Efectos de las tarjetas de crédito en la estructura de consumo y la desigualdad de los hogares mexicanos - Núm. 11-2, Julio 2019 - Revista Finanzas y Política Económica - Libros y Revistas - VLEX 839123250

Efectos de las tarjetas de crédito en la estructura de consumo y la desigualdad de los hogares mexicanos

AutorOwen Eli Ceballos Mina/Luis Enrique Santiago Ayala
CargoDoctor en Economía por El Colegio de México A.C./Licenciado en Economía por la Universidad Autónoma Metropolitana

Introducción

Uno de los temas que causa mayor interés entre científicos y autoridades en Latinoamérica es el de las estrategias de política pública para la inclusión financiera. Parece existir el consenso de que el desarrollo financiero y sus servicios asociados tienen efectos positivos sobre el crecimiento económico y el bienestar de la población (Roa, 2013; Beck, Demirgüç-Kunt y Levine, 2007; Levine, 2005). Adicional a la riqueza, el capital humano y el ciclo de vida como principales determinantes del comportamiento del gasto, también se han incorporado los servicios financieros como elementos activos del proceso de suavización intertemporal (Demirgüç-Kunt y Klapper, 2012; Muñoz, 2004). La literatura sobre el tema argumenta que el uso de los servicios financieros formales representa la oportunidad de mejorar los niveles de bienestar de los más pobres e incluso reducir la desigualdad en favor de los grupos más vulnerables por conducto de la inversión.

El país no ha sido indiferente ante la relación sugerida entre inclusión financiera y bienestar; desde hace algunos años las autoridades mexicanas iniciaron esfuerzos para promover y dar seguimiento a los servicios financieros[1]. En específico, en el 2013 se aprobó una reforma financiera que tiene entre sus objetivos bajar los costos e incrementar el acceso a productos y servicios (Rodríguez y Dorantes, 2016). La política pública mexicana se ha orientado a sentar las bases de un desarrollo financiero que incorpore a la mayoría de la población; sin embargo, dicha estrategia de carácter expansivo en la oferta de servicios aún no ha logrado el impacto deseado (Woodruff y Martínez, 2009; Cotler y Rodríguez-Oreggia, 2009); aunque la penetración financiera va en aumento, la importante brecha entre sectores menos favorecidos y los de mayores recursos parece mantenerse.

En México ha habido una rápida expansión de algunos servicios financieros mediante procesos como la bancarización inducida o la misma dinámica de mercado de servicios como las tarjetas de crédito (TC)[2]. Si bien en el 2015 más de 32?% de la población del país se reportó sin acceso a servicios financieros formales, la Encuesta Nacional para la Inclusión Financiera (ENIF) anunció un incremento de más 10?% de la población con tenencia de cuentas bancarias entre el 2012 y el 2015. De igual forma, la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) contabilizó en diciembre del 2016 cerca de 24,4 millones de TC y un incremento en más de 285.000 contratos solo en el primer cuatrimestre del 2017. Sin duda, las TC son el servicio crediticio formal con mayor penetración entre los sectores de la población mexicana, ante lo cual la pregunta inmediata es: ¿cuál es el efecto del uso de estos servicios financieros?

Pese a la relevancia de la inclusión financiera como estrategia de desarrollo y su auge en el ámbito nacional desde la perspectiva de política pública, pocos estudios en México presentan un análisis de los efectos del uso de servicios financieros formales sobre el consumo de los hogares. En este artículo se analizan los efectos de las TC sobre los principales rubros de consumo y la distribución del bienestar derivada de estos servicios. Asimismo, se plantean modelos de determinantes del gasto, incorporando los efectos de la tenencia de TC y teniendo en cuenta la riqueza, el ciclo de vida y el capital humano del hogar. Con datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) del 2016, se estiman regresiones cuantílicas para ver los efectos de las TC sobre la distribución del gasto. También se instrumenta el conjunto de nuestras regresiones para depurar y confirmar los efectos de las TC sobre la estructura del consumo de los hogares cuando se corrige el problema de selección endógena vinculado con la tenencia del servicio financiero.

Las estimaciones muestran efectos positivos del uso de las TC sobre el conjunto de gasto monetario; sin embargo, no se identifican efectos significativos de las TC sobre rubros como la educación, los bienes durables y los alimentos, que son fundamentales en el bienestar futuro y en la acumulación de capital humano. En lugar de ello, se incrementa el consumo de bienes menos básicos como calzado, vestido, transporte, comunicaciones y esparcimiento. Excepto por el comportamiento del gasto en salud, se identificó que los efectos de las TC son mayores en la parte alta de la distribución de consumo, mientras que las familias con menos recursos incluso pagan más intereses por el financiamiento. El uso de las TC tiene efectos limitados en la acumulación de capital humano y puede empeorar las condiciones de la población de menos recursos ante sus bajas capacidades financieras.

