Dignidad humana, fundamentación de los derechos y derechos de la naturaleza - Segunda parte. La sinuosa ruta hacia el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derecho - Interculturalidad, protección de la naturaleza y construcción de paz - Libros y Revistas - VLEX 847211322

Dignidad humana, fundamentación de los derechos y derechos de la naturaleza

AutorFrancisco Javier Díaz Revorio
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Constitucional. Universidad de Castilla-La Mancha (Toledo, España)
Páginas275-334
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Dignidad humana, fundamentación
de los derechos y derechos de la naturaleza
Fancisco Javier Díaz Revorio*
La camioneta ya estaba en la plaza, lista para marcharse. Era una
que hacía portes. Rosita, Sergio y yo nos acomodamos lo mejor que
pudimos entre las cajas y los paquetes.
Nos subimos los cuellos de los gabanes, nos apretamos unos a
otros y no sacamos las manos de los bolsillos ni para fumar, porque
soplaba con todas sus fuerzas un viento helado y nos azotaban la cara
las gotas del aguanieve.
—Si tus amigos no fallan —le dije a Maldonado—, con lo de
extras nos ahorraremos esto de ir siempre de un lado a otro.
Maldonado se lamentó:
—Me parece que yo lo echaré de menos.
—Yo no. Estaba deseando dejar esta vida. Alguien me dijo una
vez que no éramos ni cómicos, que éramos vagabundos.
—Es también una hermosa profesión.
—Yo echaré de menos algunas cosas —dijo Rosi—, pero otras
desde luego que no. Y estar en Madrid me apetece mucho.
—¿Qué piensas encontrar allí? —le preguntó Maldonado.
—Por lo pronto, encontraré a Madrid.
—De eso no cabe duda.
[…]
*
Catedrático de Derecho Constitucional. Universidad de Castilla-La Mancha (Toledo, España).
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Interculturalidad, protección de la naturaleza y construcción de paz
Yuy serio, porque realmente lo pensaba, comenté:
—Y, sobre todo, tendremos más dignidad.
Con una sorpresa exageradísima, abriendo dos ojos como platos,
como si nunca hubiera oído esa palabra, preguntó Maldonado:
—¿¡Más qué!?
Asustado por aquella reacción, repetí con cierta timidez:
—Dignidad, he dicho.
Maldonado no apartaba de mí sus asombrados ojos, y comprendí
que quizá aquella palabra era un tanto desproporcionada. Traté de
matizar.
—Bueno, no sé, no sé si es eso lo que quiero decir... Pero, en n,
supongo que a los extras, a veces, los llevarán a trabajar a un pueblo.
—Sí, a veces. Muy pocas, porque hay que pagar dietas, y claro...
Le interrumpí, excitado, tratando de hacerle comprender lo que
había querido decir:
—¿Y los llevan así, así, como vamos nosotros ahora?
Y señalé con la mirada las cajas de mercancías que nos rodeaban.
—No —reconoció Maldonado.
Yo grité:
—¡Pues eso digo! ¡Dignidad! ¡Dignidad!, o como se llame...
Dibujó su media sonrisa Maldonado para recticarme:
—Se llama “confort”.
—Bueno, pues eso...
Pero inmediatamente me arrepentí de haber estado de acuerdo
y volví a lo mío:
—Aunque me parece que no, que no es lo que yo digo.
—Ay, Galván, Galván, hijo y nieto de Galvanes, de cómicos, de
vagabundos... No reniegues de tus ancestros. ¿Quieres viajar en wagon-
lits en vez de viajar en esta simpática camioneta? Me parece muy bien.
¿Quieres beber las burbujas de esa champaña extranjera en vez de val-
depeñas? Pues muy bien. ¿Quieres comer ostras y turnedó y no pan y
queso? Muy bien, hombre. Pero ¿para qué quieres la dignidad? Antes a
los cómicos los perseguían, los marcaban con hierros candentes, no los
enterraban en sagrado... Ahora nos soportan, nos dejan vivir a nuestro
aire, aunque no sea el aire de ellos, y a algunos les dan premios y los
sacan en los papeles. No te quejes, Galván.
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—S
lí vamos, hombre, allí vamos.
—Yo en eso digo lo que Maldonado, primo —dijo Rosita—. Eso
de la dignidad casi no sé lo que es. Lo que quiero es que en Madrid
me vaya bien. Pero... ¿me irá bien?
(Fernando Fernán-Gómez, El viaje a ninguna parte)
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?, esta
idea nos parece extraña.
Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del brillo del agua,
¿Cómo podrán ustedes comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, cada aguja
brillante de pino, cada grano de arena de las riberas de los ríos, cada
gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada claro en la
arboleda y el zumbido de cada insecto son sagrados en la memoria
y tradiciones de mi pueblo.
(Carta del jefe indio Seattle al presidente
de los Estados Unidos de América)
A manera de introducción: dignidad,
constitución, derechos fundamentales
Como fácilmente puede comprenderse, resulta imposible en unas pocas
páginas llevar a cabo un examen mínimamente riguroso y profundo de las
muchas facetas que plantea un concepto tan amplio y complejo como el de la
dignidad. No es esa, ni mucho menos, la pretensión de este trabajo. Mucho
más modestamente, se tratará de apuntar algunas breves ideas generales
sobre el sentido de este valor, para, a continuación, centrarnos en algunos de
los problemas propiamente jurídicos que plantea. Todo ello tomando como
cuestión nuclear el papel de la dignidad en la fundamentación de los dere-
chos humanos, así como la eventual compatibilidad de este fundamento con
algunos de los llamados “nuevos derechos”, y en particular con los derechos
de la naturaleza, que aparentemente se desvincularían de la dignidad como
(posible) fundamento común de todos los derechos.

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