Estados fallidos o por colapsar - Núm. 9-1, Julio 2009 - Criterio Jurídico - Libros y Revistas - VLEX 67139885

Estados fallidos o por colapsar

AutorLuis Freddyur Tovar
CargoAbogado, Magister en Ciancia Política. Actualmente profesor del Departamento de Ciencia Jurídica y Política de la Pontificia Universidad Javeriana Cali.
Páginas56-88

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Ex nihilo nihil procedit

(De la nada, nada procede)

Si usted es colombiano, haitiano, dominicano, guatemalteco, nicaragüense, hondureño, salvadoreño, boliviano, nepalí, pakistaní, etíope, ruando o egipcio -para mencionar solo algunos ejemplos-, usted está viviendo en un Estado débil o en vías de fracaso. También puede ser que usted habite o sea nacional de un Estado fallido -o fracasado-, de uno colapsado o de uno parcialmente colapsado. Pero también puede ser que en donde vive lo que suceda sea que haya Estados dentro del Estado o haya Estado sombra, o se trate de un país en el que haya áreas sin ley, o que resulte, más bien, que no se trata de un Estado débil sino de uno frágil o de un cuasi-Estado. (Moncada Roa, 2007: 13)

Introducción

La primera gran organización jurídico-política estructurada conocida en la historia occidental como prototipo del Estado moderno construido por la humanidad, al decir de Engels (1970: 107-119), es la polis griega. Así pareciera lo entendió Aristóteles siglos antes cuando afirmó que toda organización jurídico-política, es decir, todo Estado, es un orden general y perfecto integrado por tres grandes bloques de elementos, los que en su dinámica interior configuran una relación armónica en sí misma y de integración, hoy conocido como sistema: la política, o arte del ejercicio del poder para mandar y obedecer, cómo y por qué; la economía, o disciplina para arbitrar los recursos materiales; y, finalmente, lo jurídico, u orden normativo, establecido a través de leyes que posibilitan la integración social (Aristóteles, 1999: 1152a2-1255a16).

Para la polis el fin supremo fue la felicidad (Aristóteles, 2000: 1095a14- 1102a4); así pues, la búsqueda de esa finalidad constituye el talante ético de la comunidad y, por tanto, ella se materializa en la mayor virtud de la población: la justicia. Esta categoría puede ser observada desde múltiples aristas: universal, particular, distributiva, correctiva, política, natural y legal (2000: 1129a-1138b15).

Desde lo político, la polis griega alcanzó su esplendor a través de la democracia, siendo a su vez la primera en concebir, estructurar y consolidar esta particular forma de autogobierno popular. Los conceptos matrices de Estado y Gobierno, con su finalidad, fueron heredados por la polis a la humanidad, la cual los ha tomado como epicentros de su porvenir y desarrollo. Page 57

Ahora bien, en la Modernidad1 se usa la expresión Estado en dos sentidos diferentes: para referirse al conjunto del gobierno de toda institución jurídica y políticamente reconocida internacionalmente como tal, y para nombrar la nación soberana organizada dinámica y establemente en un territorio (Duverger, 1980: 24-25). Como quiera que la segunda connotación sea más amplia que la primera, toda vez que la encierra, en el presente texto se empleará la voz en este sentido (Estado como institución, no como Gobierno), a fin de evitar confusiones conceptuales e interpretativas.

En el siglo XIX las organizaciones jurídico-políticas se constituyeron sobre la idea del Estado-nación, como un eje estructural de los imaginarios políticos y jurídicos modernos y también de una pretensión de desarrollo social; por esto, cada Estado debía ser una nación, aunque conceptualmente las expresiones sean diferentes, porque de esta forma no solo se posibilitaba el tránsito del estado de naturaleza al de sociabilidad, sino también el pleno goce de los derechos humanos con seguridad. En efecto, el Estado es la institución jurídico-política de carácter permanente que concreta la organización social macro de una población, que busca una finalidad en y para los asociados, reconocida internacionalmente como tal. El otro extremo de la relación, la nación, es una comunidad humana que puede hacer parte de uno, varios o ningún Estado y que se distingue de otras por tener una historia consolidada; una identidad de raza, lengua, religión y costumbres; lazos de solidaridad intensos, y una organización particularmente fuerte2. No obstante la diferencia anterior, el concepto de Estado-nación se convirtió en el parámetro racional de evaluación de la praxis política moderna durante buena parte del siglo XX.

