Filosofía práctica impura y normativa - Núm. 20, Enero 2014 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 521549318

Filosofía práctica impura y normativa

AutorGuillermo Lariguet
Páginas187-213

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1. Introducción

Algún ilósofo, posiblemente alguna variante de “analítico”, podría considerar temerario presentar a la ilosofía práctica con los atributos de “impura” y “normativa”. Es más, este ilósofo podría sentirse tentado a pensar que este trabajo estará dedicado a fustigar estos atributos. Al contrario, mi pretensión en este ensayo es defender la elaboración de una ilosofía práctica impura y normativa. Tomo en préstamo del analítico Bernard Williams (2011: 180) estas dos expresiones, quien las presenta como características que la ilosofía política –como sub-especie de la ilosofía práctica– debería reunir, pace cierto modo de entender ciertos desiderata de la ilosofía analítica.

Conforme a cierta clase de ilosofía analítica, la distinción tajante entre “hecho-valor” y entre enunciados “sintéticos-analíticos”, conllevaría la aceptación de una ilosofía “pura”, en el sentido de no ser confundida con ciencias de ciertos ribetes empíricos, por ejemplo ciertas ciencias sociales como la sociología, la psicología o la historia, y de una ilosofía “neutral”, “no-normativa”, que sólo hace descripciones pero no se juega la partida por ningún compromiso normativo o axiológico.

Para despejar por anticipado algunas dudas sobre el carácter de la empresa que me propongo, quiero señalar que mi intención en este artículo es modesta en el sentido que no pretendo, de ningún modo, determinar de una vez por todas y de modo exhaustivo una cuestión como la de caracterizar de un modo satisfactorio la ilosofía práctica como proyecto intelectual globalmente considerado. Más bien, solo aspiro a bocetar, a modo de “programa de investigación a profundizar a futuro”, algunas notas que podrían deinir una ilosofía práctica próspera. Entiendo la ‘prosperidad’ como la posibilidad no sólo de clariicar problemas y conceptos sino también como el culti-vo de la capacidad de la ilosofía de orientarnos por los entresijos de la vida práctica, es decir, de la vida que tiene que ver con la política, la moral, el derecho, la economía, la religión, el arte o la tecnología. Procuraré defender que la prosperidad de la ilosofía práctica se incrementa si la dotamos de los atributos de impura y normativa. Pese a lo que pudiera pensarse, asumo esta empresa dentro del framework de la ilosofía analítica o de una forma –espero que no extraordi-nariamente peculiar– de entenderla. En efecto, mis críticas estarán dirigidas a cierta forma de concebir la ilosofía analítica que militan

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en contra de una ilosofía práctica analítica próspera. De modo que desearía que mi trabajo fuese visto como una discusión amigable y razonable entre parientes que forman una misma familia, en este caso, la analítica.

Antes de ingresar a la parte constructiva de mi trabajo basada en la defensa de cuatro tesis especíicas sobre la ilosofía práctica, voy a delinear la ruta que seguiré. En primer lugar, en la sección 2, haré algunas precisiones sobre el modo en el que voy a entender el sintagma “ilosofía práctica” y su contraparte, el sintagma “ilosofía teórica”. En segundo lugar, en la sección 3, tras mostrar el tipo de reparos que tengo con cierta forma de encarar el análisis ilosóico, explicitaré aquellos rasgos de la ilosofía analítica que me parecen todavía defendibles. En tercer lugar, esto es, en la sección 4, como parte medular de mi trabajo, voy a presentar el bosquejo de aspectos que una ilosofía práctica impura y normativa debería reunir si pretende ser próspera en el sentido antes deinido. Aquí presentaré las siguientes tesis.

Primero que el análisis conceptual puede ser enriquecido con recursos metafóricos y expresivos provenientes de la literatura sin por ello menguar la fuerza de los ideales de precisión, claridad, con-sistencia y argumentación estructurada con que normalmente iden-tiicamos a la ilosofía analítica en general.

Segundo, que el análisis conceptual de la ilosofía práctica no debería concebirse como neutral sino que cabría asumir un rol nor-mativo en cabeza de los ilósofos en cuanto suministradores de guías evaluativas de aspectos que conforman los distintos ámbitos de la praxis humana (moral, religión, derecho, política, estética, etc.).

Tercero, que la ilosofía práctica se enriquece conceptualmente –y refuerza su “impureza”– si se vincula con otras disciplinas. Luego de explicar cómo tal impureza se incrementa a partir de la relación de la ilosofía práctica con disciplinas empíricas que evocarían algún tipo de naturalismo a especiicar (Papineau, 2007), me concentro en la alianza entre análisis conceptual e historia de los conceptos. Enfatizo que la historia es imprescindible para el dominio analítico de un concepto, por lo cual hay que desterrar la acusación de ahisto-ricismo cometido, supuestamente, por todos los analíticos.

