La Séptima Papeleta o el origen de la Constitución de 1991 - La Séptima Papeleta. Historia contada por algunos de sus protagonistas - Libros y Revistas - VLEX 341691666

La Séptima Papeleta o el origen de la Constitución de 1991

AutorFernando Carrillo Flórez
Cargo del AutorAsesor principal de la Oficina Especial para Europa del Banco Interamericano de Desarrollo.
Páginas23-64
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La Séptima Papeleta o el origen de la Constitución de
19911
Fernando Carrillo Flórez2
Introducción
Una Constitución es a la vez un instrumento político, una arquitectura jurídica,
la materialización de un momento histórico con voluntad de perdurar y una
herramienta de consolidación democrática que expresa una concepción del
poder político.3 El origen de la Constitución de Colombia de 1991 no puede
separarse de la “Marcha Estudiantil del Silencio” al Cementerio Central el 25
de agosto de 1989, una semana después del magnicidio de Luis Carlos Galán.
Tampoco puede divorciarse de la aparición de la séptima papeleta como
punto de arranque de todo el proceso de cambio constitucional. Además, fue una
verdadera cruzada de lo que ahora se llama la sociedad civil emergente con-
tra los obstáculos que impidieron durante décadas materializar una reforma
constitucional en Colombia.
Esos tres factores conjugados explican el desarrollo de un proceso que,
lejos de lo que puede pensarse en un primer momento, es más propio de una
sociedad con una tradición legalista y en últimas civilista y electoral.4 Ahí radicó
la fuerza de la idea y las consecuencias inmediatas que generó en la historia
constitucional de Colombia, la cual quería abrir sus páginas de otra manera al
siglo XXI.
La generación de la constituyente
La “Generación de la Constituyente” es una posterior a la denominada “Ge-
neración del Frente Nacional”, pero una que le ha tocado sufrir tanto la media
docena de violencias como el cambio cronológico y material de siglo. Y es
sin duda la primera generación en Colombia de la globalización política. Por tal
1 Artículo publicado en la Revista del Rosario Nº 594, pp. 140-154, (primera parte).
2 Asesor principal de la Of‌icina Especial para Europa del Banco Interamericano de Desarrollo.
Profesor del Instituto de Estudios Políticos de París y del Instituto de Altos Estudios para América
Latina en la misma ciudad.
3 Badinter, R. (2002).
4 Para no mencionar lo que implicó en inversión de “capital político” asociado al “capital social”
que requiere un esfuerzo de esta magnitud para la mayoría de los actores involucrados en el proceso.
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La Séptima Papeleta: historia contada por algunos de sus protagonistas
razón, los cambios profundos tanto en el plano internacional como de la so-
ciedad colombiana debían llevar a encontrar respuestas consistentes con unas
nuevas realidades donde lo único imposible era permanecer en la preservación
del statu quo.
Porque la fuerza libertaria de los vientos del huracán de la Europa del
Este imprimió un gran sentido generacional a la participación en la lucha polí-
tica. La presencia de estudiantes recién salidos de la adolescencia en las plazas
de Pekín, Praga y Bucarest fue la materialización de un grito globalizante de
ciudadanía. La onda de plebiscitos ambulantes no iba a dejarse interferir por
quienes desde nichos privilegiados de una democracia representativa en estado
de inercia querían frenar expresiones reales de una sociedad civil en ascenso.
Ortega y Gasset decía que una generación aparece cada quince años. Es
claro que el movimiento estudiantil de comienzos de los años noventa cubre toda
una generación que luchó por encontrar respuestas distintas a lo propuesto por
generaciones anteriores. Sin embargo, el proyecto generacional que tuvo como
principal logro la Constitución de Colombia de 1991 no solo incluye a quienes
fuimos parte del movimiento de la Séptima Papeleta.
Fue más una reacción de conjunto a quienes se aferraban –y hoy algu-
nos siguen aferrados– a la violencia como expresión valedera de una supuesta
posición política. Las muertes de Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Luis Carlos
Galán fueron el factor que unió muchas voces de diferentes orígenes ideoló-
gicos para llegar a converger en el movimiento de la Séptima Papeleta. Fueron
los hechos de ese fatídico 1989 los factores que gatillaron el proceso.
Un proceso constituyente que, visto una década y media después, le exten-
dería la partida de defunción a los argumentos de quienes, después de perder esta
oportunidad privilegiada de participación, se les acabarían las justificaciones
políticas para acudir al uso de la violencia. Como se ha visto en los últimos meses
en Colombia, no es una coincidencia que sean hoy las fuerzas más progresistas
de la sociedad colombiana quienes se hayan erigido en defensoras de la
Constitución de 1991.
No puede olvidarse entonces que a esta “Generación de la Constitu-
yente” se le cae el muro de Berlín en la cara, la asalta el proceso naciente de
la globalización y, en Colombia, le toca acostumbrarse a lidiar con el problema
de la media docena de violencias –la política, la social, la económica, la gue-
rrillera, la paramilitar, la terrorista, etc.–. Frente a la lucha de generaciones
anteriores tiene un parámetro muy alto en términos de ejecutorias: el proceso
constituyente de 1991.
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La Séptima Papeleta o el origen de la Constitución de 1991
Ordinariamente se dice que hay liderazgo cuando se logra que las cosas
pasen, y a esta generación le tocó intervenir en este proceso único que se pre-
senta pocas veces en la historia. La constituyente fue pues un hecho generado
desde la orilla de la sociedad civil y protagonizado por una generación que se
estaba apenas asomando a la vida pública. Una generación que debía dejar
atrás –entre otras cosas– el error imperdonable de confundir las elecciones con
la democracia política.5
El diseño y la innovación constitucional
El proceso constituyente de 1991 no es ajeno a las múltiples dif‌icultades y
grandes obstáculos propios de sociedades divididas como la colombiana.6 No
es producto del azar que, a partir de f‌inales de los años ochenta,7 los procesos
de “hacer las Constituciones” vayan mucho más allá de reunir un grupo de
expertos nacionales e internacionales para convertirse en verdaderos pactos
de relanzamiento de acuerdos políticos y sociales dentro de la democracia.
La obsesión por Constituciones “hechas a la medida” –y no documentos
con instituciones prestadas o mal injertadas– ha sido una tendencia clara, pese
a que en la práctica pocos países lo hayan logrado. Colombia misma desde su
independencia ha sido víctima de copiar y homologar instituciones muchas
veces híbridas y difíciles de poner en marcha. La excepcionalidad y especif‌i-
cidad de nuestra realidad llevó a mirar con escepticismo la simple importación
de instituciones foráneas como sucedió en otros momentos de la historia ins-
titucional del país.
A ello había que sumar el camino ya recorrido en materia de intentos
de reforma, bastante decantado respecto de lo que había que incorporar como
nuevas normas constitucionales. Sin desestimar, claro está, el espacio para la
innovación constitucional producto de la batalla de las ideas que se iba a dar
tanto en el proceso preconstituyente como constituyente mismo.8
Allí es sabido, por ejemplo, que la presidencia americana en la Consti-
tución de Filadelf‌ia de 1787 –una de las contribuciones más originales a la teoría
democrática– no fue un resultado planeado, sino la consecuencia de la insu-
5 Ver Dahrendorf, R. (2002).
6 Horowitz, D. (1999).
7 Los ejemplos de las nuevas democracias de Europa del Este, África, Asia y la ola democra-
tizadora de América Latina suponen la tentación comparativista en la cual muchas instituciones
aparecen como prestadas de otras realidades.
8 Para una descripción detallada de lo que implicó el proceso, ver Cepeda, M. J. (1992).

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