La devoción de lo ignorado (Breve escrito sobre la investigación en humanidades) - Núm. 20, Enero 2014 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 521549350

La devoción de lo ignorado (Breve escrito sobre la investigación en humanidades)

AutorMauricio Vélez Upegui
Páginas235-275

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Investigar, pues.

Y, también, la acción a que da lugar el investigar: la investigación. He ahí el tema de este escrito.
¿Por dónde empezar?

A pesar de que nuestros oídos parecen haberse vuelto –si no inhábiles– cada vez más indiferentes para escuchar las resonancias históricas de los términos que empleamos a diario, la etimología puede abrirnos una primera puerta. Según ella, investigar deriva de la palabra latina investigare y ésta a su vez del vocablo vestigium. Un sustantivo común es el núcleo lexical a partir del cual se crea el verbo. ¿Qué niveles de sentido comporta aquél? Cuando menos tres: “planta del pie”, “suela”, “huella”. Así lo atestigua el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana (Corominas, 2000: 604). Si, en lugar de mantenerlos separados, reunimos los tres niveles en una sola unidad semántica, tenemos una posible deinición de vestigio: es aquella huella que el pie deja como efecto de usar un determinado calzado.

La deinición, como puede notarse, es restrictiva: sólo da cuenta de un ámbito, el humano. No incluye el dominio animal ni menos el divino. No, en principio. Si una huella no constituye por fuerza un vestigio, pues éste reclama la co-presencia de las dos notas adicionales (ser el producto de un pie humano y, sobre todo, de un pie portador de una cierta calza), todo vestigio, primariamente, comporta la calidad de huella. Respecto del género vestigio, la huella se yergue como especie. Por eso, la diferencia cuantitativa entre vestigio y huella sirve para generar su comprensión cualitativa. Con el correr de los años, uno y otro término se confunden, a tal punto que para muchos usuarios de la lengua llegan a ser sinónimos. Algo es común a ambos: remiten al trazo de una pisada, a la marca de un trasegar, a la impronta de una andadura. El vestigio, en tanto huella, está en lugar de otra cosa: es presencia de una ausencia. La ausencia encuentra una suerte de notiicación de su ser en un signo que lo vuelve presente, que lo representa. Cierto que nada es más inseguro y caprichoso que una representación; pero, aun así, presta un servicio indicativo, pues motiva en quien lo percibe una conexión entre dos elementos. A esta conexión la podemos denominar señal

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(Husserl, 1995: 234). Como indicación de una situación objetiva, la señal (del vestigio) compromete un reconocimiento actual respecto de su impresión pasada. La impresión pasada, además de ser señal de algo, es también señal para alguien. Justamente para quien la percibe como tal. La percepción se torna hallazgo de lo que aparece al descubierto.

Por costumbre, quizás, rastro o huella es el término que se ha impuesto en determinados contextos. Desde luego en la vida ordinaria, pero también en reductos especializados como la etología o la criminalística. El estudioso de la conducta animal dice: “Tal depredador sigue el rastro de…”, y el detective de conductas criminales airma: “Tenemos la huella de un zapato…” En otras esferas, en cambio, se tiende a reservar el empleo de vestigio para designar lo que queda de un pasado desaparecido. Y entonces se apela a la palabra ruina como sustituto signiicante de vestigio. La arqueología es ilustrativa a este respecto. En este caso, ruina es algo más que vestigio: no tanto huella de transeúnte cuanto indicio de una materialidad degradada.

Ya se trate de vestigio, señal, huella o ruina, en cualquier caso el sustantivo está a la base del verbo investigar (investigare). Estar a la base no debe entenderse como mero asiento. Es soporte que tolera el cambio. Las palabras no son inmutables (por más que se resistan a entrar en desuso). Con el tiempo, tanto su forma de expresión como de contenido pueden variar. Son estas alteraciones las que conforman el principio de “mutabilidad del signo lingüístico” (Saussure, 2005: 154). Así, el verbo, para constituirse, ha debido sufrir una pequeña pero signiicativa transformación: se le ha tenido que anexar un preijo (in) y ha adoptado la desinencia propia del modo ininiti-vo (are). Ambos son formas de aijación gramatical. En consecuencia, la palabra es el resultado de la juntura de tres elementos mor-fológicos: in+vestigium+are. Una traducción literal nos haría saber que investigar consiste en “estar en o dentro del vestigio”. Aquí la dicción parece rehusar la intelección. Una traducción menos literal, aunque ciertamente iable, podría quedar consignada en oraciones como éstas: “Seguir la pista”, “ir tras el rastro de”, “estar atento a los vestigios”, etc. Nótese que son giros verbales compuestos. Y aunque comportan un carácter general, son menos ininteligibles que aquélla. Sólo haciendo una perífrasis podemos construirlos. En todos, directa o indirectamente, está presente el sustantivo vestigio (o al-guno de sus sinónimos); y en todos, también, el sustantivo va unido

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al ininitivo de los verbos acompañantes. Claro, otras partículas de relación (artículos, preposiciones, adverbios, etc.) son necesarias para completar la estructura sintáctica de las secuencias.

