Sobre el dolor - Núm. 4-2, Diciembre 2016 - RHS. Revista Humanismo y Sociedad - Libros y Revistas - VLEX 656195549

Sobre el dolor

AutorAna Cristina Restrepo Jiménez
CargoComunicadora Social-periodista, Universidad Pontificia Bolivariana
Páginas27-28
RHSRevista Humanismo
y Sociedad
27
Cartas al editor
Sobre el dolor
Pocas es cenas son ta n reveladoras como las de un a sala de velació n, los susurr os en torno a un c adáver o sus ceni-
zas. En so ciedades como la nues tra, sacudidas por el dolor y los se ntimientos de c ulpa, celebrar la vida de alg uien
que yace en un ataúd y admitir que permanecerá como tal (m-u-e-r-t-o), es un atrevimiento.
Las bellas ar tes han dado cuenta de nuestra relación con la muerte: desde la imagen de “Ofelia”, de John Evere
Millais (1852), hasta la de “Los suicidas del Sisga”, de Beatriz González (1965); pasando por la “Masacre en Corea’
de Picasso (1951). La misa en D menor (K. 626), Requiem de W.A. Mozart (1791). La parca en García Lorca, e n Bau-
delaire… en Christopher Hitchens.
Los periódicos se ahorran la poética: muchos lectores buscan las muertes en Bojayá, París, Bruselas; los más viejos,
hojean los diarios para llamar a lista en la página de obituarios: esta estudió conmigo, este era vecino de la cuadra.
Buscan su propio nombre en letras de molde.
Después de una muerte, quedan los vivos. Con ellos, el dolor. Y las formas de aliv io. El catolicismo nos ha adies-
trado en el consuelo a través de la imagen de la resur rección; los mismos mantras se repiten en sofás, lechos de
enfermo, hospitales, velorios: «Está en el cielo», «Encabeza un coro de ángeles», «Alcanzó la eternidad» (como está
el mundo: la vida eterna más parece una amenaza).
Lo que tuvo origen en un a metáfora, en un a serie de crón icas alucinantes – evangelios– ha degenerado nuestra
visión del dolor. Lo ha banal izado. Desde las grandes jerarquías hasta párrocos y eles, replican la mi sma «ruta
de acción» frente al dolor: la imagen de la resurrección.
«La resurrección es el triunfo de la esperan za», responderán los eles. Esperanza sí, basada en una falacia.
La cción de la resur rección es espec ialmente molesta cua ndo se dirige a los ni ños para trivia lizar uno de los
dolores más hondos (y que, tal vez, sufren por primera vez): la pérdida de un ser amado.
En semejante estado de fragilidad, pocos le echan mano a l freno de emergencia: cuestionar. La obediencia a veces
inocente y bien intencionada del discurso de la resurrección, esquiva el problema mayor: lidiar con la Muerte. Con
lo desconocido, la ausencia, el silencio, la soledad. Es otra forma del control social basada en el temor al hombre
libre como regulador de su propio comportamiento.
En el ensayo “Eichman n en Jerusalén”, Hanna Arendt escr ibe sobre «la banalidad del mal»: considera que Adolf
Eichman, teniente coronel de las S.S., no era un monstr uo sino un borrego que obedecía órdenes. Un mito –la su-
perioridad de una raza– para acabar con millones de vidas: una suerte de dogma político orientado por un factor
biológico.
Si robáramos sus palabras para hablar de «la ba nalidad del dolor» (y sin la ambición de elaborar un parangón
detallado), el mecanismo es inverso: un discurso dominante para despojar a las tumbas de sus moradores. Un
mito –la resur rección– para que millones de vidas sean eternas: un dogma religioso orientado por la magia que
suplanta a la espiritualidad, desgura la trascendencia.
doi: 10.22209/rhs.v4n2a06

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