Testigos históricos y sujetos de justicia - Tercera parte - Justicia transicional. Teoría y praxis - Libros y Revistas - VLEX 52394888

Testigos históricos y sujetos de justicia

AutorIván Cepeda Castro; Claudia Girón Ortiz
Cargo del AutorFilósofo, director de la Fundación "Manuel Cepeda Vargas"; Sicóloga, coordinadora de proyectos de la Fundación "Manuel Cepeda Vargas"
Páginas375-387

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Las comunidades perseguidas, los sobrevivientes y los familiares de las víctimas directas de un conflicto armado, o de la cruenta represión de un régimen despótico, mediante la participación pública cumplen la doble función de ser testigos históricos de excepción y sujetos de justicia.1

La realización de dichas funciones por parte de las víctimas depende al menos de dos hechos. El primero de ellos atañe a que esas personas y comunidades han sufrido acciones destructivas, cuyos alcances rebasan el daño individual o familiar, debido a que la violencia sistemática tiene un carácter esencialmente político, pues transforma de manera radical la vida colectiva al romper los lazos sociales e imponer determinados modelos de dominación. La memoria de la violencia y la guerra es histórica en la medida en que da cuenta de acontecimientos que han socavado los cimientos de una sociedad.2 De ahí que esa experiencia, y su posterior reconstrucción por medio del testimonio, entrañen verdades y explicaciones que conciernen a los peligros que acechan los a fundamentos de la convivencia social. Los portadores de esa memoria son los testigos de excepción de las manifestaciones de la violencia. Page 376

El segundo hecho es que las víctimas son quienes sufren los ultrajes. Tal situación, sumada a la circunstancia de que ellas pueden optar por no emplear los mismos métodos que han usado sus agresores para intentar subsanar el perjuicio ocasionado, y con ello, buscar una alternativa que implique la no repetición de actos similares en el futuro, les otorga una condición de superioridad moral con relación a los autores de los crímenes, y las convierte en referentes éticos para la sociedad en su conjunto. Naturalmente, existe siempre el riesgo de que se imponga la réplica vengativa ante la ofensa recibida, pero ésta no es una respuesta inexorable. Por lo general, las víctimas son civiles y no combatientes, que se encuentran inermes en el momento de los ataques, y que quedan sumidos en un estado de vulnerabilidad mayor como resultado de la fuerza y la crueldad empleadas en su contra. Si bien es cierto que existen situaciones y momentos en que se alternan la condición de agredido y agresor en un mismo individuo o grupo, la diferencia entre ambos roles es de carácter irreductible. Siempre se podrá saber, con diversos grados de precisión, en qué circunstancias y contextos alguien ha sido objeto o autor de la violencia, por más que ésta sea generalizada y confusa. La búsqueda de justicia por las vías legales e institucionales no es equiparable a la acción vengativa. Independientemente de los reparos que se deben tener hacia la justicia punitiva, es clara la diferencia entre acudir ante un juez en busca de sanción penal y cometer un homicidio como retaliación por el daño recibido.

Las dificultades del reconocimiento de las víctimas como sujetos

Hacer valer la condición ética e histórica de las víctimas no es fácil. No es un hecho dado que quienes han presenciado situaciones violentas, o han sobrevivido a ellas, quieran reconocerse como víctimas. En algunas personas opera el fenómeno de la búsqueda, consciente o inconsciente, de la negación de los sucesos traumáticos. Para otras, admitir que se les llame víctimas, o que ellas mismas hagan uso de tal apelación, significa en sí mismo un atentado contra su dignidad y autovaloración, debido al sentido negativo que le atribuyen a esta noción.

Pero además de este aspecto subjetivo que plantea ya dificultades, se presentan aquellos obstáculos que provienen del contexto sociohistórico. En circunstancias Page 377 en que priman la impunidad y la exclusión, las víctimas son ignoradas, estigmatizadas o consideradas como seres desvalidos. El tratamiento degradante, cuyos efectos han padecido, las coloca en una situación desventajosa para exigir sus derechos.

Las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos y de infracciones al derecho humanitario han sufrido, directa o indirectamente, el impacto de la violencia. Los actos inhumanos que han comprometido su integridad, su bienestar físico y psicológico, y su proyecto de vida, generan efectos que pueden llegar a ser irreversibles. En la mayoría de los casos, los crímenes perpetrados quedan en la impunidad, añadiendo al sufrimiento original provocado por la violencia, un sentimiento de injusticia que afecta sensiblemente el ejercicio pleno de los derechos de la persona.

A estos severos daños se agrega la circunstancia de que las víctimas son objeto de un desconocimiento sistemático. En Colombia, por ejemplo, una condición de discriminación particular es aquella de las personas lesionadas por abusos o crímenes cometidos por agentes estatales. Su invisibilidad social se debe a que, con contadas excepciones, el Estado no reconoce la responsabilidad de sus agentes en hechos que vulneran los derechos y las libertades fundamentales de los ciudadanos. Esta protuberante discriminación se manifiesta en una de sus formas más aberrantes, cuando los altos dignatarios del Estado denigran o calumnian públicamente a las víctimas de la acción estatal que exigen esclarecimiento y justicia.

El rechazo y la indiferencia hacia las víctimas de la violencia son comprensibles: en los períodos en que las graves violaciones a los derechos humanos se hacen frecuentes, nadie quiere tener contacto con quienes las han padecido directamente, ni tampoco oír la verdad sobre los hechos que producen terror. La mayoría opta por seguir inmersa en las ocupaciones cotidianas, o escapar, a través de la distracción mediática, de todo aquello que recuerde la tragedia colectiva. Cuando sobreviene el fin de una época de terror, muchos buscan prohibir todo lo que evoque el pasado, pues creen, equivocadamente, que el pacto social de silencio sobre lo ocurrido, o el consenso sobre una reconciliación artificial, lograrán sanar las profundas heridas dejadas por el pasado. Page 378

La problemática de las víctimas está relacionada con la deshumanización de las relaciones sociales, como correlato psicosocial de la guerra. Esta noción hace referencia a procesos mentales y emocionales desencadenados en cada uno de los individuos de una sociedad por imperiosas necesidades de adaptación y construcción de significaciones frente a una situación objetiva de crisis profunda, en la cual se ve amenazado algo que es, o se considera, vital.3Según J. Samayoa, de acuerdo con la anterior definición, en contextos de conflicto armado y violencia sociopolítica, la deshumanización, cuyas expresiones más evidentes son los crímenes masivos, no es un mero resultado accidental de la guerra, sino un recurso que ocupa un lugar central en la estrategia de destrucción de comunidades enteras. Dicha estrategia contribuye a la aceptación de patrones aberrantes de pensamiento y conducta social que se articulan constituyéndose en la forma predominante de situarse en la realidad.

La deshumanización de las relaciones sociales responde a modificaciones en los esquemas cognitivos y en los comportamientos y prácticas de distintas capas de la población. Tales modificaciones suponen un empobrecimiento de atributos y valores específicamente humanos como la capacidad de pensar lúcidamente para identificar prejuicios y temores irracionales, el sentido de solidaridad y la sensibilidad con relación al sufrimiento, la flexibilidad y el respeto frente a las diferencias, la voluntad de comunicarse con veracidad, la confianza en la palabra del otro, la capacidad de mantener la esperanza en la transformación de las condiciones adversas, etc.4

Desde el punto de vista social, lo problemático estriba en el grado de generalización de estos patrones a cantidades...

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