Pragmática electoral y presunción democrática. Revisión de la lógica económica del proceso electoral Colombiano. - Libros y Revistas - VLEX 507488654

Pragmática electoral y presunción democrática. Revisión de la lógica económica del proceso electoral Colombiano.

AutorOlaya A., Luis C.
CargoSeccion general - Author abstract
Páginas95(34)

Pragmatics of electoral processes and democracy as presumption. An analysis of the economic logic of elections in Colombia

Pragmática eleitoral e presungáo democrática. Revisáo da lógica económica do processo eleitoral colombiano

Prolegómeno

Semánticamente, la democracia, del drjpoxgaria griego, cobró clásico sentido en tanto que la sustancia y forma de gobierno se definieran por el hecho de que el pueblo interviniera no solo de manera legítima en la cibernética (1) de la ciudad, sino que aquella cibernética solamente sería legítima en tanto que el pueblo interviniera en ella. Con el Imperio romano, aquel demos griego vendría a saberse como populus que no sería fuente de legitimación tanto más que como vulgo ignorante cuya aprobación era necesaria para que aquellos, que estaban verdaderamente capacitados en oficios cibernéticos, ejercieran sus profesiones.

Es así como el ejercicio de la política, entendiendo por él lo que atañe a lo común, y también a su dirección y gobierno, se abstraería del pueblo hasta elevarse de manera vertiginosa como arte de complejidad inasible, cuyo ejercicio estaba destinado a ciertos individuos que, desde luego, no podían ser parte del vulguspopulus, sino que, si bien de él provenían, asimismo de él debían abstraerse. De hecho, es lógico pensar que aquel que dirige deba alejarse de quien es dirigido. Sin embargo, no deja de ser confuso el hecho de que la fuente de legitimidad de la forma de gobierno no intervenga en él por ser este un ejercicio que, por el propio bien del pueblo, ha de entregarse solo a aquellos más capacitados.

La asamblea griega, que contenía la reunión del pueblo en tanto que unidad, no sería más que insostenible dadas las vastas dimensiones geográficas de un proyecto como el romano. Así entonces, ante la paradoja del hecho legitimador e interventor del gobierno destinado a abstraerse de aquello que lo legitima, la resolución versaría en términos de la elección de un conjunto de representantes, quienes, a la sazón del concurso cuyo juez es el pueblo, se entienden como los mejores, los más capacitados e idóneos, y quienes por ello se encargarían de la sabia resolución de los asuntos comunes y públicos.

No obstante, con el pesar de que la legitimidad gubernamental descansa en el pueblo, la conducción de un imperio necesita de una figura de potencia indudable; es entonces el momento del emperador de Roma. Sin embargo, el Senado romano guardaría la autoridad de aquella representatividad, hasta el punto de incluso desafiar el poder del emperador. A pesar de las sucesivas conquistas territoriales de la res publica romana, erigirían su gobierno formalmente como una autocracia dentro de la que la figura del Senado toma el lugar de representación insulsa, o por lo menos impotente, frente a la consolidación del decisivo poder del emperador. Aquella congregación griega del pueblo que diera con el tiempo nacimiento a la república romana se convertiría en un imperio autocrático, que no halló reparo en usar la tiranía y la dictadura a su favor y en donde la opulencia haría sordos los oídos al crujir de sus propios sustentáculos; crujir que anunciaba la decadencia de la grandeza romana. Claro está que no faltaron esfuerzos para devolver a Roma su forma original, es decir, la forma de república, cuyo cometido pesara sobre los hombros del último de los Cinco Buenos Emperadores: Marcus Aurelius.

Roma se convierte en decadente escenario de todo tipo de grillas e inventivas que bien quedaron inmortalizadas con la pluma de Shakespeare en la tragedia de Titus Andronicus. Así, el clásico sentido de la democracia griega se vio al margen de imperios y reinos que terminaron de dar forma al arte de la política hasta socavar por completo aquel sentido. La preocupación fundamental versaría en términos de la forma de la república, de la conducción de los asuntos públicos, de la institución de la soberanía, del manejo de la sustancia estatal y del control del poder.

La forma y la sustancia del gobierno, al galope de la historia, bifurcan caminos. Herencia del Medioevo y de las hazañas de valerosos reinos es el descubrir de América, así como la estructuración de dominios públicos que no sabrían de fronteras. Si de Grecia se supo la noción del pueblo, de Roma la historia conocería la violencia y su regulación. De un lado la forma, del otro la sustancia. La necesidad política del entonces del mar Ignoto y del descubrimiento de los salvajes daría curso a la estructura definitiva de la violencia en torno a lo público. Fue así como la colonización dio nueva sazón a los tiempos de la forma del gobierno. En los márgenes la modernidad se terminaría de dar forma al manejo imperial de los asuntos públicos con el Estado moderno.

