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La fuerza de la ley: guerra y regulaciones de los territorios cocaleros del Caquetá

AutorEstefanía Ciro Rodríguez
Páginas157-194

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La fuerza de la ley: guerra y regulaciones
de los territorios cocaleros del Caquetá
Agúrense […], tenía güevos, gallinas
y hasta una chiva parida ; pero estos
malditos federales me limp iaron.
Luego, puestas la s manos en bocina, se
acercó al oído de Anast asio y le dijo:
—¡Agúrense […], cargaron hasta con
la muchachilla de señ á Nieves! [...]
Mariano Azuel a, Los de abajo
L   la guerra han gast ado litros de tinta en estas cuatro décadas de “gue-
rra contra las drogas”. El discurso hegemónico del prohibicionismo nos ha hecho
creer que la relación violencia y economías ilícitas es natural, obvia , indiscutible
pero hace unos años, esta indisoluble relación empezó a quebrarse con varios
estudios de campo como el de Van Dun () en Perú y el de conicto y región,
realizado por varios i nvestigadores del  (Gon zál ez et al., ; Gonzá lez,
; Vásquez et al., ) que han profundizado las múltiples expresiones del
conicto y de las economías de las drogas en Amér ica Latina. Relatos viv idos
de las erradicaciones forzadas en Boliv ia también han mostrado la violencia de
las fuerzas del orden en las operaciones contra campesinos y ca mpesinas en los
Andes, en su objetivo de acabar la hoja de coca (Grupo de trabajo en defensa
de la hoja de coca, ).
    
Pensar la violencia en las economías ilegales entraña varias tensiones.
Por un lado, pensar en la violencia de la ley, la ley justa, la violencia legítima e
ilegítima; el castigo del Est ado se enfrenta al castigo del actor no estatal; ¿cuál es
la diferencia entre estos castigos?, ¿entraña la política prohibicionista de drogas
una violencia que por ser estatal, no es discut ible?, ¿hay ciudadanos o ciudada-
nas a quienes se permite ser castigados por la sociedad, la autoridad y el Estado?
Y, por otro, entraña la tensión de la regulación del orden en un espacio conside-
rado “ilegal ”, “no estatal”. ¿La economía de las drogas es un mercado del sector
privado?, ¿por ser ilegal, no es tocado por lo estatal?, ¿cuál es la función de las
autoridades estatales o no estatales en su regu lación?
En medio de una conversación grupal con varios campesinos y campesi-
nas, en un municipio del Caquetá, acompañada de basta nte ingenuidad de mi
parte, empezamos a hablar de l a actividad cocalera y del papel que desempeña el
Estado; las personas presentes respondían hablándome de historias de muerte,
desaparición, asesinato y hostigamiento. Yo de nuevo intentaba preguntarles
por el Estado, pensando que volveríamos al “cauce” de la charla, pero siempre
terminábamos en el mismo tema. En mi tonta terquedad, ca í en cuenta —y con
bochorno— de que de eso se trataba: así fue como las múlt iples expresiones de
la violencia, en las trayectorias de vida de los cu ltivadores de coca y la manera
en que estos la expresaban e interpretaban se convirtió en un eje espontá-
neo en la investigación y así aoraron sin terquedades. Empecé a reexionar
sobre el tema de la violencia en el trabajo de campo como un tema delicado de
acompañamiento, pero también en cómo se articulaba la v iolencia con la lega-
lidad. Es así como una completa puesta en escena de una guer ra que yo había
normalizado como habitante del territorio, se vio de repente iluminada por
enormes reectores en forma de cada relato que iba encontrando en el camino.
Este capítulo se trata de eso, de la forma en que la violencia se relaciona con la
actividad cocalera en los territorios caqueteños y cómo esta es expresada por
las familia s campesinas.
El teatro de disputa
El teatro de guerr a se sentía a la llegada a Florencia, capital del departamento.
En el aeropuerto se estacionaban varios helicópteros milita res y aviones de carga,
como “los hércules”, aviones tácticos de transporte de ca rga pesada, traslado de
tropas; al lado aún se ubica una pequeña base mi litar con soldados armados en
trincheras. En la ciudad era sim ilar —y aún sigue siéndolo—, pues acoge a dife-
rentes estamentos militares como el Batal lón de Infantería, de Ingenieros y de
Contraguerril la; los soldados de estas dependencias caminan por la ciudad,
de civil en sus días de descanso o en misiones. Durante el Plan Colombia

La fuerza de la ley: guerra y regulaciones de los territorios cocaleros…
también era común ver estadounidenses, tanto en los batallones como en dife-
rentes lugares de la ciudad; una vez entré con una funcionaria pública a uno de
los batallones donde me encontré en la mitad de una negociación de unas arte-
sanías entre una mujer estadounidense que no se decidía, un hombre estadou-
nidense en chancletas, pantaloneta y ca misa, con acento caribeño, alto, fuerte
y trigueño, y un indígena em berá que abría bolsas de las que sacaba collares y
pulseras, y quien había sido llevado por la funcionar ia pública.
El Caquetá estaba en ese momento bajo la supervisión de la Sexta Div isión,
con jurisdicción en la ciudad de Florencia. Estaba integrad a por tres brigadas, la
Décima Segunda, ubicada en F lorencia, la Vigésimo Sexta, con puesto de mando
en Leticia, y la Vigésimo Séptima, ubicada en Mocoa. La militarización de la
región es un fenómeno de décadas atrás, así que sal ir a la calle era encontrarse
siempre con soldados, policías, agentes del Gaula, del  de civil o uniformados;
son hombres jóvenes de corte militar que llenan los lugares comerciales. En la
búsqueda personal de des-normalizar la presencia mi litar, recordé una marcha
de mototaxistas que había ocurr ido por esa época. Mucha gente se había movi-
lizado y al frente de la casa de m is padres, sobre una calle que queda debajo de
un barranco, se había formado un epicentro de enfrentamiento muy violento
entre algunos jóvenes y la policía. Yo estaba grabando con una cáma ra desde lo
alto, cuando al lado mío llegaron dos hombres con aspecto policial, pero de civ il
y empezaron a ver la trifu lca. De repente, uno de ellos sacó un arma y disparó
hacia la gente; después de eso, salieron corriendo. Petricada de haber escu-
chado el disparo a metros de dista ncia, los vi irse en una moto; el comentario
horas después es que habían sido agentes de una ocina del Estado, de policías
que actuaban de civil como agentes de inteligencia, un tipo civil-militar muy
normal en la cotidianidad del pueblo. Otro ejemplo es el de camionetas del
Ejército, normalmente blancas de vidrios polarizados, que patrullan, hacen
seguimiento y dan v ueltas por la ciudad a plena luz del día. Una noche cenando
con un amigo, él me mostró una que había estado estacionada af uera del lugar
por  minutos y que después vimos partir.
Una de las unidades más importantes de las Fuerz as Militares que operan
en este territorio es la Fuerza de Tarea Conjunta Omega () o “La Omega”,
como se conoce en este departamento, que fue creada en el , está com-
puesta por el Ejército, la fuerza aérea y de la armada, y está acuartelada en la
base militar L arandia (la antigua Hacienda Lara ndia) y cuyo rango de acción
La experiencia de esta hacienda es similar a la de otras grandes propiedades que fueron
ocupadas por intereses norteamericano. Es el caso del Perú, donde Paul Gootenberg comenta de
Tulumayo, una hacienda cocalera de Kitz y luego de Durand, dos productores de pasta base legal en
Perú, que fue nacionalizada en  y posteriormente se convirtió en la Estación Agrícola Tropical

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