Cuarto, que las distinciones son bienvenidas como elementos de clariicación conceptual, pero que las mismas deben estar animadas de un espíritu holista que muestre las conexiones que se dan entre

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diversos conceptos distinguidos. Por último, en la sección 5, recapitularé algunos de los argumentos esbozados en el trabajo.

2. ¿Filosofía práctica vs filosofía teórica?

Cuando hablamos de ilosofía práctica no es para establecer una oposición con la ilosofía teórica. La ilosofía teórica, al menos como yo la entiendo, está basada en la manipulación de conceptos vin-culados al conocimiento, descripción y explicación de eventos que pueden estar enlazados por relaciones de tipo causal.

Ahora bien, por lo menos desde Hume en adelante, la tarea del ilósofo analítico es, prioritariamente, esclarecer y eventualmente revisar relexivamente los presupuestos conceptuales que subyacen a las regularidades del mundo fenoménico. Es por ello que, parte de la tarea de excavación conceptual del ilósofo, trasciende la experiencia puramente fenoménica y requiere de la explicitación de los criterios metafísicos que están subtendidos en el mobiliario del mundo1. La metafísica, a su vez, se complementa con el trabajo de los ilósofos de la mente cuando, por ejemplo, indagan en las condiciones que deberían estar satisfechas para decir que percibimos un mundo y de los ilósofos del lenguaje para explicar cómo articulamos nuestras percepciones en el envase de determinados predicados. Desde luego, también hay que considerar bajo el término “teórico” la rutina de trabajo de los ilósofos del conocimiento cuando, por ejemplo, cuestionan el “mito de lo dado” y revisan el papel que le damos al mundo empírico como tribunal acreditado para enjuiciar nuestras creencias sobre el mundo.

Por su parte, la ilosofía práctica, tal como la voy a entender aquí, está preocupada eminentemente por dos cuestiones. Por un lado, por esclarecer la hechura de nuestros conceptos prácticos2(bello,

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feo, correcto-incorrecto, bueno-malo, pecado-gracia, etc.). Por el otro, su tarea no se agota en la elucidación de la gramática y semántica del lenguaje práctico, o en la relexión sobre sus presupuestos ontológicos o epistémicos, sino por la empresa de proporcionar una guía sobre qué tipo de creencias –por ejemplo morales– deberíamos tener, qué cuenta como una justiicación racional o no racional de una creencia, qué acciones o abstenciones deberíamos activar, qué tipo de carácter moral deberíamos desarrollar, qué tipo de sociedad justa y decente deberíamos diseñar, qué evaluaciones estéticas son normativamente aceptables, etc. Así como la ilosofía teórica tiene un in preponderantemente descriptivo la ilosofía práctica, tal como la veo, tiene un in preponderantemente normativo.

Ahora bien, las expresiones “teórica” y “práctica” con que caliicamos la tarea ilosóica son más una cuestión de acento que del es-tablecimiento de una dicotomía tajante. Esto es así, si participamos del espíritu kantiano según el cual tiene que haber una amalgama entre teoría y práctica. O, también, del aliento de Leibniz a construir “theoria cum praxi”. Yendo más lejos todavía, creo que hay un grano de verdad en el espíritu del pragmatismo ilosóico que le asigna al rendimiento práctico de los conceptos cierta importancia ilosóica, a veces descuidada por ciertos ilósofos en el marco brumoso de determinadas especulaciones.

De todas maneras, cuando digo que es una cuestión de acento, estoy diciendo que el ilósofo práctico, preocupado, por caso, en el campo de la ética por la objetividad de los enunciados valorativos, no puede desconocer, por ejemplo, la discusión que los ilósofos teóricos tienen sobre la percepción de los colores o la naturaleza de los qualia. De hecho, y ya que empleé este ejemplo, es común esta-blecer una analogía explicativa entre la percepción de colores y la percepción moral (Appiah, 2010: 146). Otro ejemplo notable tiene que ver con los problemas metafísicos y de ilosofía de la mente que se agrupan en torno al concepto de identidad moral. Derek Parit (2005) o Harry Frankfurt (2006) son dos elocuentes ejemplos de cómo el ilósofo práctico debe involucrarse con cuestiones de los teóricos, por ejemplo con ciertos problemas de ilosofía de la mente y la metafísica que residen en los planteos sobre conceptos como el de unidad o identidad personal en tanto presupuesto de la respon-sabilidad moral.

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Cuando, por su lado, el ilósofo teórico está inquieto por tomar partido, por ejemplo, por la discusión “McDowell-Evans” entre contenidos conceptuales y no-conceptuales de la experiencia (por ejemplo McDowell, 1994 y Evans, 1982), tiene un campo fértil si proyecta esta discusión, plenamente imbricada con los requisitos de gene-ralidad conceptual, por ejemplo al campo de la ética. En efecto, la discusión de si los conceptos llegan a cubrir todas nuestras experien-cias...

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