Aquella sustancia griega de la intervención del pueblo en el arte cibernético precisaría de un rescate que lo arrancara de su consumada entelequia. Formas radicales de defensa de la democracia darían por fruto a la volontégénérale de la mano de Rousseau. Y con la herencia de semejante precursor, la teoría clásica de la democracia toma forma. Una de las más primarias necesidades y problemas con los que vendría a enfrentarse la teoría clásica sería su equiparación con el desarrollo formal del gobierno, puesto que desde los tiempos romanos el derecho funcional a la vida pública de lo que era la república o el imperio, codificaron casi a plenitud los distintos aspectos de la vida social del pueblo fuera o no una democracia, hubiera o no esclavos, etc. La entrada en escena de Rousseau no rescata el sentido clásico de la democracia, sino que además da las primeras pinceladas de su forma moderna, no en tanto respecto a la totalidad de su pensamiento, sino antes bien por todo lo que supo inspirar. La radicalidad del pensamiento de Rousseau y su exposición de la volonté générale junto con sus ideas sobre la educación y el precedente del origen verdadero de la desigualdad entre los hombres, pusieron a tono lo que parecía condenado a forma de entelequia del sentir griego, y, al tiempo de equipararse con los avances en el quehacer público, la democracia se abría paso como forma de gobierno, sobre todo ayudada por el impulso de la Toma de la Bastilla, alabada incluso por Kant, (2) y que, luego de implantar el régimen del terror, se erigiría como imperio a la sazón romana con Napoleón.

La resolución efectiva de los asuntos públicos de mano, por ejemplo, del derecho siguió su avance so pena de la desvalida democracia, por lo menos en lo que atañe a Europa. Del otro lado del Atlántico y del mar que dejaba de ser ignoto, la revolución norteamericana implantaría un orden público, válido por una Constitución que tomaría suya a la democracia como forma de gobierno. En respuesta a semejante aceleración, el asunto público y la res publica latina se equipararían a la volonté générale de Rousseau y la prueba de la entrada en vigor de la democracia sería la frontera de lo público que se sabría desde el entonces bien común.

La presunción que hizo posible la equiparación rezaría así: la estructura estatal, que está concentrada de forma violenta, actuaría solo conforme a alcanzar un determinado fin establecido como bien común al que, se cree también, se dirige el concurso de la sociedad entendida en su conjunto. La forma y la sustancia modernas del gobierno contarían con una constitución, un conjunto de derechos reconocidos, una dimensión topológica y un propósito cultural común que se conocería como nación. La reescritura utilitarista de Rousseau, despejando de ella toda radicalidad, aceptaría la salida romana a la paradoja de la inserción del pueblo en el gobierno y así el mecanismo de la elección libre se elevaría a los términos de la representación legítima y el curso de la democracia traería a la realidad efectiva a la entelequia griega.

Con un conjunto de supuestos aceptados, y sobre todo con el soporte a manera de sustentáculo del peso histórico de la sucesión revolucionaria que partía de Francia y atravesaba lo que otrora fuere desconocido hasta Norteamérica, la única demanda pendiente consistía en la consecución de un mecanismo electoral compatible con la idea de la representatividad legítima. La construcción de la mecánica electoral sería el objeto principal de la práctica política en términos de la necesidad de su regulación. Con ese panorama, distintas topologías alrededor del planeta se sumarían a la melodía de la democracia y del Estado moderno.

No obstante los desarrollos teóricos de la democracia moderna junto con la solvencia de los problemas públicos (llámense finanzas, defensa nacional, etc.), el mecanismo electoral se presentaría más o menos tan regular como en su origen: dada la imposibilidad de la congregación y aparición de la volonté générale, la elección a manera de escogencia de representantes acogería a los integrantes de toda una nación a participar de aquella noción de lo público que nació paradójicamente cercana a quienes ahora la alejaban de sí con el mecanismo de la representación. No sería más la congregación de la unidad del pueblo la que tuviera la potestad de la decisión, sino que sería la mayoría quien arrebataría el poder de decisión.

Ahora bien, la elección de los mejores y más capaces se tornaría en una competencia donde la mayoría viene a ser generadora del poder por medio del acto simbólico de su entrega; de otra manera la mayoría no tendría tal trascendencia, puesto que es apenas evidente que las capacidades no se definen con el concurso de la aritmética. Este concurso vendría a mostrarse como un problema práctico y desafiante a la democracia electoral: la necesidad de resolución de un problema cualquiera puede no equipararse con el estado volitivo de la mayoría, y así, entonces, no habría ni bien común y ni siquiera asunto público per se, dado que, como bien reclama el adagio latino, vulgus veratis pessimus interpres.

La elección de los representantes de la nación, que a la sazón de hoy día viene a ser el discurso legitimador de los procesos...

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