Ensayo y humanismo - Núm. 20, Enero 2014 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 521549234

Ensayo y humanismo

AutorLiliana Weinberg
Páginas59-76

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Resulta ésta una magníica oportunidad para relexionar sobre nociones tan profundamente interrelacionadas como ensayo, humanidad, humanismo y humanidades. En efecto, estos conceptos se hermanan como producto de ese big bang en el mundo de la cultura occidental que se dio a partir del Renacimiento y cuyos efectos aún hoy vivimos. Se trata de un movimiento renovador del pensamiento que comenzó en Italia –y en el cual tanta inluencia tuvo a su vez el contacto con el mundo árabe, como lo muestra un delicioso libro, El bazar del Renacimiento: sobre la inluencia de Oriente en el mundo occi-dental (2013), de Jerry Brotton, cuya lectura recomiendo– se expan-dió en distintas oleadas a otras zonas vecinas, y al que podemos sintetizar como el momento en que el eje vertebrador del conocimiento descendió del cielo a la tierra, de modo tal que de un orden cerrado y jerárquico que miraba al más allá de la divinidad se pasó a un orden abierto y coordinado que miraba al más acá de la humanidad.

Si bien el término “humanista” sólo aparece mencionado en una ocasión en los Ensayos de Montaigne (I, LVI), como bien airma Thierry Gontier –quien a su vez retoma ideas de Francisco Rico–, el empleo de este término es signo de un proyecto muy ambicioso: la reforma integral de los saberes a partir de su refundación sobre la vida humana y de la airmación de un decir humano. Como buen renacentista, Montaigne procura deinir un dominio autónomo y propio del hombre y de sus acciones: es en este sentido que el humanista se opone al teólogo (Desan, 2007: 553-554).

En rigor tocó a Montaigne un momento particularmente pro-blemático: el clima renacentista y humanista entrará muy pronto en fuerte crisis en el caso francés, según lo sostiene Philippe Desan, en un muy sugerente estudio que lleva el no menos sugerente título de “El gusano y la manzana”, ya que muchos elementos inspirados en el ideal clásico se verán pronto confrontados y corroídos por la fuerte crisis de esos años: todo esto habrá de revestir a la propuesta de Montaigne de una complejidad sin igual (Desan, 1999: 11-34).

Como puede verse, la cercanía entre las nociones de ensayo y de humanismo están mucho más estrechamente ligadas de lo que podría a simple vista parecer: la conquista de un dominio pro-pio de lo humano se convierte en un núcleo duro y fundacional. A continuación revisaremos con mayor detalle cada uno de estos términos.

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Ensayo

Cuando abrimos un libro de ensayos esperamos como lectores encontrar un texto en prosa que nos proponga la interpretación de algún asunto desde la perspectiva personal de su autor. Aspiramos a compartir una experiencia intelectual de comprensión del mundo. Aspiramos a que esté espléndidamente escrito y pensado: le pedimos lucidez y estilo, le pedimos que sus juicios nos convenzan así como también nos seduzcan, le pedimos que nos deslumbre en su recorrido original por diversa clase de asuntos y que nos contagie ese placer que da el entender, o, como dice Lukács, que nos contagie el disfrute ante “la intelectualidad como vivencia sentimental” (Lukács, 1985:
23). Ávidos como estamos de descubrir y dialogar con “sentidores” y “entendedores” del mundo, nada nos complace más que compartir este viaje intelectual como quien se hace a la mar con un buen barco acertadamente capitaneado.

Se ha hablado del ensayo como “literatura de ideas” o como “prosa no iccional”: a través de su escritura un autor presenta libre-mente y de manera original su interpretación sobre un tema exa-minado y valorado. Existen innumerables deiniciones del ensayo, pero en su mayoría coinciden en enfatizar el factor individual y en reconocer que es decisiva la perspectiva del sujeto de quien parte la interpretación. Coinciden también en verlo como predominantemente expositivo-argumentativo antes que narrativo. El ensayo representa a través de la escritura el proceso de pensar. Es, en verdad, la manifestación de una auténtica poética del pensar.

Jacques Vassevière, estudioso de la obra de Montaigne, ha mos-trado cómo desde el principio el ensayo presenta dos rasgos fundamentales: la escritura del yo y el ejercicio del juicio, y caracteriza de este modo al ensayo: “Hoy la palabra designa un género literario muy abierto, que pertenece a la literatura de ideas. El ensayo es una obra en prosa en la cual el autor presenta libremente su relexión sobre un tema dado. Su enfoque argumentativo es muy claro, pero su am-bición es limitada: el ensayo no expone un pensamiento acabado o estructurado en doctrina, no busca la exhaustividad y autoriza la implicación personal del autor” (Vassevière, 1998: 6).

