Las tensiones entre los derechos humanos y la política de la reconciliación: un estudio de caso sudafricano - Segunda parte - Justicia transicional. Teoría y praxis - Libros y Revistas - VLEX 52394884

Las tensiones entre los derechos humanos y la política de la reconciliación: un estudio de caso sudafricano

AutorStephanus F. Du Toit
Cargo del AutorFilósofo, director del Programa de reconciliación en el Instituto para la Justicia y la reconciliación con sede en Ciudad del Cabo, e investigador asociado en la Universidad de Stellenbosch
Páginas242-279

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Una tensión que perdura

El santo grial de la justicia transicional es una relación que se articula en diversas formas, como la tensión entre Justicia y Paz, entre la búsqueda de la verdad judicial y aquella extrajudicial, o entre los derechos humanos y la reconciliación. La preservación de esa relación requiere de un compromiso político sostenido.1

La Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC, por su sigla en inglés)2fue la encargada de manejar esta tensión durante la transición de Sudáfrica del apartheid a la democracia y de hacerlo de manera tal que creara un impacto sobre la opinión pública. Las audiencias de las víctimas no sólo tenían que celebrarse al mismo tiempo que las audiencias de amnistía, sino que tenía que ser evidente que así fuera.

Esta tensión, entre las exigencias planteadas por los derechos de las víctimas y la justicia, por una parte, y la reconciliación y la sanación con los perpetradores, Page 243 por otra, caracterizó el trabajo de la Comisión. Nunca fue fácil, y hubo intensos debates acerca de la naturaleza y el equilibrio de estos intereses, diferentes a lo largo de la vida de la Comisión. A pesar de su doble enfoque, el proceso tenía que mantener su énfasis en las víctimas. Eran las víctimas, por encima de la justicia legal, quienes debían atribuir significado y justificar la opción por la verdad, la amnistía y la reconciliación. Eran ellas quienes debían hacer un llamado para ponerle fin a la violencia y adoptar medidas tendientes a seguir hacia adelante. Sus testimonios tenían que marcar la pauta y recordarle a los sudafricanos las razones por las cuales los perpetradores no serían castigados.

El resultado fue el reconocimiento de la validez complementaria de las dos metas: la justicia y la reconciliación, de manera tal que la una proporcionara los parámetros para el uso legítimo de la otra.

Esta estrategia resultó ser expediente políticamente: la reconciliación sin justicia habría sido insostenible. Habría buscado la armonía pero sin fomentar efectivamente relaciones más equitativas. Por otra parte, la justicia sin reconciliación habría corrido el riesgo de caer en interminables ciclos de recriminación y castigo que le permitirían al pasado limitar las posibilidades futuras. Más aún, el énfasis unilateral en la justicia -o en los derechos humanos-, a expensas de las medidas de reconciliación, habría significado una probable reducción de los tipos de verdad que las víctimas requieren para poder seguir adelante.

El propósito de este trabajo es examinar esta misma tensión entre reconciliación y justicia -o derechos humanos-, tal como se da en el actual discurso político sudafricano, pasados once años de recorrido por el camino democrático. Asumiré, como punto de partida básico, una hermenéutica dialógica entre derechos humanos y reconciliación, similar a la que operó al interior de la TRC.3Espero que lo que sigue ilustre la tesis de que derechos humanos y reconciliación siguen necesitándose mutuamente en la Sudáfrica de hoy. Page 244

