Multiculturalismo y capitalismo. Una lectura desde la sospecha - Núm. 13-1, Enero 2013 - Criterio Jurídico - Libros y Revistas - VLEX 521544830

Multiculturalismo y capitalismo. Una lectura desde la sospecha

AutorDiego León Gómez Martínez
CargoAbogado de la Facultad de Derecho de la Universidad Santiago de Cali
Páginas97-120

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"Hemos hecho de la diversidad una parte integral de nuestro negocio".

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1. Reflexión inicial

La diversidad étnica y cultural es una realidad histórica a la que se ha enfrentado el proyecto liberal, monista y centralista del Estado moderno occidental1. A pesar de tal proyecto, los antagonismos son propios de sociedades en las que conviven diversas cosmovisiones. Así, la acción social, leída desde una perspectiva marxista, podría ser vista como una relación contradictoria que pone a sus actores en la lucha de clases2. Sin embargo, esta perspectiva critico-hermenéutica ha sido ajena al ejercicio comprensivo de lo que los liberales han llamado, desde la sociología y antropología, multiculturalismo. Esta audaz y consciente omisión se debe a que la lucha de clases es entendida dentro de un contexto de dominación económica que no logra explicar, en términos de los liberales3, otros aspectos de ese enfrentamiento social antagónico entre mayorías y minorías identitarias.

En relación con lo anterior, puede decirse que la lucha antagónica de clases, desde la perspectiva marxista, es anulada ontológicamente por un tipo de teoría liberal que vino a tomar fuerza "hacia la segunda mitad del siglo XX, en respuesta a las atrocidades cometidas durante la II

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Guerra Mundial [en la cual] triunfó la intención de proteger los derechos de los grupos minoritarios"4. Esta perspectiva teórica es conocida bajo el nombre de multiculturalismo. Así las cosas, tendríamos que preguntarnos qué se entiende por el término multiculturalismo5.

Pues bien, siguiendo a Sartori, se puede afirmar que:

el prefijo "multi" del multiculturalismo no sólo dice que las culturas son muchas, sino también supone que son variadas, de distinto tipo. En el cesto de los multiculturalistas, "cultura" puede ser una identidad lingüística (por ejemplo, la lengua que nos constituye como nación), una identidad religiosa, una identidad étnica, y para las feministas una identidad sexual sin

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más, además de "tradición cultural" en los significados habituales de este término (por ejemplo, la tradición hebraica, la tradición occidental, la tradición islámica o bien las costumbres de unos determinados pueblos). Este condensadísimo elenco nos hace comprender enseguida lo heterogéneo que es la cesta y también cómo puede inducir a engaño. Bajo la expresión "cultura" no todo es cultura. Y debe quedar claro que una diversidad cultural no es una diversidad étnica: son dos cosas distintas.6

Siguiendo la línea argumentativa de Sartori, es importante preguntar qué significado tiene la diferenciación entre diversidad étnica y diversidad cultural. Frente a ello podría decirse que el primer término (diversidad cultural) hace alusión a las identidades propias de aspectos de raza, de lengua y de costumbres, mientras que el segundo (diversidad étnica) es una categoría mucho más amplia, que llega a contener, pero no necesariamente, las diferencias étnicas. Por tanto, etnia y cultura son conceptos incluso divergentes.

Según lo dicho, etnia y raza estarían vinculadas en una aparente relación de género a especie; sin embargo, habría que aclarar en qué sentido, puesto que la hermenéutica de los conceptos es clave para entender su uso:

Una identidad étnica no solo es racial sino también una identidad basada en características lingüísticas, de costumbre y de tradiciones culturales. En cambio, una identidad racial, es en primera instancia, una (más estricta) identidad biológica que se basa, para empezar en el color de la piel. Por otra parte, raza es también un concepto antropológico que sobre pasa, como tal, al de etnia. Por tanto hoy por hoy la distinción es sobre todo ésta: que el predicado étnico se usa en sentido neutral, mientras que raza y racial pueden ser calificaciones descalificantes para uso y consumo polémico.7

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entiende como una situación de hecho, como una expresión que simplemente registra la existencia de una multiplicidad de culturas (con una multiplicidad de significados a precisar), en tal caso el multiculturalismo no plantea problemas a una concepción pluralista del mundo. En ese caso, el multiculturalismo es solo una de las posibles configuraciones históricas del pluralismo. Pero si el multiculturalismo, en cambio, se considera como un valor, y un valor prioritario, entonces el discurso cambia y surge el problema. Porque en este caso el pluralismo y el multiculturalismo de pronto entran en colisión [...] Si una determinada sociedad es culturalmente heterogénea, el pluralismo la incorpora como tal. Pero si una sociedad no lo es, el pluralismo no se siente obligado a multiculturalizarla. El pluralismo aprecia la diversidad y la considera fecunda. Pero no supone que la diversidad tenga que multiplicarse, y tampoco sostiene, por cierto, que el mejor de los mundos posibles sea un mundo diversificado en una diversificación eternamente creciente. El pluralismo -no se olvide- nace en un mismo parto con la tolerancia y la tolerancia no ensalza tanto al otro y a la alteridad: lo acepta. Lo que equivale a decir que el pluralismo defiende, pero también frena de la diversidad [...] Además, el pluralismo, como es tolerante, no es agresivo, no es belicoso. Pero, aunque sea de manera pacífica, combate la desintegración.9

