Ideologías políticas tras la máscara literaria - Núm. 8-2008, Enero 2008 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 69503032

Ideologías políticas tras la máscara literaria

AutorMaría Yanet Gómez Sosa
CargoHistoriadora de la Universidad Nacional de Colombia
Páginas117-148

    Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, catedrática del Departamento de Humanidades de la Universidad Eafit. mgomezso@eafit.edu.co

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Todo lo que es profundo ama la máscara

F. Nietzsche

En este artículo1, la máscara la entendemos como propone Giovanni Reale: un juego “que oculta y al mismo tiempo permite ver, es decir tiene la hábil ficción de velar para des-velar sólo al que es capaz de entender” (2004, p. 28). Aquí se muestra cómo algunos personajes históricos usan el ropaje de los de la ficción y la prosopopeya como mediación de la doctrina social y moral de un entorno histórico. No se trata de una relación de correspondencia entre discurso histórico y discurso literario, sino de la correlación de discursos literarios que enmascaran discursos ideológicos. En este sentido la máscara no es asumida como falseamiento de “lo real”, sino como representación de una realidad re-configurada en el discurso literario de una época.

Dos novelas que pueden ser leídas desde el vértice lateral de la máscara, desde donde se percibe el anverso y se intuye el reverso, fueron escritas en el período de la llamada Regeneración. El Moro fue publicada en 1897 y De sobremesa, escrita entre 1887-1896, fue publicada en 1925 (Pineda, 1996, p. 50). Para ese entonces los políticos colombianos, en vez de hacer tratados, solían utilizar la literatura para hacer públicas sus concepciones ideológicas, sus proyectos políticos y sus caracterizaciones de lo social.

Ese período estuvo caracterizado por transformaciones políticas en todos los ámbitos, conflictos que derivan del intento de los conservadores de “regenerar” el país y una extraordinaria actividad intelectual, en su mayor parte adherida al proyecto político conservador, en contra de las ideologías radicales que imperaron hasta entonces.

I El proyecto regenerador en De sobremesa

En esta novela, el advenimiento de la moderna sociedad burguesa figura como teatro. Los políticos colombianos, también escritores en su mayoría, no relegaban aún el papel social de los poetas y los artistas como se venía haciendo en países europeos, en los que las técnicas y la reflexión científica estorbaban el protagonismo de los hombres que se dedicaban a las “bellas letras”; en todo caso, en Colombia podían convivir sin excluirse. Dicha novela habla de una época en la que el modernismo en Colombia coincidióPage 119 con la instauración de una sociedad católica tradicional. Bogotá era “La Atenas Suramericana”, ciudad gobernada por gramáticos, en la que Miguel Antonio Caro y Marco Fidel Suárez abanderaban algunos de los discursos del mundo moderno. Pero el mundo moderno se instalaba como copia de copia en las familias ricas provincianas y en la élite bogotana, cimentada en lujos abigarrados que les concedía su árbol genealógico, según la tradición, o sus negocios, según la modernidad.

En el discurso de De sobremesa entra en escena la máscara en la figura de un escritor burgués criticando la incipiente burguesía tendiente al totalitarismo, que para el cuadro colombiano fue personificada por Rafael Núñez con su “Regeneración”.

En este acápite se contrasta el discurso de la novela que enmascara, entre líneas, con alusiones precisas o no, el proyecto que lideró Rafael Núñez en la política colombiana de finales del siglo XIX. Se transita a saltos desde el discurso literario hasta el histórico2 y viceversa, para mostrar a través de la metáfora de la máscara cómo la literatura hace historia y la historia se hace literatura.

Con nombres propios trocados, la crítica a la Regeneración, con su despliegue práctico, aparece como el sueño de un poeta que huye a un lugar de paz cercano a París. Al buscar un plan al cual consagrar su vida, “imagina” una ideología con la que gobernaría su país –Colombia– cuando fuera presidente de la república. Idea entonces un plan “claro y preciso como una fórmula matemática” (Silva, 1993, p. 74).

En el plano paralelo, el de la historia, Núñez dice: “Nuestra confianza en la lógica es ilimitada [...] Ella es una escala que en el orden ascendente conduce siempre a la victoria, así como en el orden inverso conduce al abismo” (Lemaitre, 1990, p. 93). En el plan ficcional, el poeta José Fernández construye una estrategia económica para garantizar su poderío, pues es claro que para lanzarse a la política necesita negociar, enPage 120 términos capitalistas, con otros países, y aumentar su fortuna. Sus negocios son emprendidos en Nueva York, París y Londres, y sobre todo en Panamá. “Iré por temporadas a Panamá a dirigir en persona las pesquerías de perlas, que darán al explotar los bancos desconocidos hasta hoy, maravillas como las que produjeron cuando Pedrarias Dávila remitió a los Reyes de España la que remata la corona real” (Silva, 1993, p. 75).

