Delitos contra la libertad individual y otras garantías Crimes against individual freedom and other guaranteed rights - Núm. 27, Julio 2007 - Revista Iusta - Libros y Revistas - VLEX 42290690

Delitos contra la libertad individual y otras garantías Crimes against individual freedom and other guaranteed rights

AutorGuillermo e. Ferro Torres
Páginas36-94

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1. El bien jurídico protegido

El Código Penal de 2000 (Ley 599) siguió conservando la denominación de "Libertad individual y otras garantías", dada al título contentivo de la amplia gama de descripciones comportamentales que atentan contra los derechos y las prerrogativas avalados con énfasis en el título II de nuestra Constitución, en el que se establecen referencias precisas a los derechos de locomoción, la privacidad domiciliaria, el trabajo, la huelga, la asociación, la correspondencia, las comunicaciones, la reunión, entre otros, todos ellos reflejados en el estatuto punitivo bajo un manto específico de protección, para hacer real la inquebrantable decisión estatal de alejar de la inocuidad su protección, mediante la amenaza sancionatoria. Sin embargo, el vocablo "libertad" es tan amplio y difícil de establecer que la mera pretensión de definirlo nos haría tomar partido por cualquiera de las tendencias filosóficas predominantes. Basta con que desde ahora pregonemos que se halla sin posibilidades de separación, inmersa en la naturaleza del hombre. Podemos señalar de antemano que su idea se remite a la facultad que se le atribuye al individuo de actuar conforme lo determine en su fuero íntimo, es decir, por motivos propios. Es usual que los intentos de precisión de una noción de la libertad estén supeditados a ciertas dosis de negatividad, afirmando que consiste en la ausencia de necesidad (obrar porque sí, porque nos nace), de donde proceden luego la licencia, el desorden y la anarquía. Pero se ha anotado que la voluntad indeterminada no es la libre y yerra el determinismo cuando concibe a la libertad de este modo para negarla y a la vez se equivoca reduciendo los motivos definidores de la acción a sus precedentes cronológicos. ¿Acaso no vivimos tanto de esperanzas en el porvenir, como de recuerdos de lo pasado? Si así es, aun cuando los actos se engranan unos con otros, por encima de esta serie que no es mecánica ni inflexible, existe en el hombre poder para rehacer sus actos anteriores y enlazar la continuidad de los sucesivos a precedentes puestos de nuevo. La única significación exacta del sentido negativo de este concepto se aplica a la libertad corporal, o exterior concebida como poder para obrar sin coacción externa, con disposición completa de nuestro cuerpo y sus órganos, dirigida según su naturaleza a la ejecución de lo que nos proponemos.

La libertad interior o espontaneidad consciente consiste en que el agente obra impulsado por motivos subjetivos y propios con conocimiento del fin que persigue. Esta forma de concebir la libertad refleja más y mejor que ninguna otra cualidad el valor propio de la persona humana y el alcance de su iniciativa (autonomía o poder para comenzar el movimiento, que decía Kant) cuando pone de manifiesto la síntesis de todo nuestro ser y la fortaleza del carácter, que si se rompe no se dobla, como ya enseñaban los estoicos. Refiere Epicteto la conversación sostenida entre un esbirro de Nerón y Luteranus, acusado de conspiración contra la vida del César, en los siguientes términos:

Cuando tenga algo que contestar -dice Luteranus, negándose a responder las preguntas insidiosas del mandadero-, se lo diré a tu amo.

-Te prenderán.

-No veo la necesidad de entrar en la prisión llorando.

-Te desterrarán.

-Iré alegre y satisfecho al destierro.Page 81

-Te darán tormento.

-Les reto a que lo hagan, pues sólo lograrán afligir mis miembros.

-Te van a cortar el cuello.

-Jamás he dicho que mi cuello gozase del privilegio de no ser cortado (Epícte-to, 1972).