Así las cosas, el pluralismo, según Sartori, y conforme a su esencia tolerante, postula, en su relación con el multiculturalismo, una perspectiva neutra, o sea, de aceptación del Otro, pero al mismo tiempo de neutralización: "el pluralismo defiende, pero también frena la diversidad". Esto podría interpretarse como la materialización al desnudo de una política del reconocimiento orientada, según la teoría pluralista, al reconocimiento de sí a través de lo que el Otro es y me significa. Ese Otro constituye un espejo; no obstante, el Otro es la visión incompleta, distorsionada de lo que realmente se es: "la falta en el otro", diría el profesor Lacan10.

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Además, y he ahí el dilema político, el reconocimiento es el presupuesto o, si se quiere, la estrategia básica de la neutralización del Otro, perteneciente a la cultura considerada minoritaria11. Pero este reconocimiento liberal del Otro no solo lo neutraliza, sino que también lo oprime y lo domina12. A contrapelo, afirma la teoría liberal que:

[...] desde el momento en que nacemos, "el otro" desempeña un papel fundamental en la manera como vemos el mundo y nos comprendemos a nosotros mismos. Las personas construyen su identidad de una manera dialógica, en estrecha contienda con el otro. La identidad individual se construye a través de un proceso continuo de creación y deconstrucción del significado de lo que cada uno es, en el cual la "mirada" del otro desempeña un papel fundamental. Lo que expresa el otro acerca de lo que yo soy, implícita o explícitamente, determina profundamente la manera como me comprendo a mí mismo. El reconocimiento, el no reconocimiento y el falso reconocimiento del otro determinan, de manera importante, la forma como se comprenden las personas a sí mismas. El continuo falso reconocimiento o no reconocimiento de las personas puede llevarlas a interiorizar concepciones negativas sobre sí mismas que generan graves problemas de autoestima y respeto de sí. El reconocimiento es, pues, una necesidad humana que, cuando no se satisface, puede causar graves perjuicios.13

Para ello, según la teoría liberal, se hace necesario que en la esfera pública en la que actúan los hombres se garantice la igualdad de culturas, precisamente a través de una política del reconocimiento que valore a los sujetos individuales y colectivos en términos de igualdad y que, a su vez, denuncie la ausencia y el falso reconocimiento como formas de opresión en el plano sociopolítico. Este argumento pone a la política del reconocimiento en el plano o en la dirección de la dignidad individual, puesto que solo puede decirse que las personas son iguales por motivo de su condición humana. Y esto, comprendido en el

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contexto de la acción pública, refiere en términos de democracia a la teoría multicultural.

Ya en el plano de igualdad democrática, se impone, según esto, un respeto por la diferencia basado en el principio moral igualitario de dignidad y en la idea que señala que los individuos tienen el derecho inalienable a construir una identidad propia. Lo anterior podría llevarse a cabo con la materialización de estas dos últimas ideas, es decir, el reconocimiento igualitario de cultura e individuos y la concreta denuncia de que el no reconocimiento y el falso reconocimiento son formas de opresión en sociedades diversas y democráticas. Esto es a lo que Bonilla Maldonado se refiere con el concepto de liberalismo sustantivo, por oposición al liberalismo procedimental14que abiertamente rechazaba Charles Taylor para estructurar teóricamente su política del reconocimiento15.

Taylor afirma que una sociedad puede a la vez ser liberal y defender un fin colectivo a través del Estado, si protege los derechos fundamentales de las minorías. Esta perspectiva [...] argumenta entonces a favor de la continuidad entre moralidad y política y exige que jueces, legisladores y miembros del Poder Ejecutivo tengan en cuenta en sus decisiones el fin colectivo de la comunidad. Taylor estima que este modelo

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puede defenderse moralmente cuando las comunidades y sus gobiernos consideran como axiomática la supervivencia y el fortalecimiento de su cultura tradicional. [...] De esta manera, el liberalismo sustantivo es un modelo neutral, imparcial y atemporal en el cual todas las culturas pueden coexistir pacíficamente, y reconoce explícitamente que sus raíces están sumergidas en la tradición occidental cristiana.16

Lo anterior sugeriría que la política del reconocimiento es un multiculturalismo pluralista o un...

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