Si el preijo enseña una cierta pertenencia (en un espacio de comparecencia indeterminado), ¿qué desvela la terminación del in-initivo? En lo que concierne a la gramática, descubre una forma de ser. El ininitivo es la forma empleada para enunciar los verbos, como categoría que expresa acciones, estados, actitudes, transfor-maciones y movimiento de seres y cosas. Pero no es la forma utilizada para designar sus variaciones, los llamados accidentes gramaticales: persona, número, modo, tiempo. Con la desinencia de un verbo podemos denotar, a lo sumo, su dependencia a una clase de conjugación y su inclusión en las formas no personales (como el participio y el gerundio). Nada más. De ahí la necesidad de exteriorizar algo complementario. ¿Qué? Los “verbos en ininitivo son devenires ilimitados” (Deleuze, 1997: 74). Mientras no se conjugan o no se despliegan en expresiones concretas, remiten sólo a posibilidades de lexión en espera de ser efectuadas. Incluyen a la vez estados de cosas y predicados posibles, mezclados en una indistinción originaria. Todo en ellos es pura potencia. Cifra de todas las acciones posibles, este modo contiene la potencia (el poder) de un comportamiento o estado venidero. Ni más ni menos, de un acontecimiento. El ininitivo, en una palabra, denota un acontecimiento que está a punto de ocurrir.

Sin importar que los giros verbales mencionados sean metonímicos (pues, lejos de condensar, distienden sus contenidos constituyentes en una imagen relativa al desplazamiento), todos se articulan en la idea de señalar una praxis cuyo in es, por lo regular, distinto de ella misma. Escribimos por lo regular, debido a que no ignoramos que el investigar puede consagrarse a la averiguación de sus propios fundamentos, a la indagación de su naturaleza distintiva. Sea como fuere, la actividad inherente al investigar no es más que la investi-gación (del latín investigatio). Aunque parezca obvia, la frase no es insigniicante. No bien consultamos un diccionario corriente, allí se nos informa que investigación es “acción y efecto de investigar”. ¿Cómo salir del círculo? Estrujando un poco las repercusiones de lo dicho.

Cuando el titubeo del ininitivo investigar se resuelve de algún modo en una acción correlativa denominada investigación, la po-

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tencia de aquél se actualiza en ésta. Así las cosas, investigación es efectuación de una potencia o, a la inversa, es potencia efectuada. Quien airma “En este momento llevo a cabo una investigación dedicada a…”, simultáneamente gasta palabras, pues desconoce que ella es, en esencia, posibilidad realizada, acontecimiento desencadenado. Tal es el ser mismo de la investigación: cumplimiento de una opción investigativa. Y cumplimiento, no entendido como resultado alcanzado, éxito obtenido o producto comunicable, sino como lo que ella puede. Las investigaciones, a la sazón, se individualizan según su cantidad de poder. Lo que una investigación puede hacer, otra no lo puede hacer. En una palabra, no todas pueden hacer la misma cosa. Al deinirse en términos de potencia efectuada, la investigación supone una esencia práctica. Aún en el caso de la investigación teórica o especulativa, la acción está presente como aspecto de su deinición.

En la acción que mejor corresponde al investigar, en la investi-gación, pues, no es innecesario destacar otro aspecto, otrora sope-sado por los griegos. La acción, validada como praxis, es una parte esencial de lo humano. Aunque apelemos a una conjunción negativa para deinirla, la no-acción es también una forma de actuar: la forma encarnada por quienes obran acudiendo a procesos de re-sistencia o silencio. Gracias a ella, a la acción, los seres humanos tomamos conciencia de nuestra libertad. Sin posibilidad de actuar no sabríamos que signiica la libertad. Por supuesto, se trata de una libertad relativa, circunscrita por nuestro ser interior y el de los de-más (siempre bajo la soberanía de la ley). Esta libertad, que tanto echamos en falta cuando es restringida por una coerción exterior, o, peor, por alguna clase de violencia deletérea, nos ayuda a represen-tarnos a nosotros mismos. En ella nos auto-contemplamos y ella a la vez sirve a los otros para contemplarnos.

¿Qué dice el aprestarse a investigar, el acometer una acción investigativa? Dice lo que traduce la palabra griega archein: que vamos a ‘comenzar’, ‘conducir’ y inalmente ‘gobernar’ algo; que, en nombre de nuestra libertad, habremos de “poner algo en movimiento…” (Arendt, 2006: 201). Qué sea este comienzo investigativo es una cosa que cada quien deine en su momento y lugar. Lo propio de él, lo que se repite con ocasión de cada comienzo investigativo, no está lejos de la cualidad esencial del acontecimiento: la irrupción de lo que corta y rompe. Respecto de un continuum, el acontecimiento es

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aquello que interrumpe la serenidad de un estado de cosas, avanza con fuerza pasmosa y se instala en el mundo...

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