Marx y la utopía de una nueva sociedad - Acción, ética, política. Nuevos parámetros de reflexión en ciencias sociales - Libros y Revistas - VLEX 857250384

Marx y la utopía de una nueva sociedad

AutorAlberto Valencia Gutiérrez
Cargo del AutorProfesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle (Cali, Colombia)
Páginas109-145
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MARX Y LA UTOPÍA
DE UNA NUEVA SOCIEDAD1
A finales de los años sesenta un periodista francés, que había
hecho sus estudios en la Sorbona como casi todos sus pares, y
había conocido allí a los grandes maestros del pensamiento en
boga en la época, escribió un artículo en un periódico notable
de la capital en el cual, parafraseando una frase de Nietzsche,
proclamó que, como Dios, “Marx había muerto”. La expresión
se difundió rápidamente en los medios intelectuales franceses y
después por el mundo entero, mucho más de lo que esperaba su
autor. La anécdota puede parecer anodina pero expresa realmen-
te lo que era el sentir de la opinión o de los medios intelectuales
franceses en ese momento.
1 La elaboración de este artículo se ha hecho a lo largo de varias décadas y con base
en múltiples experiencias intelectuales y vivenciales. Sin embargo, debo resaltar
las conversaciones con Estanislao Zuleta a comienzos de los años ochenta. A
medida que yo iba elaborando las ideas sobre la actualidad de Marx, las some-
tía a discusiones periódicas con él para conocer sus puntos de vista al respecto.
Su asentimiento o su crítica me orientaron y afirmaron en la validez de lo que
iba construyendo. La idea del marxismo como una perspectiva ética se la debo
completamente. Obviamente, la responsabilidad global del artículo es del autor.
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El pensamiento de Marx fue durante mucho tiempo un refe-
rente obligado de cualquier intelectual. Pero, a partir de cierto
momento, “desmarcarse del marxismo” se convirtió en una exi-
gencia o, mejor aún, en una “etiqueta” intelectual, para muchos
indispensable, hasta el punto de que ahora ya casi nadie se re-
clama de su orientación. El más benévolo de sus detractores en
Francia se limitaba a afirmar: “Sans Marx mais comme lui”. En
América Latina, donde “todo nos llega tarde, hasta la muerte”
como decía el poeta, la noticia de la “muerte de Marx” tardó
algunas décadas en arribar, hasta el punto de que en los años
ochenta su “agonía” todavía continuaba en algunos sectores.
No obstante, consumadas las grandes transformaciones de la
década de los noventa, a comienzos del nuevo siglo el olvido de
Marx parece apoderarse de casi todos los que antes lo recono-
cían con fervor.
Marx pertenece al mismo tiempo al mundo intelectual y al
mundo político, pero tal vez ningún intelectual de los últimos
doscientos años haya tenido tanta significación política. El mar-
xismo no ha sido solo una teoría filosófica, sociológica, histórica o
económica, sino una “premisa objetiva” del desarrollo histórico,
una inspiración fundamental de la lucha política, una teoría de la
revolución, la promesa de una nueva sociedad, la garantía de que
la historia tiene un sentido o, en su expresión más aberrante, una
ideología de Estado. Si quisiéramos encontrar un parangón para
su influencia tendríamos que buscarlo más en los profetas de las
grandes religiones (Jesús, Mahoma, Buda o Confucio) que en sus
pares académicos o en sus amigos o contradictores políticos. Este
doble carácter hace difícil una valoración serena de sus aportes.
No obstante, conscientes de estos hechos, trataremos de re-
novar en las líneas siguientes la polémica alrededor de la vigencia
de su pensamiento en las condiciones actuales del desarrollo his-
tórico, de las luchas políticas y del mundo intelectual, haciendo
un énfasis particular en su contribución a la construcción de una
utopía que, a comienzos del nuevo milenio, pueda dar sentido a
la aspiración de un mundo mejor.
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las críticas a marx
Un proceso histórico de inmensa importancia habría precipitado
la caída de Marx en los años sesenta: los regímenes socialistas
habían comenzado a ser puestos seriamente en cuestión en el
medio intelectual europeo y la publicación de El Archipiélago
Gulag de Solzhenitsyn habría dado el golpe de gracia para que
esa crítica se difundiera de manera definitiva. Los regímenes
socialistas existían desde hacía algunas décadas, sus excesos re-
presivos estaban a la vista de todos desde hacía algún tiempo,
algunos intelectuales ya habían denunciado lo que allí ocurría,
pero a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta
aún no se había generalizado la noticia de su fracaso. Una revis-
ta francesa tan importante como Les temps modernes de Sartre
aún consideraba en los años cincuenta que la Unión Soviética
era la patria del socialismo y el preanuncio de lo que sería el fu-
turo de la humanidad.2 La toma de conciencia definitiva que
se produce alrededor de los excesos del socialismo en ese mo-
mento es la señal para comenzar a preparar la “partida de de-
función” del pensador alemán porque para muchos la vigencia
de su pensamiento estuvo siempre asociada con la suerte del
socialismo.
Este nuevo sistema social, propio de las condiciones de vida
del siglo XX, había demostrado rápidamente su imposibilidad
de reemplazar, con la planificación económica y la regulación
estatal del funcionamiento de la economía, los mecanismos del
mercado propios del régimen capitalista como forma de asigna-
ción eficiente de los recursos económicos que permitiera el abas-
tecimiento de las grandes masas. Pero igualmente el socialismo
construyó un sistema totalitario de control estatal de la sociedad
en todos sus niveles (incluyendo los resortes más íntimos de la
vida privada) hasta el punto de acudir al terror y a la persecución
2 Cfr. Claude Lefort, Un homme en trop, Paris, Éditions du Seuil, Points, 1986,
cap. I. (Existe versión en español como Un hombre que sobra).

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