Somos -cómo podríamos evitarlo- funcionarios de la humanidad. El testamento filosófico de Edmund Husserl - Núm. 20, Enero 2014 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 521549286

Somos -cómo podríamos evitarlo- funcionarios de la humanidad. El testamento filosófico de Edmund Husserl

AutorJulio César Vargas Bejarano
Páginas141-162

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La obra Crisis de las ciencias europeas, y los textos que en torno a ella gravitan, expresan la responsabilidad ilosóica y política de Husserl. Testimonio de vida de quien asumió su vocación cientíica, apostó al trabajo paciente, oculto, para ofrecer alguna luz a la profunda crisis en que estaba sumida la cultura europea. Pocas veces, muy pocas, Husserl escribe patéticamente, por eso la frase de que el ilósofo es “funcionario de la humanidad” parece escrita con ligereza. Esta frase expresa una convicción profunda, expresa la conianza en la eicacia de la relexión ilosóica, ni vergonzante, ni sumisa a las ciencias naturales y positivas, ni a la prosperidad de los avances tec-nológicos. La obra que nos convoca, legado espiritual de un maestro del pensamiento, es precisamente eso: un testamento. Ya Silvio Rodríguez recordaba que el testamento es una repartición de deseos, voluntad que busca trascenderse. Un “don”, vínculo generacional, generativo. El testamento de Husserl, tesoro espiritual –¿hay alguno tesoro que no sea del espíritu?– consiste en advertir que la relexión ilosóica cuenta con una capacidad misteriosa para arrojar luces en las penumbras del mundo. “El rocío cubre el césped en las horas más silentes de la noche”, dice Nietzsche (1988: 188; 1983: 213). En medio de una profunda “crisis” cultural, social, política, padeciendo en vida la exclusión del régimen nazi, Husserl advierte que el “mundo es coniguración espiritual” (Husserl, 1991: 114/1171). Dimensión espiritual, interconexión del logos con el horizonte oculto, inconsciente. Husserl tiene una conianza especial en el pensamiento ilosóico: el ilósofo individual, miembro de la comunidad ilosóica, desempeña la función de “arconte2¿Cómo puede el pensamiento ilosóico ofrecer luces a la complejísima dimensión del mundo? ¿Delirio de un viejo ilósofo?

Abordamos, en tres pasos, la pregunta por el sentido del legado ilosóico de Husserl, en la referida obra, “Crisis” (Husserl, 1991): en primer lugar, presentamos el tema y método de la fenomenología como ciencia de la “doxa”. La doxa equivale a la opinión, perspecti-va subjetivo-relativa, la cual se indaga mediante la “epoché fenome-nológico-trascendental”. El rendimiento de tal epoché es el mundo

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de la vida, coniguración “espiritual”. Presentamos, en segundo lugar, los rasgos esenciales de la dimensión “espiritual”, responsable de la constitución, subjetiva-intersubjetiva, del mundo de la vida. La constitución del mundo tiene como presupuesto la intersubjetividad trascendental. Constitución que tiene la forma de quiasma, forma asimétrica. Finalmente, retornamos a la pregunta por la tesis de que la voz del ilósofo tiene un carácter “arcóntico”, “funcionario de la humanidad”. Su sentido se explicitica con base en la leyenda del origen del Tao te King, llevada a poesía por Bertold Brecht.

I.

En la última obra publicada en vida por Husserl, la fenomeno-logía conserva su rasgo de “ciencia”, pero no ciencia en el senti-do moderno, ciencia que aspira a verdades universales, abstractas, desvinculadas de toda perspectiva. La fenomenología conserva su pretensión de cientiicidad, sí, pero para restablecer la dignidad de la “doxa”, de la opinión. Según esto, lo primordial no son las ciencias, ni las teorías objetivas, ni los mitos.

¿Qué signiica esta exaltación de la “opinión”, por qué elevarla a “fundamento” de la “episteme”? Ya desde Platón, y para toda la tradición ilosóica –salvo algunas excepciones, que conirman la regla, por ejemplo, Nietzsche–, la doxa conforma un punto de partida, distante de la episteme. A contrapelo de esta tradición, Husserl exalta la doxa, la “voz” y el pensamiento subjetivos. Según esto, la “doxa” no requiere de un razonamiento previo que la oriente, no requiere de claridad y evidencia conceptual con respecto de aquello que se quiere decir. La doxa, menos asociada con el “dominio” del técnico, del cientíico, que con la toma de posición, subjetivo-relativa, de quien hace las veces de experto, técnico, cientíico… La opinión (examinada) conoce sus límites, no pretende acceder al estatuto de teoría. Es –como diríamos en lenguaje coloquial– “simplemente una “opinión”. Sin embargo, para la fenomenología esta “simple opinión” está cargada de una fuerza y profundidad insondables: el horizonte oculto, implícito, del mundo, la pulsión teleológica, que orienta las distintas modalidades de la sabiduría, del conocimiento. En la “simple opinión” está en juego mucho más de lo que la ipseidad sospecha: el absoluto, donde se albergan razón y sin-razón. En la tra-

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dición ilosóica occidental contamos con diversas propuestas sobre cómo la “opinión” debe formarse.