Aquellos lugares en los que Fernández amasará su fortuna hacen alusión a sitios en los que el poeta regenerador Rafael Núñez realizó actividades políticas. La perla que pescó Núñez en Panamá: Dolores Gallego, hermana de la esposa de Obaldía, el hombre políticamente más influyente del Istmo. Y fue esa también la conquista de un feudo electoral, pues Núñez con su matrimonio “entró inmediatamente a un círculo social y político cuyas influencias le habrían de servir poderosamente en su vida pública” (Liévano, 1977, p. 63).

Núñez trabajó en Nueva York casi un año como periodista, poniendo en circulación sus posiciones políticas en varios periódicos hispanoamericanos. Sus ensayos de esa época fueron recogidos en Ensayos de Crítica Social. De Nueva York viajó a Francia para desempeñarse como cónsul en El Havre, cargo único de Colombia en el continente europeo. Más tarde fue promovido, a petición suya, al Consulado de Liverpool en Inglaterra. En estos países continuó vinculado con la política colombiana a través de la escritura.

El narrador de ficciones, José Fernández, sabe que necesita inventarse un modelo de progreso y civilización, meta por alcanzar en la política que fundará en su país. Por ello, mientras consolida sus negocios se consagra: “en alma y cuerpo a recorrer los Estados Unidos, a estudiar el engranaje de la civilización norteamericana, a indagar los porqués del desarrollo fabuloso de aquella tierra de la energía y a ver qué puede aprovecharse, como lección, para ensayarlo luego, en mi experiencia” (Silva, 1993, p. 75).

Mientras, Núñez, el poeta regenerador, es encandilado con la grandeza histórica y las luminosas ondas de la madura civilización inglesa (Lemaitre, 1990, p. 26) y se dedica al estudio comparativo entre la economía, la sociedad y la política de países del viejo mundo, en contraste con las de Colombia, para sacar conclusiones sobre qué experimentos serían más ventajosos para su país. Su idea era importar lo mejor para engrandecer su patria.

En los enunciados del también poeta Fernández, en contraste con los de Núñez, hay una suplantación geográfica. Dicho cambio es enmascaramiento de la novela o extensión del campo de estudio. Estudiar otras culturas en términos comparativos fue una estrategia que caracterizó a los políti-Page 121cos del siglo XIX, en cuyos imaginarios estaba el de diferenciar entre países civilizados y países por civilizar. Estados Unidos fue también tomado como modelo de república para Colombia.

Pero sigamos escuchando al poeta Fernández en su itinerario:

lo que hoy poseo estará listo para el momento en que regrese a mi tierra, no a la capital sino a los Estados Unidos [de Colombia], a las provincias que recorreré una por una, indagando sus necesidades, estudiando los cultivos adecuados al suelo, las vías de comunicación posibles, las riquezas naturales, la índole de los habitantes, todo esto acompañado de un cuerpo de ingenieros y de sabios, que serán para mis compatriotas, ingleses que viajan en busca de orquídeas. Pasaré unos meses entre las tribus salvajes, desconocidas para todos allá y que me aparecen como un elemento aprovechable para la civilización por su vigor violento las unas, por su indolencia dejativa las otras. (Silva, 1993, p. 75)

Núñez regresa a principios de 1875 a Colombia como Senador del Estado Soberano de Bolívar. Sus ideas liberales habían dado un vuelco capaz de revolucionar el país. Volvía de Europa con la convicción de que había que acabar con el federalismo; seguramente ya tarareaba bambucos patrióticos a la manera de Pombo, que proclamaba una Patria grande, toda una Nación con suficiente fuerza para anexarse esas “tierras chiquitas”, perdedoras y escolladas. El ideal, en este sentido, era el canto repetitivo y cadencioso de la poesía:

Yo soy de Colombia entera;

de un trozo de ella, jamás;

y ojalá más grande fuera,

que así me gustara más.

(Pombo, 1974, pp. 58-59)

Pero acabar con el federalismo implicaba cambiar las políticas económicas que regían en esos momentos. La situación de las provincias lo dejó alarmado. De la provincia había que desplazarse hasta el centro, pues la capital requería reformadores; según Fernández, la estrategia era contundente: “me instalaré en la capital e intrigaré con todas mis fuerzas y a empujones entraré en la política para lograr un puestecillo cualquiera, de esos que se consiguen en nuestras tierras sudamericanas por la amistad con el presidente” (Silva, 1993, pp. 75-76).

Núñez, mucho antes de viajar a Europa, pertenecía a la vida política del país. Sus intrigas y amistades lo habían encumbrado. Antes de ser presidente pasó por varias secretarías generales de gobierno (Cartagena, Panamá); fue representante a la Cámara, presidente de Panamá, secretarioPage 122 de Guerra y de Hacienda, director del Crédito Nacional, Ministro de Hacienda... El conocimiento de las teorías económicas y su carisma de liberal renovado le permitieron cierta aceptación por parte de la élite política del país. Así lo afirma el poeta máscara:

En dos años de consagración y de incesante estudio habré ideado un plan de...

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