Poder disciplinario y derecho en Michel Foucault. Notas críticas - Núm. 16-2, Junio 2014 - Estudios Socio-Jurídicos - Libros y Revistas - VLEX 520627614

Poder disciplinario y derecho en Michel Foucault. Notas críticas

AutorMauro Benente
CargoAbogado, Universidad de Buenos Aires, y doctorando en Derecho de la misma Universidad
Páginas213-242

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Introducción

Gran parte del discurso jurídico suele presentarse como autónomo de los procesos sociales, económicos, culturales e históricos. Por momentos el derecho se erige como un objeto de estudio completamente autónomo o, cuanto mucho, es vinculado con el discurso moral. Sin embargo, desde tradiciones críticas, de insular presencia en el discurso jurídico predominante, el derecho sí se presenta íntimamente relacionado con las problemáticas políticas, económicas y de poder.

Por su lado, dentro de la temática del poder, los trabajos de Michel Foucault han aportado una notable frescura y en obras como Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, así como en “Hay que defender la sociedad”, es posible hallar una importante e interesante sistematización sobre la necesidad de desprenderse de la teoría jurídico-política de la soberanía o de la representación jurídica del poder y avanzar hacia una nueva analítica del poder. No obstante, la urgencia por abandonar este modo de representación del poder, aunque sin estar etiquetada de este modo, puede rastrearse en cursos e intervenciones pretéritas. Es así que uno de los puntos de rechazo a esta representación jurídica es la idea según la cual el poder se localiza exclusivamente en el Estado, hipótesis que Foucault combatió desde los tempranos trabajos de la década de 1970. Sin embargo, en estos textos de inicios del decenio, y a diferencia de lo que sucederá a partir del curso dedicado a “Los anormales”, todavía mantenía una idea según la cual el poder reprime, algo que será rechazado enfáticamente a partir del citado curso.

En “Los anormales”, en Vigilar y castigar y en Historia de la sexualidad I, Foucault criticó la noción de represión como grilla de inteligibilidad de las relaciones de poder, e intentó sugerir que con la emergencia de las sociedades disciplinarias las relaciones eran eminentemente productivas. De todos modos, en esos mismos trabajos, en los cuales expresamente apelaba a la necesidad de concebir al poder en términos productivos, mantuvo a la ley como una herramienta exclusivamente prohibitiva, eminentemente negativa. Así mismo, en esos textos, ha trazado una notable distinción entre el funcionamiento de las disciplinas y el funcionamiento de las leyes. En este artículo, a partir de los propios ejemplos históricos empleados por Foucault, me interesará problematizar tanto esa reducción de la ley a mera represión cuanto esta separación entre disciplinas y leyes. A partir de esta problemati-

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zación, entiendo que es posible articular el derecho con el funcionamiento de las relaciones de poder, algo que Foucault no logró visualizar con nitidez, y que el discurso jurídico predominante no está dispuesto a aceptar.

1. Al principio fue represión y prohibición

Luego de las críticas recibidas a partir de la publicación de Las palabras y las cosas, en sus premisas metodológicas para analizar la producción del discurso, Foucault comenzó a incluir las prácticas no discursivas. Tal como aparece en “Respuesta a una cuestión” y en La arqueología del saber, en su producción, los discursos responden a reglas impuestas por las prácticas discursivas, pero también por prácticas no discursivas (Foucault, 2001ñ, pp. 705-708). Todavía en relación con las reglas de formación de los discursos, en El orden del discurso, Foucault deja de hablar de prácticas no discursivas para referirse al poder.

Si se toma una fotografía de El orden del discurso, y máxime en comparación con trabajos anteriores, entiendo que es fácil advertir que se presenta un mayor énfasis en las prácticas no discursivas que en las prácticas discursivas. De hecho, de los tres mecanismos de control sobre los discursos, esto es, los controles internos, los externos y los relativos al sujeto que enuncia, los últimos dos están basados más en prácticas no discursivas que en prácticas discursivas. De todos modos, más allá de las particularidades de los controles externos, internos y relativos al sujeto que enuncia, es importante destacar que “la importancia de todo ese conjunto de restricciones que operan en el ordenamiento de los discursos radica en que permiten identificar una variable fundamental: el poder es una fuerza externa e interna que delimita las prácticas discursivas” (Castro, 2004, p. 86). No obstante, a pesar de que la temática del poder parece sobrevolar los tres mecanismos de control, y que, al momento de tematizar los controles sobre el sujeto que enuncia, Foucault vincula expresamente la educación con la política, es en los mecanismos de exclusión externos donde creo que se encuentra más presente. En algún sentido, podría decirse que “[d]etrás de estas exclusiones, expresa o tácitamente, se nos habla del poder” (Godoy, 1990, p. 110).

