Extranjero, raza y simulación en el pensamiento de José Ingenieros - Núm. 4-2006, Enero 2006 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 76844961

Extranjero, raza y simulación en el pensamiento de José Ingenieros

AutorGraciela Ferrás
CargoLicenciada en Ciencias Políticas, Universidad de Buenos Aires liliangaia@ciudad.com.ar
Páginas140-162

Licenciada en Ciencias Políticas, Universidad de Buenos Aires; Magíster en Ciencias Sociales, FLACSO. Becaria doctoral de la Universidad de Buenos Aires. En co-tutela de tesis doctoral en Filosofía con la Universidad de Paris VIII. Docente de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

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I Itinerarios del autor y su obra

José Ingenieros (1877-1925) nació en Palermo, Italia. Su arribo a las costas sudamericanas se debe a su padre, Salvador Ingenieros, un culto profesor y periodista italiano vinculado a la Primera Internacional, que se vio en la necesidad de emigrar de su país por causas políticas.1 Sus años de juventud, quizás influenciado por la tradición intelectual paterna, los dedica al movimiento socialista. Escribe como colaborador en la publicación socialista La Vanguardia y, en 1897, dirige con Leopoldo Lugones el periódico socialista revolucionario La Montaña. A partir de 1898-1899 se inclina por una "sociología científica" que lo aleja de sus vetas revolucionarias, a favor de un reformismo social. Hacia 1899 abandona el Partido Socialista y tres años más tarde renuncia a su afiliación. En esa época Ingenieros conoce a José María Ramos Mejía, quien fuera Presidente del Departamento Nacional de Higiene entre 1893 y 1899, y el apreciado maestro que tuvo el acierto de adivinar su vocación por la psiquiatría, la sociología y los asuntos nacionales.

En 1900 Ingenieros ejerce como jefe de clínica en el Servicio de Observación de Alienados de la Policía de Buenos Aires y presenta en forma de capítulos, en las revistas La Semana Médica y Archivos de Psiquiatría, el ensayo "La simulación en la lucha por la vida", introducción de su tesis para la Facultad de Medicina: "Simulación de la locura". Desde 1907 dirige el Instituto de Criminología. En Positivismo y nación, señala Oscar Terán que hasta 1911 Ingenieros desarrolló escritos destinados a fundamentar desde los registros de la sicopatología, la criminología, la sociología y la filosofía, "las vinculaciones entre la teoría y la política que resultaban congruentes con las relaciones para él deseables entre los intelectuales y el Estado" (Terán, 1987, p. 53).

Sin embargo, según cuenta un coetáneo de Ingenieros, Manuel Gálvez, éste era un lúdico "de versos eróticos y aun pornográficos que él publicaba como casos de psiquiatría, como obras de un demente precoz" (Gálvez, 1944, p. 147), que quiso ser un literato y no un médico alienista y sociólogo. Sea como sea, literato y fumista u hombre de ciencias, para 1911 Ingenieros rompe su vínculo con el oficialismo, debido a una impugnación que le impidió ocupar la cátedra de Medicina legal en la Universidad de Buenos Aires. En 1913 escribe contra la "mediocracia" que le negó su cátedra de Medicina, El Hombre Mediocre, donde expone con aguda belleza literaria su teoría de la "aristocracia del mérito". Hacia 1917, el impacto de la revolución rusa lo arroja nuevamente a la acción política, aunque sigue manteniendo su posición reformista.

Antiimperialista latinoamericano, en sus últimos años Ingenieros avizora cierta barbarie en la cultura europea y cree en la posibilidad de un pensamiento filosófico nacional que tuviera algo nuevo y autóctono; un "idealismo experimental" desamparado de toda idea o modelo y anárquico a toda domesticación de su tiempo. La trayectoria de su pensamiento puede sintetizarse como una filosofía encaminada hacia las ciencias naturales, que tendía a cimentar una psicología fundada en la experiencia de los problemas del alma, del conocimiento y la moral. Page 141

II Revolución y "cuestión social"

La ley que mantiene siempre la superpoblación relativa o ejército industrial de reserva en equilibrio con el volumen y la intensidad de la acumulación mantiene al obrero encadenado al capital con grilletes más firmes que las cuñas de Vulcano con que Prometeo fue clavado a la roca. Esta ley determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital. Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, acumulación de miseria, de tormentos, de trabajo, de esclavitud, de despotismo y de ignorancia y degradación moral.