En medio de tales obstáculos se afirma la libertad como energía de iniciativa propia en el individuo para modificar la dirección de sus actos. El agente libre goza de eficacia suficiente en sí para superar los obstáculos de su propia naturaleza. Es, pues, innegable la existencia de la libertad, aun rodeada de límites que sólo consiguen impedir su ejercicio de momento (extremo al cual, cuando más, llegan la acción del despotismo o la influencia de circunstancias adversas), según la distinción ya indicada entre la libertad exterior o corporal (ausencia de coacción externa) y la interna (poder de iniciativa en el agente). Los límites que restringen la libertad niegan in actu su ejercicio si faltan las condiciones que constituyen su complemento obligado, pues es condición de condiciones. Pero en medio de sus negaciones actuales afirman en potencia el principio mismo de la libertad, que subsiste aun impedido su ejercicio, revelándose en las luchas constantes y las victorias que individuos y pueblos sostienen y alcanzan para recobrarla una vez perdida, y para conservarla si se conquistó antes. Pero aun en el caso que es el descrito por Epícteto, de que ninguna de las condiciones circundantes estimule su ejercicio, todavía la libertad subsiste con energía tan viva y eficaz, que si no puede volcar la inmensa pesadumbre con que sobre ella gravitan las circunstancias, impidiéndole manifestarse, infunda al individuo el valor estoico suficiente para luchar y para morir, proclamando con Luteranus su vigencia. Quizás pudiera decirse con Aristóteles que el hombre, en cuanto agente libre, es el padre de sus actos, de la propia suerte que lo es de sus hijos, pues ni aquéllos ni éstos surgen de la nada. Igual sentido se halla implícito en el pensamiento de Schopenhauer (1952), quien afirma que la libertad halla en los motivos que la rodean las condiciones complementarias para su ejercicio y que importa bastante fijar la trascendentalidad de los impulsos, que son conceptos o ideas de la inteligencia, que por su naturaleza representativa o contemplativa guía a la voluntad (la induce en sí, pero es la voluntad la que llega a él mediante su poder). Cuando un hombre se encuentra rodeado de tinieblas permanece inmóvil, al aparecer la luz ve su fin y su camino, y marcha. Es ese registro sensorial el que ha impreso dinámica a través de sus nervios y músculos. Así, el motivo convierte el acto de la voluntad en posible, pero no lo produce. Es la condición previa y no suficiente. Sólo ante la multiplicidad de motivos que solicitan la voluntad, se comprende el uso y el empleo de la iniciativa, propia de la energía anímica, libre, para combinarlos de modo adecuado al cumplimiento del fin, cuya realización persigue.

Leibniz ya acentuaba esta verdad de a puño, cuando otorgaba carácter basal a los motivos, sin negar por ello la acción propia de la libertad. Merced a la posibilidad de los distintos excitantes que reclaman la voluntad (sin que siempre sea ésta arrastrada por el más fuerte, como dice el determinismo, pues en tal caso no se explicaría el carácter contradictorio, según el cual se manifiestan las flaquezas de la condición humana), se concibe que el hombre emplee este poder combinador y director en mostrar ante el peligro la serena y épica majestad con que da su vida en holocausto por sus ideas y convicciones, como en sentido contrario, que el agente libre goce del triste privilegio de ser hipócrita, simulando lo opuesto a lo que siente y desea, para engañar a los demás aunque sin engañarse a sí mismo. Presentimiento bien certero de la esfera de acción de la libertad como poder director y aglutinador se halla en la frase de Paris a Héctor: "No nos faltare el valor mientras nos queden fuerzas" (Homero, 1971: Canto XIII).Page 82

La libertad, solicitada por motivos propios, no encuentra en el determinismo, cuando va a cumplir sus propósitos, factores antitéticos que la nieguen o contradigan, sino condiciones para su ejercicio en la parte ejecutiva de los actos. Así es que yo, como agente libre, no creo fuerzas nuevas sino que dispongo de las que poseo en el momento que elijo para actuar. De modo que no me es lícito exprimir las leyes que dimanan de la índole de las fuerzas que me rodean, en cuyo caso fuera la libertad principio de desorden y perturbación. Pero si puedo modificar su dirección e incorporar a la obra general la mía propia como coagente y colaborador de ella. No puede el hombre, por ejemplo, volar, contrariando las leyes de la naturaleza y entre ellas la de la gravedad, pero sí logra, estudiando el peso específico de los cuerpos, variar un punto de apoyo, modificar la atracción a la que obedece y elevarse en los aires por medio de aparatos, cuyo cambio en la dirección de la fuerza es obra de su libre iniciativa, que combina y presta auxilios adecuados a las fuerzas naturales. De igual modo, es impotente el hombre si trata de privar a la dinamita o a la pólvora de su fuerza explosiva, pero consigue convertirla de elemento de destrucción y muerte en auxiliar de la adquisición de recursos y fuente de riqueza, aplicándola mediante dispositivos especiales a extraer de la tierra sus minerales más preciados.

Lo anotado nos muestra que nos hallamos ante un bien tan prioritario que se reputa justificado librar batallas de todo género para defenderlo. Esa lucha ha tenido durante los siglos diversas manifestaciones. Es corriente admitir que fue la Revolución Francesa la que de una manera perenne consiguió la difusión y preservación suya en un espectro muy amplio. Pero admitiéndola para efectos cronológicos como punto de partida, no podemos dejar de anotar con tanta o mayor lógica la importancia que revistió la Revolución de Estados Unidos en su consolidación y difusión. Lo que interesa señalar es que a partir de ese momento la lucha del hombre por los derechos esenciales que como tal le corresponden entra en su máximo apogeo.

En el monárquico y absolutista el tiempo de aquél entonces, sus representantes omnímodos sintieron profunda alarma ante el avance de los deseos...

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