Según entiendo, todavía en relación con la temática de los discursos, se advierte una mirada negativa sobre el funcionamiento de las relaciones

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de poder. De todos modos, en los primeros años del decenio de 1970, Foucault comenzó a referirse de forma negativa al poder ya sin referencias al asunto de los discursos, algo que también había realizado en su tesis doctoral: en una entrevista que le realizaron en 1976, admitió que en Historia de la locura en la época clásica, todavía suponía una idea de poder asociado con un mecanismo de represión (Foucault, 2001e, p. 148). De hecho, sin necesidad de realizar un estudio minucioso de todo el trabajo, en el prólogo original de la obra, y contrariamente a lo que finalmente fue el proyecto de Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber –en donde se esforzó por mostrar las deficiencias de la hipótesis represiva sobre la sexualidad–, Foucault afirmaba que era necesario realizar la historia “de las prohibiciones sexuales: en nuestra cultura misma, hablar de las formas continuamente móviles y obstinadas de la represión” (Foucault, 2001m,
p. 190). En el mismo orden de ideas, en “La locura, la ausencia de obra” –escrito en 1964 y luego incluido como apéndice en la segunda edición de Historia de la locura en 1972–, asoció nuevamente el poder a la represión, puesto que se refirió a la “represión de la locura como palabra prohibida” (Foucault, 2001g, p. 445).

De todas maneras, no hay que remontarse hasta su tesis doctoral para encontrar señales de una mirada del poder como mera represión. Es así que, en consonancia con aquel prólogo en “Locura, literatura, sociedad”, una entrevista publicada en diciembre de 1970, todavía se refería a la represión sobre la sexualidad. Así se lee que “[l]a sociedad en la que vivimos limita considerablemente la libertad sexual, directa o indirectamente” (Foucault, 2001g, p. 986). Es cierto que en Europa desde 1726 ya no se ejecutaba a los homosexuales, pero el tabú de la homosexualidad todavía se encontraba muy presente. Así mismo, indicaba que “[l]a sexualidad es reprimida en particular desde el siglo xix, más de lo que ha sido reprimida en cualquier otro siglo. Hay que hablar de la sexualidad y hay que practicarla sólo según las modalidades definidas por la sociedad burguesa” (Foucault, 2001g, p. 990).

Por su lado, en noviembre de 1971, en la Escuela Superior de Tecnología de Eindhoven, Foucault mantuvo con Noam Chomsky un debate grabado para la televisión holandesa, titulado “Naturaleza humana: justicia versus poder”.1 La conversación giró alrededor de varios puntos, uno de

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los cuales hizo foco en cuestiones políticas, marco en el cual se deslizaron algunas reflexiones sobre la temática del poder. Se le consultó a Foucault si se podían calificar como democráticas a las sociedades contemporáneas y no solamente afirmó que no podía aplicarse tal caracterización, sino que además, y aquí se advierte una mirada sobre el poder en términos más represivos que productivos, postuló que “está totalmente claro que vivimos bajo un régimen de dictadura de clase, de poder de clase que se impone por la violencia, incluso cuando los instrumentos de esta violencia son institucionales y constitucionales” (Foucault, 2001c, p. 1363). Luego, con un aire de familia a sus trabajos posteriores, aclaraba que este poder se ejercía no solamente en el Estado, sino en otras instituciones, como la familia, las entidades médicas, la universidad y el sistema de enseñanza (Foucault, 2001c, p. 1364).

Es en este orden de ideas, y en comparación a lo que se leerá en trabajos posteriores, que es notable que, en estos primeros años de la década de 1970, Foucault analizaba la prisión en términos represivos. En una entrevista que le realizaron en marzo de 1971, sostenía que la cárcel tenía dos caras, una más visible, la de su justificación por la existencia de la delincuencia. Pero también tenía “[l]a parte oculta, la más importante, la más temible: la prisión es un instrumento de represión social” (Foucault, 2001d, p. 1047).2

Por su lado, en una entrevista publicada en julio de 1971, cuando se le preguntó por la misión del Grupo de Información sobre las Prisiones, indicó que el objetivo era darles la palabra a los detenidos y que de ningún modo “se trata de proponer una prisión ideal. Creo que por definición la prisión es un instrumento de represión” (Foucault, 2001f, p. 1072). Por otro lado, algunos meses después, en “Sobre la justicia popular”, una discusión con militantes del maoísmo publicada en febrero de 1972, Foucault se quejaba por la inexistencia de estudios sobre la justicia penal, la cual no dudaba en caracterizar en términos represivos: “[S]e realiza la historia del derecho, la historia de la economía, pero la historia de la justicia, de la práctica judicial, de lo que ha sido efectivamente el sistema penal, de lo que han sido los sistemas de represión, sobre eso, raramente se habla” (Foucault, 2001o, p. 1218).

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