Auge económico, neoliberalismo y crisis - Segunda Parte - Economía y nación: una breve historia de Colombia - Libros y Revistas - VLEX 845670572

Auge económico, neoliberalismo y crisis

AutorSalomón Kalmanovitz
Páginas407-457
407
capítuLo viii
auge económico,
neoLiberaLismo y crisis
El 26 de febrero prendimos la ciudad de la quince para arriba, la
tropa en todas partes, vi matar muchachos a bala, niñas a bolillo,
a Guillermo Tejada lo mataron a culata, eso no se olvida. Que
di piedra y me contestaron con metralla. Que cuando hubo que
correr corrí como nadie en Cali. Que no hay caso, mi conciencia
es la tranquilidad en pasta, por eso soy yo el que siempre tira la
primera piedra.
Andrés Caicedo, El atravesado
introducción
En los setenta el país vivió procesos cíclicos intensos: un auge inusita-
do de la acumulación, seguido de dos recesiones. Tales movimientos
fueron promovidos por la expansión y contracción de la economía
internacional, por la vía de la demanda de exportaciones colombianas.
Se registró también durante la década un cambio de orientación en
las políticas estatales, al reducirse la intervención pública en la eco-
nomía privada. Colombia se abrió al comercio internacional no solo
porque la política económica así lo promovió, sino porque las rentas
de exportación f‌inanciaron un volumen creciente de importaciones.
Al principio de la década se ampliaron las exportaciones ma-
nufactureras y de productos agropecuarios (algodón, azúcar, tabaco,
banano y carne), pero más adelante perdieron dinamismo. Sin embar-
go, el valor de las exportaciones se elevó con la bonanza cafetera de
1976 a 1978 y con la del narcotráf‌ico de 1978 a 1983; ambas afectaron
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perversamente al conjunto de la economía al f‌inanciar y abaratar las
importaciones y encarecer las exportaciones —efectos ambos de la
revaluación del peso frente al dólar—, contribuyendo así a la desin-
dustrialización del país.
Es paradójico que una economía como la colombiana se desa-
rrolle más profundamente, aunque con mayor lentitud, bajo el signo
de un crónico déf‌icit externo que contando con un superávit, el cual,
en vez de acelerar la acumulación de capital, contribuye a destruir
la parte de ese capital que no puede competir con las importaciones,
además de perder mercados externos. La paradoja se resuelve, como
se verá, al considerar que el superávit externo se logró con base en
exportaciones que contenían escaso trabajo (rentas del café, rentas
mucho más altas derivadas del narcotráf‌ico), las cuales f‌inanciaron
importaciones densas en trabajo, desplazando de los mercados a la
mano de obra nacional.
La liberación f‌inanciera concedida por el Gobierno enrareció
la atmósfera de la acumulación de capital, desató olas especulati-
vas y facilitó la concentración de empresas en las manos de viejos y
nuevos grupos f‌inancieros y, en especial, un encarecimiento de las
tasas de interés, que en los últimos años del periodo sobrepasaron
la tasa de ganancias. Cualquier sistema capitalista en que el interés
supere la ganancia entra en barrena, pues se frena su acumulación,
se comprime el consumo y se distorsionan las señales del sistema,
lo cual desfavorece en general el desarrollo del trabajo productivo y
fortalece en cambio el rentismo, el parasitismo.
Las altas tasas de interés se desataron al f‌inal de la década en
el mundo capitalista. La mayoría de los países, tanto maduros como
de desarrollo tardío, se alejaron de las orientaciones keynesianas. La
misma crisis internacional, su intensidad y larga duración y los inten-
tos fallidos por reactivar las economías, sentaron a los keynesianos
en el banquillo de los acusados. La intervención estatal fue identi-
f‌icada por las derechas del mundo capitalista como la responsable
del desbarajuste, que asumió ahora una forma peculiar: una combi-
nación de estancamiento e inf‌lación, denominada estanf‌lación. Con
Chicago a la cabeza, la derecha adujo que la expansión de la oferta
monetaria mediante el crédito abundante y barato a los particulares
y al Estado conducían necesariamente al alza del nivel de precios.
La tributación del capital fue impugnada, pues se le atribuyó el de-
terioro de la rentabilidad, lo mismo que la falta de competitividad
en los mercados laborales producida, obviamente, por los grandes
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sindicatos. Los gastos sociales del Gobierno, según ellos, habían
conducido a la pérdida de disciplina laboral y a la reducción de la
productividad del trabajo.
Las recetas ortodoxas de política económica se pusieron de
nuevo a la orden del día. Por todas partes surgió la austeridad mo-
netaria y f‌iscal como panacea contra la inf‌lación. Las tasas de interés
se elevaron en términos reales como resultado de la escasez inducida
de dinero y fondos prestables. Los impuestos al capital fueron redu-
cidos en Estados Unidos e Inglaterra, recortados los gastos sociales
y aumentados los militares.
No es cierto que las depresiones del capitalismo sean tan simples
o puedan ser circunscritas exclusivamente a la esfera monetaria. La
crisis internacional que comienza a abrirse camino a partir de 1971 se
establece dentro de una onda larga de estancamiento o contracción
y de agotamiento de las innovaciones tecnológicas, después de una
fase de prosperidad que se inició con la Segunda Guerra Mundial. En
las raíces del fenómeno se encontraban los factores autodestructivos
que siempre genera la misma acumulación capitalista; en particular,
la creciente dotación de capital, mayor que las adiciones al producto,
es decir, una creciente composición de capital y una menor produc-
ción de plusvalor por unidad de capital1. Los neorricardianos, por su
parte, señalaron que la acumulación con pleno empleo y democra-
cia política había volcado la distribución a favor de los trabajadores
y estrangulado por consiguiente las ganancias, hecho que a su vez
deterioró las nuevas inversiones e impulsó la inf‌lación, arma con
la que se defendían los capitalistas2. De lo anterior puede colegirse
que la posición ortodoxa fue muy esquemática como para ser cierta;
los resultados de sus políticas muestran que al enfrentar problemas
complejos, estas en algunos casos agudizaron los desequilibrios exis-
tentes y la cura de la inf‌lación se logró a veces sobre la base de una
destrucción masiva de puestos de trabajo. La crisis del capitalismo
no tiene solución mientras el sistema productivo no destruya una
1 Anwar Shaikh, “La actual crisis económica mundial: causas e implicaciones”, en
Investigación Económica, núm. 165, julio-septiembre de 1983; William Ashworth,
Historia del comercio internacional, México, fce, 1978, p. 341.
2 Andrew Glyn y Bob Sutcliffe, British Capitalism, Workers and the Prof‌it Squeeze,
Londres, Penguin Books, 1972. También Thomas Weisskopf, “Teoría marxista de
la crisis y tasa de ganancia en la economía norteamericana de la posguerra”, en
Estados Unidos, una visión latinoamericana, Cuadernos Semestrales, i, México, 1981.
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