Profesor Carlos Augusto Gálvez Argote - Núm. 10, Diciembre 2013 - Cuadernos de Derecho Penal - Libros y Revistas - VLEX 591567730

Profesor Carlos Augusto Gálvez Argote

AutorCarlos Augusto Gálvez Bermúdez
Páginas223-243
223
Cuadernos de Derecho Penal, ISSN: 2027-1743, febrero de 2014
PROFESOR CARLOS AUGUSTO GÁLVEZ ARGOTE.
CARLOS AUGUSTO GÁLVEZ BERMÚDEZ.
Agradecemos al Profesor Carlos Augusto Gálvez Argote, Catedrático
de Derecho penal de la Universidad Colegio Mayor de Nuestra
Señora del Rosario, Profesor de la Especialización en Derecho Penal
de la Universidad Nacional de Colombia y exmagistrado de la Sala
de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia de Colombia, por
habernos recibido en su Biblioteca y concedernos esta entrevista.
CDP: En primer lugar, nos gustaría conocer acerca de la faceta
de su vida como funcionario judicial. ¿Podría contarnos sobre su
trayectoria como Juez, Agente del Ministerio Público y Magistrado
de la Corte Suprema?
Profesor Carlos Augusto Gálvez Argote: Con mucho gusto,
debiéndole manifestar, antes que todo, mi real sorpresa por
establecer este diálogo que, a manera de entrevista, pretende
recuperar este deambular por los libros, por la ciencia, por la justicia
y, básicamente, por el horizonte de nuestro Derecho penal, que
como puede darse cuenta, es lo que invade esta biblioteca, donde
además, en forma tan acertada, ha querido usted que lo haga;
y si bien he sido renuente a las distinciones, con el mayor gusto
trataré de vivicarle este trajinar, bajo el entendido de que quien a
ello se atreve, necesariamente, es porque también empieza a vivir
este saber, y, lo que es más importante, a quererlo, traspasando la
lección universitaria, la pura letra de la ley, el frío pronunciamiento
jurisprudencial y hasta con el de la propia doctrina, para acercarse
a los forjadores de esos pensamientos, y poder saber quiénes eran
o quiénes son como seres humanos, compenetrándose y viviendo
esta ciencia, para así sentirla, lucharla y hacer ver a las generaciones
venideras, que ser abogado, y, seguramente, con mayor razón
penalista, no exige únicamente un título que así lo reconozca, sino
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serlo en su esencia, única forma de poderlo aprender, enseñarlo
y ejercerlo, bien administrando justicia o pidiéndola. Es por ello,
que debo expresarle al señor Director de la Revista y a usted como
su Coordinador, mis más innitos agradecimientos, no solo por
honrar mi biblioteca con su presencia, dejándome sin palabras al ver
que hayan pensado en mí para este diálogo, sino porque también
comparten mi posición, en cuanto a que el estudio del Derecho
penal y su ejercicio, siempre se enriquecerá, trabajándolo lejos de
las extrañas arrogancias que ahora nos toca ver, como si la ciencia
tuviera y fuera simplemente una gura.
Así, con esta licencia que me he dado, para poder revivir este
decurso por el saber penal, debo decirle que al parecer nací para
ser abogado, y sobre todo abogado penalista, pues antes de iniciar
mis estudios universitarios, que los cursé en la Universidad La Gran
Colombia de esta ciudad, es decir, cuando estaba en el bachillerato,
acudía voluntariamente a una pequeña biblioteca distrital, cuando
existían, por allá en la década de los años sesenta, a revisar qué
libros había, convirtiéndome en un inesperado colaborador de la
bibliotecóloga para la organización de los mismos, encontrando que
en tan básica biblioteca de barrio, había dos libros de Derecho, y
los dos, de Derecho penal: “Nuevas bases del derecho criminal” del
Profesor Luis Carlos Pérez y las “Las defensas penales” de Jorge
Eliécer Gaitán, que procedí a leer cuando salía del colegio a las cinco
de la tarde y los sábados. Seguramente, poco entendía de lo que
trataban, pero sí lo suciente para pensar que a la hora de escoger
la carrera que debía seguir al entrar a la Universidad, bien podía ser
la de la abogacía, que además resultaba coincidiendo con la que mi
papá me iría posteriormente a insinuar.
Así empecé a estudiar nocturno, pero no, imprescindiblemente, por
la necesidad de hacerlo, sino porque al ser conocedor que la única
biblioteca importante con la que contábamos en la ciudad, la Luis
Ángel Arango, sólo la abrían en ese tiempo durante el día, se mi iría
a dicultar el estudio, pues ya concurría a ese centro bibliotecario
como mi común lugar de estudio y de investigación, lo cual hacía
con la cédula de mi papá porque en esa época la mayoría de edad
era a los veintiún años, y ese era requisito para entrar, y un portero
que hice amigo, me colaboraba para dejarme ingresar.
Ya cursando mi carrera, en segundo año, nuestro siempre recorda-
do doctor RICARDO MEDINA MOYANO, para ese entonces Ma-
gistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, y luego

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