Fortuna y virtud: análisis de El príncipe y La mandrágora de Nicolás Maquiavelo. - Libros y Revistas - VLEX 507488630

Fortuna y virtud: análisis de El príncipe y La mandrágora de Nicolás Maquiavelo.

AutorAgudelo-Gonz
CargoEnsayo literario
Páginas35(33)

Fortuna and virtue: An Analysis of The Prince and The Mandrake by Nicholó Machiavelli

Fortuna e Virtude: análise de O Príncipe e A Mandrágora de Nicolau Maquiavel

Nicolás Maquiavelo salió de prisión en 1513, después de ser torturado y acusado de conspirar contra la familia Médicis. El pensador florentino decidió retirarse de la vida pública y dedicarse a la escritura. Se refugió en una casa de campo en Percussina y redactó, entre 1514 y 1520, sus principales obras. Su experiencia derivada de numerosas misiones diplomáticas que lo habían llevado a visitar las pomposas cortes de Maximiliano I, Luis XII, César Borgia y el papa Julio II, le permitió la redacción de tratados políticos como El príncipe o los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Su agudeza mental contribuyó a la creación de textos como El arte de la guerra. Y su innegable talento le sirvió para escribir comedias como La mandrágora o Clizia.

En apariencia, existe una marcada distancia entre las obras del diplomático florentino. Sin embargo, tal ruptura ficticia responde a la forma en la que el escritor plasmó sus ideas y no necesariamente a una interrupción de su pensamiento. Tomaremos, por tanto, las dos obras más representativas del autor en sus distintos géneros. Por un lado, El príncipe, un tratado político que revolucionaría el pensamiento en Occidente y, por otro lado, La mandrágora, una pieza teatral que le granjeó éxitos al autor durante su vida. El objetivo del presente texto es relacionar dos obras Maquiavelo en función de los conceptos de Fortuna y virtud.

Al menos en estos dos textos, Maquiavelo superó la corriente renacentista que ligaba la virtud con un comportamiento moral cristiano y subrayó la necesidad de saber mudar de pensamiento y acción ante los retos que la Fortuna imponía. Comprendemos que la lectura clásica de Maquiavelo lo sitúa como un escritor amoral, anticristiano, sobre el que recae la pena del desprecio por la culpa de ser el creador--nunca encontrado--de la expresión "el fin justifica los medios". Sin embargo, la ingente obra del florentino invita a eludir los prejuicios que se ciernen sobre ella. En ese sentido, nuestra hipótesis es que la relación entre la diosa Fortuna y la virtud humana es una constante en el pensamiento de Nicolás Maquiavelo y que, por tanto, puede evidenciarse en obras tan dispares como El príncipe y La mandrágora. Así las cosas, ambas obras son expresiones distintas de la variación que el florentino imprimió al concepto de virtud.

Dividiremos el texto en tres partes. La primera se concentrará en explicar los principales rasgos de los conceptos de Fortuna y virtud en el pensamiento maquiavélico, haciendo énfasis en la variación que el florentino realizó en comparación con la tradición grecorromana y medieval. La segunda intentará establecer vínculos claros entre El príncipe y La mandrágora a través de las nociones de Fortuna y virtud presentes en ambos textos. La tercera contiene las conclusiones.

Primera parte

El Cinquecento no solo marcaría el inicio de una nueva etapa para la península itálica, fragmentada en reinos y repúblicas: los Estados pontificios gobernados por el Papa, la República de Venecia, el Ducado de Milán, la República de Florencia, constituyen evidencias históricas. También significaría la oportunidad para gobernantes como Fernando de Aragón o Luis XII de Francia de codiciar territorios allende a sus capitales, por ejemplo el Reino de Nápoles. El inicio de un nuevo siglo también permitió la extensión del movimiento artístico del Renacimiento con pintores y escultores financiados por tiranos, papas o familias adineradas.

Suele pensarse que el Renacimiento fue una etapa novedosa y revolucionaria que sigue, inmediatamente después, de la oscura y cristiana Edad Media. Sin embargo, Hauser se distancia de la ruptura entre las dos etapas históricas señalando que, si bien el mundo actual, naturalista y científico, es un resultado del Renacimiento, "el interés por la individualidad, la investigación de las leyes naturales, el sentido de fidelidad a la naturaleza en el arte y en la literatura no comienzan en modo alguno con el Renacimiento" (Hauser, 2009, p. 317).