Los acelerados procesos de bancarización y de acceso a servicios financieros no son garantía por sí solos de las mejoras en el bienestar de toda la población y especialmente de la de menos recursos. La hipótesis principal de este ensayo es que la oferta de servicios que conduce el proceso de inclusión financiera posee una dinámica superior a la de creación del capital humano que se necesita del lado de la demanda para que la estrategia logre los efectos deseados sobre el bienestar. La rápida expansión de la oferta de servicios, motivada por las expectativas de ganancia de las instituciones bancarias, pone productos financieros al alcance de sectores de la población sin la educación y capacidad financiera suficiente para crear una cultura alrededor del uso de estos instrumentos.

Servicios financieros en el consumo

Los estudios sobre el financiamiento del consumo de las familias y sus determinantes son temas del pasado, presente y futuro de la rama económica. Desde la investigación de Engel en 1857 acerca de la proporción de ingresos asignada en diferentes categorías de bienes, el consumo ha ocupado un papel protagónico como medida de bienestar de los hogares, más allá de la discusión de si es mejor indicador que el ingreso (Engel y Kneip, 1996; Medina, 1998). De las incursiones de Engel sobreviene la idea de que incrementos del ingreso en el hogar modifican la estructura de consumo, de modo tal que el aumento generalizado del gasto es decreciente en los artículos de primera necesidad y creciente en bienes menos básicos y de lujo (García, 2013; Martínez y Villezca, 2005).

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 2015) sugiere que es posible dar seguimiento al desarrollo, crecimiento y bienestar económico por medio de rubros relevantes de consumo, como el gasto en salud, educación y en bienes duraderos. Mientras la inversión en capital humano y en salud poseen retornos inmediatos y futuros sobre el flujo de ingresos del hogar (Becker y Tomes, 1986; Attanasio y Székely, 1999; Van Gameren, 2008), autores como Bernal (2007), Zimmerman y Carter (2003), Berti (2001) y Schreiner et al. (2001) plantean que los hogares de menos recursos usan la compra y acumulación de bienes durables como una estrategia de bienestar futuro ante la ausencia de ahorro monetario para el financiamiento.

La literatura sobre el consumo y sus determinantes remite a los trabajos seminales de Friedman (1957) y Modigliani y Brumberg (1954), con la hipótesis del ingreso permanente (HIP) y el modelo del ciclo de vida (MCV), respectivamente. La idea central desde estos enfoques es que el consumidor maximiza una función de bienestar que depende de su consumo presente y futuro, sujeto a una restricción de riqueza en función de una dotación inicial y de sus ingresos esperados (Liquitaya, 2011). Una visión sintética del MCV plantearía que, dependiendo de la fase del ciclo de vida, los hogares buscan suavizar su consumo; sin embargo, las pruebas empíricas del MCV en México han mostrado la no suavización del consumo como resultado de las restricciones de liquidez y de la falta de acceso a los servicios financieros (Ceballos, 2018; Campos y Meléndez, 2013; Sandoval, 2013). Así pues, desde el MCV y la HIP, la literatura económica ha consensuado al ahorro y al crédito como variables fundamentales de las estrategias de financiamiento, reducción de la incertidumbre y suavización del consumo de los hogares (Aportela, 1999, 2001; Beck, Demirgüç-Kunt y Levine, 2007; Demirgüç-Kunt, Beck y Honohan, 2008; Levine, 2005; Morfín, 2009; Vonderlack y Schreiner, 2001; Castellanos y Garrido, 2010).

Además del ingreso y las variables financieras, la edad del jefe de hogar como representación del ciclo de vida y el nivel de escolaridad también son considerados como determinantes principales del consumo. Algunos estudios se han centrado en el vínculo entre el consumo y el capital humano; por ejemplo, Attanasio y Székely (1999) establecen que los hogares que invirtieron más en educación esperan mayores niveles de bienestar por conducto del ahorro. En general, la literatura empírica sobre el consumo destaca la importancia de controlar, por los aspectos demográficos y de ciclo de vida familiar, aspectos de capital humano y los aspectos financieros y de riqueza de los hogares (Muñoz, 2004).

El sector de la rama económica que se ha centrado en los efectos de desarrollo financiero sobre el crecimiento sugiere que mejoras en el acceso y profundización de los servicios financieros tiene efectos positivos sobre la estabilización del consumo y sobre los niveles de riqueza de los hogares (Levine, 2005; Beck, Demirgüç-Kunt y Levine, 2007; Demirgüç-Kunt, Beck y Honohan, 2008; Demirgüç-Kunt y Levine, 2009). En favor de esta hipótesis, Villarreal (2014), Galor y Zeira (1993) y Becker y Tomes (1986), entre otros autores, plantean que el acceso a servicios financieros puede mejorar el bienestar de las familias e incluso reducir la desigualdad por vía de la inversión en capital humano. Este argumento yace sobre la idea implícita de que no solo se espera un retorno presente del acceso a los servicios financieros, sino también un retorno futuro; con ello, se esperarían efectos positivos de estos servicios sobre los rubros de consumo...

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