Con la revaloración de la “doxa”, Husserl resiniica el sapere aude bajo la fórmula, que podríamos expresar así: “atrévase a valorar lo que piensa, atrévase a valorar su voz”. Sin embargo, exaltar la perspectiva, lo “subjetivo-relativo”, no equivale ni al “egocentrismo”, ni al psicologismo, ni a la introspección empírica. El examen de la perspectiva exige desvincularse del presupuesto “más oculto, más fuerte, más universal” (Husserl, 1991:154/159): el vínculo con el mundo, como realidad dada de suyo, clausurada, escenario in-inito del aparecer. Cortar este vínculo es como quitar una venda que cubre los ojos: posibilidad de reconstruir el origen del sentido. Para la fenomenología la génesis, el acceso al origen, no equivale a la reconstrucción de la historia empírica, sino a la posibilidad (de cada quien) de renovar la proto-fundación del sentido: la “dicha” de vivir, de sentir la renovación del sentido en cada instante, en lo pequeño y aparentemente banal, hasta en lo más grande y lejano. Lejos de una disposición anímica fundamental de nostalgia, o de aburrimiento profundo, o de angustia (Heidegger), la actitud fenomenológica corresponde primordialmente a la “dicha” (Richir, 2013), la dicha de la creatividad, cuya misteriosa dinámica luctúa entre el sentido renovado y el sentido naciente. Para contemplar el fenomenismo y determinar los modos del aparecer, la descripción fenomenológica se abstrae de los prejuicios (supuestos). Al igual que el poeta, el artista, el fenomenólogo contempla, por ejemplo, la luna como si fuera la primera vez que la ve y que la ve un ser humano; puede renovar el sentido que generaciones y generaciones le han otorgado. Fenomenología y arte tienen en común: 1) la sensibilidad ante el “acontecimiento” y 2) el sostenido intento de expresar fragmentaria, progresivamente, sus múltiples sentidos. El asombro y la “dicha” ante la renovación –generativa– del mundo en los “acontecimientos”. Es de tener presente, que, diferente de las emociones, la “dicha” es un “temple de ánimo fundamental”, acorde a la disposición creativa (Richir, 2013). No obstante, el pensamiento y el arte también están en capacidad de mostrar el “horror”, el espanto, ante la dimensión inhóspita, salvaje, del mundo. Al respecto, es de re-cordar la apreciación de Husserl sobre el sin sentido de entonar, en una época oscura, la “oda a la alegría”, musicalizada por Beethoven (Husserl, 1991: 8-10).

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Ante el “acontecimiento”, el fenomenólogo reacciona, pone a prueba lo que dice la “teoría fenomenológica”, intenta descifrar su misterio mediante un cambio de actitud: “corta el vínculo” con el mundo de la actitud natural, con cada objeto, consigo mismo, con los otros…, realidades clausuradas, deinidas. Suspende, neutraliza el juicio3.

Todo acontecimiento es misterioso, inesperado, indeinible. La epoché fenomenológica, reacción de quien, insatisfecho con las explicaciones empíricas, objetivas, se atreve a examinar la experiencia, el vínculo entre “acontecimiento” y mundo, devela el carácter espiritual del mundo. Semejante al acto de despertar, explicita la dimensión oculta, condicionante, de la experiencia. El ininito, el mundo ininito, deja de considerarse como instancia “ideal” o “material”, lejana a la experiencia. En cambio, la experiencia, desde el acontecimiento del nacimiento, hasta el de la muerte, está determinada por el “ininito”. Practicada como debe ser, con toda radicalidad, en “un solo paso” (Husserl, 1991: 153/158), la reduc-ción fenomenológico-trascendental, permite acceder a la dimensión espiritual, ininita, del mundo4.

¿Cuál es el carácter de esta dimensión espiritual, ininita? Con-sideramos dos atributos esenciales de la vida espiritual: 1) la unidad psicofísica y 2) la dimensión intersubjetiva.

II-1.

Hemos dicho que el legado ilosóico de Husserl, presentado en su última obra, Crisis (Hua VI) y en los manuscritos de investigación de la década del treinta, consiste en resaltar la dimensión espiritual de la existencia humana. La experiencia está conformada tanto por una dimensión fáctica, como por otra a priori, universal. Basta recordar una de las tesis centrales de Kant, para identiicar la paradoja que conlleva esa tesis: si la necesidad pertenece al reino a priori,

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¿cómo es posible que sea, al mismo tiempo, empírica, fáctica? Una de las maneras de evitar la paradoja consiste en asumir el dualismo psico-físico: el pensamiento discurre mediante conceptos, juicios, razonamientos, toda su actividad conforma la vida del cogito. Como contraparte, el cuerpo tiene un carácter empírico, cuya función es suministrar los datos sensibles, la afecciones. Pensamiento y afecti-vidad corresponden a dos sustancias distintas, interactuando entre sí. Sin embargo, esta concepción da lugar a dos posiciones extremas: de una parte, la tesis de que el pensamiento –en síntesis con la sen-sibilidad– accede al conocimiento, a teorías objetivas, cuya pureza no debe estar contaminada, ni por los estados afectivos, ni por lo subjetivo-relativo. De otra parte, la tesis de que la afectividad –al igual que el pensamiento– es una dimensión interna (inmanente), constitutiva de la conciencia. Según esto, la introspección permite acceder –originariamente– tanto a la afectividad, como a las...

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