Karl Marx, El capital

El análisis de la transformación social, económica y política de la Argentina durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, debe mirarse bajo la lupa de los proyectos trazados por Sarmiento y Alberdi, ya que, más allá de sus divergencias, ambos coincidían a la hora de evaluar cuáles eran los principales males que aquejaban al país: la extensión y la barbarie. Esta imagen territorial marcó a modo de estigma el fundamento de la mitología cultural posterior a Caseros, a partir de la dicotomía "civilización y barbarie". La fuente del mal era la población indígena y mestiza del interior del país, mientras que el extranjero representaba el ser civilizado, "el otro cultural" capaz de exorcizar la barbarie interna. La concepción del extranjero como "ciudadano ideal" y "portador de progreso", quedó plasmada en la Constitución Nacional de 1853, que hace del extranjero un "hijo" privilegiado de esta tierra, considerado como portador de una espiritual "civilidad". La realidad de una tierra próspera pero despoblada, planteaba la urgencia de generar mecanismos que hicieran posible un crecimiento socioeconómico que, en un principio, era prometedor. Las políticas de atracción del extranjero jugaron un rol preferencial en este proceso, provocando un desplazamiento del ciudadano ideal al trabajador inmigrante, proceso de transformación que la tradición historiográfica ha convenido en llamar "de la República posible a la República verdadera" (Botana y Gallo, 1997). Este proceso trajo aparejada la afluencia masiva de inmigrantes, sobre todo españoles e italianos, dando lugar, por un lado, a la emergencia de organizaciones sindicales y políticas que reclamaban los derechos sociales del trabajador y, por otro lado, al ascenso social del inmigrante que reclamaba su lugar en la elite intelectual (claro que este estado de la cuestión sólo se sostiene mirando al país desde los centros urbanos). Page 142 En las últimas décadas del siglo XIX, comenzaron a percibirse las primeras reacciones a las consecuencias "no deseadas" de la inmigración. El propio Sarmiento, promotor de la inmigración, en 1882 critica la actitud de los extranjeros que se niegan a nacionalizarse y la afluencia de inmigrantes iletrados y sin hábitos para la democracia (Sarmiento, 1928)2.

Hacia 1897 José Ingenieros dirige, con Leopoldo Lugones, el periódico socialista revolucionario La Montaña, en el que convergen voces intelectuales extranjeras y argentinas que denuncian la acumulación de la miseria. El extranjero, junto con los marginales que provenían de las provincias argentinas, conformaba "La Legión de descamisados" que describe Guy Cendre en un artículo para el periódico La Montaña:

Casi siempre [provenían] de pequeñas ciudades provinciales que han abandonado seducidos por el brillo de la gran ciudad; de las miserias europeas que dejaron por la América de los sueños de oro, para venir a romperse miserablemente los huesos contra las piedras de sus calles. Y son también obreros reemplazados en el taller por la máquina: la huelga forzosa, los ha arrojado a la calle, reduciéndolos a vagar, sumergiéndolos en tal postración, en tal miseria [...] Desde ese instante están fuera de la vida común, fuera de la Humanidad (Guay Cendre, 1998, p. 71).

Si bien la cuestión social era un problema acuciante de toda la sociedad que mostraba una fisura al interior del sistema capitalista, la situación se redujo -en términos políticos- a un problema con el extranjero, que era asociado con la presencia del anarquismo. El inmigrante, a partir de la figura anarquista, era conjurado al destierro, fuera de la comunidad y sin derechos de pertenencia por parte de la elite política. El comentario de Guy Cendre resulta más que ilustrativo al respecto: esa "legión de descamisados" estaba fuera de la Humanidad, pero no sólo por su condición de miseria, como planteara el autor, sino también porque el discurso jurídico a propósito del anarquismo y la cuestión social, iba a interrogarse por la condición humana del extranjero, poniéndola en tela de juicio. En 1902, durante el debate parlamentario sobre la sanción de la ley de Residencia, señala el diputado Coronado: Page 143

Quiero concluir con una frase de Sapey [...] que dice así: '¿Qué es un extranjero? Preguntad a un griego orgulloso y os dirá: Un bárbaro. Preguntad a un romano conquistador y os dirá: un enemigo. Preguntad a un cristiano y os dirá: un hermano'. Señores diputados: el congreso de mi país debe decir qué es para nosotros un extranjero: ¡si un bárbaro, un enemigo o un hermano! (Diario de sesiones, 1904, p. 650).

Las leyes anti-inmigratorias invocan la fuerza del poder de policía del Estado como medidas represivas ante la ideología anarquista, al mismo tiempo que el extranjero pasa a ser un bárbaro, es decir, lo contrario de ser el portador de la "civilización", traicionando, de esta manera, los principios constitucionales. Bajo el yugo de las leyes, la figura del extranjero representa aquel inmigrante que "no ha nacido" para vivir en sociedad. Lo paradójico es que al mismo tiempo que puede pensarse en la elite dominante, un discurso "autoreferencial" en el cual sólo "se dice" a sí misma porque en sus cabezas la plebe "no habla", por otro lado, la perturbación en el campo de lo sensible generado por el conflicto social, lleva a la elite a una interrogación por "lo otro", que no es más que una interrogación por ella misma: ¿Qué y...

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