Tomo también, en homenaje a un gran escritor mexicano, otra deinición de ensayo, ésta, de Alfonso Reyes: “El ensayo: este centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe todo, propio hijo

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caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circu-lar y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al ‘Etcétera’…” (Reyes, 1955: 400-403). Esta deinición, que tanto me gusta, traduce de manera muy gráica el gran desafío del ensayo en nuestros días: vincular mundos y experiencias, abrirse a la relación dinámica entre esferas de experiencia y conocimiento.

Coincido ampliamente con Efrén Giraldo, quien en su tan pro-positivo libro Entre delirio y geometría (2013) nos recuerda que, si el ensayista habla en primera persona, no lo hace para acentuar la verdad de sus propias opiniones, sino para dar unidad a argumentos e ideas que, aunque colectivas, coinciden en un momento de inter-pretación y lectura. El ensayo profundiza sobre todo en la perspectiva, en la mirada, más que en la cosa abordada.

Celebro también mis coincidencias con Felipe Restrepo David, autor de una muy valiosa edición de los Ensayos escogidos de Montaigne (2010), para quien el ensayo es una nueva forma de nombrar el mundo, consistente en el libre y meditado examen de sí y de toda la realidad, histórica e imaginaria. El sujeto, en esta escritura, es el dato esencial [como lo es] su punto de vista único y original.

Por mi parte, propongo partir de la consideración del ensayo como una clase de textos en prosa, de carácter no iccional y predo-minantemente interpretativo, que representa un proceso responsable de pensar y decir el mundo, sus temas y problemas, formulado desde la perspectiva personal y particular de su autor.

El ensayo es así la representación de una forma singular de in-terpretación a la vez que la interpretación de una representación: se maniiesta a través de él un modo de mirar el mundo y es la perfor-mación de una experiencia intelectual; el ensayo es también un via-je por nuestro espacio moral tanto como un ejercicio permanente de comprensión y puesta en valor del mundo. Se trata de un género profundamente humanista en cuanto se preocupa por lo humano y deiende un espacio de encuentro libre y desinteresado para pensar el mundo, que hace de la propia experiencia de diálogo una experiencia de búsqueda del conocimiento.

Montaigne

El primer autor que tomó conciencia de los alcances de este nuevo tipo de textos y asumió la responsabilidad por su libro es el

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humanista Miguel de Montaigne, quien dio al mismo carta de ciu-dadanía. Poco después, Francis Bacon –a quien mi colega Miguel Gomes (2000) reconoce como su primer gran lector y entendedor– celebrará el hallazgo de Montaigne y lo retomará en sus propios ensayos de moral y política. Es en ese momento de encuentro entre su autor y su primer entendedor, quien no sólo sabe leer aquello que el ensayo dice sino también aquello que el ensayo quiere decir, que el en-sayo se instaura como un nuevo miembro de la familia de los géneros.

Si bien Montaigne no saca el ensayo de la nada, no lo “inventa”, ya que ha retomado a su vez ininidad de lecturas anteriores y contemporáneas, desde Platón hasta Cicerón, Séneca, Plutarco, San Agustín, La Boétie, e incide en un momento de amplia circulación de distintas formas de la prosa –cartas, diálogos, comentarios, discursos, testimonios biográicos, colecciones de ejemplos etc.– se lo puede considerar como el instaurador de una nueva discursividad, conforme a esta valiosa categoría acuñada por Michel Foucault. Montaigne imprime un radical giro de timón a la prosa de pensa-miento y la orienta por primera vez en una nueva dimensión, la del sujeto pensante.

Leamos su advertencia al lector, tal como Montaigne la coloca como entrada de su libro de ensayos, en 1580.

Al lector


He aquí un libro de buena fe, lector. Él te advierte desde la entrada que con él no persigo ningún otro in que el doméstico y privado. Yo no he tenido en consideración ni tu servicio ni mi gloria. Mis fuerzas no son capaces de tal designio. Lo he dedicado a la comodidad particular de mis parientes y amigos: a in de que, cuando me hayan perdido (lo que muy pronto les sucederá), puedan...

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