanos -ilustrados, arraigados y productivos o, lo que es lo mismo, coincidentes con el sujeto modélico que presentaba el pensamiento nacionalista de izquierdas por entonces-, en diálogo permanente con subjetividades extranjeras, perfiladas como personajes migrantes que cambiaban de identidad y de espacio de supervivencia constantemente.

Sin duda, aquí se asoma el primer guiño interesante de la obra de García Iglesias, pues los personajes que constituyen el grupo de extranjeros no se muestran como una masa indiferenciada sino que tienen rasgos particulares de personalidad, no presentan ni el mismo género, ni la misma edad, ni las mismas inquietudes, ni -y esto es lo que podría resultar más elocuente- la misma visión de México o de los mexicanos. Por otra parte, el exilio que ellos viven y describen no se muestra desde sus efectos, sino desde el proceso que los ha llevado hasta ahí. Es decir, más que de la ubicación de estos constructos dentro del mapa cultural, la autora se encargará de mostrar su recorrido hacia los mismos, las experiencias y el origen de su acontecer. A esto se suma, además, que dentro de esta novela los expatriados -médicos españoles, campesinos ingleses o mujeres mexicanas- habitan un fragmento del territorio mexicano sin dificultad, con lo...

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