No puede negarse que el Renacimiento enfatizó en la relectura de tratados políticos, la admiración por las polis griegas y la República Romana, y el uso de hechos antiguos para explicar el accionar político de los contemporáneos. Empero, sin llegar al exabrupto de negar la importancia histórica del Renacimiento en distintos lugares de Europa, Fernández-Armesto apunta lo siguiente en referencia al periodo histórico que se consideró, durante siglos, exclusivamente novedoso: "Ya no parece un nuevo punto de partida en la historia del mundo; más bien se trata simplemente de más de lo mismo, o de una intensificación de la tradición medieval de conocimiento humanístico y veneración de la Antigüedad clásica" (Fernández-Armesto, 2002, pp. 156-157). Jacques le Goff (1990) nos ha enseñado también que la disputa entre modernos y antiguos, entre enanos y gigantes, tan referenciada en el debate artístico y científico de la Europa de los siglos XVI y XVII y cuyo patrimonio se sustanció en la magnífica obra de Jonathan Swift, los Viajes de Gulliver, constituye una réplica de los debates suscitados por el nacimiento de los intelectuales en las ciudades, aquellos goliardos de vida errante que no encajaban en la estructura social de la Europa del siglo XII.

La península itálica abanderó una de las caras más conocidas del Renacimiento porque su relación con "la Antigüedad clásica--con sus altibajos a lo largo de la Edad Media--no había generado ningún sentimiento de radical discontinuidad con la cultura de Grecia y Roma. Un sentido de pertenecer esencialmente a la misma civilización seguía persistiendo" (Skinner, 1993, p. 108). Al sureste de Milán, al suroeste de Venecia y al norte de Roma, la ciudad de Florencia edificó una de las historias más ricas de la península itálica. Sus habitantes se consideraban descendientes directos de la República Romana, aunque las últimas décadas del siglo xv tuvieron como protagonista a un hombre perteneciente a una familia aristocrática: Lorenzo de Médicis (1444-1492). La sombra del apodado "el Magnífico" fue borrada dos años después de su muerte por una revuelta republicana apoyada por el dominico Girolamo Savonarola (1452-1498). De la organización republicana se benefició Nicolás Maquiavelo, quien ocupó un cargo diplomático que le permitió recorrer las principales cortes europeas. En septiembre de 1512 la familia Médicis retomó el poder en la ciudad de Florencia: desmantelaron la República, fortalecieron sus alianzas políticas con gobernantes extranjeros como Fernando de Aragón e iniciaron una cruenta persecución política contra sus enemigos. Con el ascenso de Julián y Juan de Médicis al poder, la vida de Nicolás Maquiavelo dio un giro que inició con su retiro de la cancillería seguido de una acusación de conspiración que lo llevaría a las mazmorras de su natal Florencia. Sin embargo, la Fortuna permitiría que el diplomático saliera de prisión, puesto que "el 11 de marzo, el cardenal Juan de Médicis recibe la tiara, toma el nombre de León X y para festejar su exaltación al pontificado promulga una amnistía general" (Gautier-Vignal, 1992, p. 56).

El pensamiento maquiavélico no representa un islote dentro de las corrientes renacentistas. Por el contrario, el contexto político caracterizado por la fragmentación italiana y las amenazas extranjeras, el pasado signado por la historia de Roma y las pugnas entre la escolástica y humanismo dentro del pensamiento italiano son herencias que Nicolás Maquiavelo recibió como puntos de partida para la exposición de sus ideas. No obstante, el hecho de acumular diferentes concepciones políticas e históricas no significó una necesaria conservación de las mismas en obra de Maquiavelo; muestra de ello es que se le considere un pensador difícil de encuadrar dentro de las corrientes clásicas de pensamiento. En otras palabras, el pensador florentino sí marcó un punto de inflexión histórica en la interpretación de la vida política, pero ello no responde a la "novedad" del pensamiento maquiavélico sino a la "distancia" que marcó con sus contemporáneos.

Nociones como el Hado, el Destino, la Fortuna o la Providencia han sido herramientas recurrentes para explicar el tránsito irreversible e incontrolable de la historia humana. No es casualidad que a estos conceptos se los asocie con lo divino, pues usualmente se considera que solo a los dioses les corresponde saber la totalidad del mundo, y los hombres constituyen los navegantes de la historia que, recorriéndola, pueden reconocer a los dioses a través de sus designios. En Maquiavelo la Fortuna es el teatro en el que se mueve el actor, el lugar en el que actúa y decide; es la circunstancia en la que puede obtener la gloria o la pena, es la indeterminación que exige la intervención del agente a través de la planeación, la jerarquización y la elección (Nussbaum, 2001).

Uno de los postulados que Maquiavelo recibe de los humanistas es la retoma de la Fortuna para explicar la incertidumbre en el destino de los hombres: "Empiezan a remitirse a la creencia clásica de que la mejor manera de considerar la situación del hombre es como una lucha entre sus voluntad y los caprichos de la Fortuna" (Skinner, 1993, p. 118). La deidad, símbolo del azar y la incertidumbre, será incluida en distintas partes de los textos maquiavélicos, no como una metáfora para explicar las circunstancias sino como un componente esencial dentro de la concepción de mundo que el autor tenía. Aquí una breve descripción de la deidad:

Tique es una hija de Zeus a la que éste dio el poder de decidir la fortuna de tal o cual mortal. Sobre algunos de ellos derrama montones de dones desde su cuerno de la abundancia, mientras que a otros los priva de todo lo que poseen. Tique es absolutamente irresponsable en sus concesiones, y corretea por ahí haciendo...

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