Una historia bien conocida

La historia de la transición política de Sudáfrica es ya bien conocida: la historia de cómo los jóvenes lideraron una revuelta popular en 1976, en contra de la política racista del apartheid, lanzándose a las calles y logrando hacer ingobernables numerosas partes del país; de cómo la presión internacional aumentó y las sanciones ocasionaron la caída libre de la economía a mediados de los ochenta; de cómo, durante ese mismo período, los enemigos comenzaron a reconocer un estancamiento militar y cómo, subrepticiamente, se consideraron opciones para dialogar con el enemigo; de cómo, a partir de 1987, se organizaron varias reuniones clandestinas, primero en África y luego en otros lugares del extranjero, a pesar de las airadas reclamaciones del gobierno y de los medios en el sentido de que negociar con terroristas equivalía a "formar causa común con ellos"; de cómo los estereotipos de parte y parte comenzaron a disolverse como resultado de estas reuniones; de cómo el Ministro de Justicia, Kobie Cohetes, se reunió repetidamente con Nelson Mandela en la prisión después de que un encuentro casual con Winnie Mandela en un vuelo nacional proporcionó un punto de contacto; de cómo, desde la prisión, Mandela desafió al Presidente Botha en 1989 al declarar: "Un acuerdo con el Congreso Nacional Africano [ANC, por su sigla en inglés] y la introducción de una sociedad no racial es la única forma en que nuestro rico y hermoso país puede salvarse del estigma que repugna al mundo"; de cómo estos dos líderes se reunieron en el despacho presidencial sin el conocimiento de siquiera los más altos funcionarios gubernamentales; de cómo FW De Klerk subió al poder en 1989 después de que Botha padeciera un derrame cerebral, y en tres meses, el 2 de febrero de 1990, liberó a Mandela y levantó la prohibición al ANC; de cómo la violencia política, en gran parte orquestada por desilusionados miembros de las fuerzas de seguridad, aumentó hasta alcanzar la intensidad de una guerra civil de bajo nivel, durante los tres años siguientes, amenazando una y otra vez el proceso de paz; de cómo las negociaciones formales se iniciaron, se rompieron y se reiniciaron para luego romperse de nuevo y reiniciarse posteriormente; de cómo la población blanca votó por la democracia en un referendo que le proporcionó a De Klerk el mandato para seguir adelante; de cómo un documento clave -el Memorando de Entendimiento-, firmado en septiembre de 1992, preparó el camino para Page 245 un sistema político basado en el principio de 'un hombre, un voto', en vez de un sistema federal, como quería el Partido Nacional (NP por su sigla en inglés), basado en los derechos de grupo arraigados en un gobierno de permanente poder compartido; de cómo el asesinato de Chris Hani, el 10 de abril de 1993, y el ataque derechista al edificio donde se llevaban a cabo las negociaciones, el 25 de junio de 1993, llevó al país al borde del caos; de cómo los funcionarios insistieron en dialogar y finalmente firmaron una Constitución provisional que establecía un Consejo Ejecutivo Transicional que preparó el camino para las elecciones democráticas de abril de 1994, y que terminaba con el ya famoso epílogo que describía la Constitución como "un puente histórico entre el pasado de una sociedad profundamente dividida y caracterizada por la lucha, el conflicto y el sufrimiento y la injusticia indecibles, y un futuro basado en el reconocimiento de los derechos humanos, la democracia, la coexistencia pacífica y las oportunidades de desarrollo para todos los sudafricanos, sin importar el color, la raza, la clase social, las creencias o el género"; de cómo, mediante una difícil mezcla de negociaciones y auto-evaluaciones realistas, se convenció tanto a la derecha (un mes antes) como al Partido de la Libertad Inkatha, dominado por los zulúes (pocos días antes), de que participaran en la elección como partidos políticos; de cómo una Asamblea Nacional elegida democráticamente manejó la redacción de la progresista Constitución de 1996, con base en más de 2 millones de propuestas públicas; de cómo el Parlamento adoptó el Acta No. 34 de Unidad y Reconciliación Nacional en 1995, ordenando la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación que buscaría construir un recuento "lo más completo posible" de las pasadas violaciones de los derechos humanos, otorgaría amnistías con base en la proporcionalidad entre delito y objetivo, la motivación política y la narración de la verdad, y recomendaría estrategias de reparación a las víctimas; de cómo la TRC se convirtió en el instrumento más importante de la crucial metáfora política sudafricana -la reconciliación- y cómo ésta abrió caminos mediante su habilidad para involucrar al público y narrar la historia del sufrimiento; y de cómo, aun así, fue criticada y admirada, maldecida y venerada, tanto en el país como en le resto del mundo.4 Page 246

Esta historia de la transición sudafricana se hizo conocida en parte porque tomó por sorpresa a tantos comentaristas políticos. Pues parecía, durante casi toda la década de los ochenta, que la guerra civil era la conclusión más realista. No obstante, a partir de 1994, cuando Sudáfrica se dedicó a la tarea menos dramática y más mundana de la reconstrucción económica y social, decreció el interés. Los análisis, que se enfocaron más bien en los fracasos, tales como el de las políticas del país con respecto al VIH/SIDA y a Zimbabwe, no lograron captar la magnitud y las complejidades del cambio realizado a partir de 1994, a nivel político y socioeconómico.

Un nuevo contexto

El actual paisaje político sudafricano ya no se halla definido por simples líneas de conflicto pasado. Están surgiendo nuevos conflictos que a veces coinciden con las divisiones del pasado, pero que a menudo definen nuevos antagonistas, a medida que los grupos compiten por las prebendas del desarrollo social y económico. Aunque se trate de un fenómeno perfectamente normal, el conflicto político en una sociedad transicional debe manejarse con cuidado. La estabilidad no es irreversible cuando las instituciones, las costumbres y las prácticas democráticas tienen apenas once años de existencia.

Los políticos no siempre comparten esta posición con respecto a la necesidad de un cuidado tal. Sea que lo consideren una señal de madurez, o lo vean como una señal de retroceso, el hecho es...

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