Consecuencia de esta débil y vaporosa integración de tan importantes y diferenciadas realidades (Estado y nación), a mediados del siglo XX el concepto Estado-nación pierde su importancia y significación, toda vez que la Page 58 Modernidad madura se edifica sobre un nuevo paradigma de sociabilidad: el Estado pluricultural (Kymlicka, 1996: 26-46; Zapata-Barrero, 2001: 197-215). En este Estado ya no es importante la unidad de base, sino que lo trascendente es el reconocimiento de las particularidades e identidades étnicas o culturales distintivas de grupos sociales, para construir una unidad sobre estas diferencias, al punto que hoy es el concepto de Estado preponderante en los análisis.

Empero, la primera década del siglo XXI -Modernidad decadente o posmoderna3- amaneció con estudios sobre los llamados Estados inviables o canallas, dado que desde la segunda mitad del siglo XX se visualizan graves anomalías en su interior que deterioran el modelo de organización estatal consolidado desde el siglo XVIII. Esta crisis sirvió de fundamento para que emergiera la teoría de los Estados fallidos o por colapsar, los cuales, al decir de sus promotores e investigadores, constituyen un grave peligro para los estables y, por ende, para la comunidad internacional.

La teoría de los Estados fallidos o por colapsar, no obstante su marco normativo y aceptación, es expresión de una ideología confusa y sospechosa, porque en su interior y en sus publicaciones confluyen Estados con una gran debilidad de sus autoridades públicas en el manejo del orden político y del control territorial, generado por la existencia de grandes y hasta prolongados conflictos armados en su interior -como Congo, Sudán, Somalia e Irak- junto con Estados en donde, sin presentarse dichos problemas, existe una economía absolutamente colapsada. El caso más dramático de este tipo de Estados es Zimbabue, cuya inflación ha llegado a extremos insólitos e inimaginables del 11,27 millones por ciento mensual -para un total de 213 millones por ciento anual en el año 2008-, que tiene la denominación monetaria más alta del mundo -billetes en circulación con poder de cambio por valor de 500 billones de dólares zimbabuenses- y en donde en abril de 2009 el Gobierno de Robert Mugabe suspendió por un año la circulación de la moneda nacional, en un intento desesperado por controlar la inflación y la devaluación. De igual manera, la permanencia en la categoría de Estados Page 59 fallidos o por colapsar puede ser transitoria, de un año a otro, lo que debilita la teoría en sí misma, por su inconsistencia, dado que no es lógico que una sociedad sea hoy fallida o fracasada y mañana no.

Ahora bien, el peligro que los Estados fallidos o por colapsar representan al mundo de hoy consiste en la resistencia real, concomitante o posterior de su población ante las graves falencias detectadas en sus autoridades. Esta resistencia es interna, básicamente armada, lo que agrava el problema y pone en alerta humanitaria a la comunidad internacional, por cuanto se presentan migraciones a Estados sin los defectos anotados, poniendo en riesgo la estabilidad institucional, social, económica y política de las sociedades receptoras.

En este contexto teórico, entonces, reflexionaré sobre el tema. No obstante, aspiro a mostrar que los Estados, como instituciones jurídico-políticas creadas en un proceso histórico de evolución, no fracasan ni colapsan, sino que lo que se evidencia es la existencia de organizaciones premodernas, patrimonialistas y patriarcales (Olano Valderrama, fecha no especificada: 25-33)4, en donde confluyen autoridades con gran debilidad o, paradójicamente, mucha fuerza, en cuyo seno se mezclan elementos de premodernidad con modernismo. Así pues, disertaré desde dos perspectivas: en la primera estudiaré el fenómeno estatal y en la segunda analizaré las teorías que tratan el fracaso de los Estados. Finalizaré, a manera de conclusión, con una referencia específica a Colombia, bajo el siguiente esquema de trabajo:

  1. De la Antigüedad a la Modernidad global: naufragio del Estado en el orden político

    1.1. El Estado como contrato social: racionalidad moderna

    1.2. Crisis estatal globalizada: ¿leviatán moderno consensuado?

  2. Los Estados fallidos en la Modernidad global

    2.1. La teoría de Estados fallidos de Robert Rotberg

    2.2. Las teorías de Estados fallidos de Noam Chomsky y del Fondo por la Paz Page 60

1. De la Antigüedad a la Modernidad global: naufragio del Estado en el orden político

De la polis griega a la Modernidad global de hoy ha transcurrido mucho tiempo, en el cual esta realidad evolucionó y se adecuó a las necesidades hodiernas. La Modernidad, entonces, abrió espacios para el entendimiento de la organización social desde una perspectiva diferente a las concebidas por la Antigüedad y la Edad Media, pues para los modernos el concepto, naturaleza y realidad del Estado sólo es entendible como una organización social, resultado del proceso de evolución y autodeterminación de un grupo humano y, por ello, al desligarse de las concepciones anteriores, básicamente teológicas, la tarea siguiente fue construir una teoría que fundamentara y justificara, desde la razón, ese...

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