Un médico bien querido - Núm. 4-1, Junio 2016 - RHS. Revista Humanismo y Sociedad - Libros y Revistas - VLEX 652214921

Un médico bien querido

AutorJosé De los Ríos Osorio
CargoMédico
Páginas31-32
RHS Revista Humanismo
y Sociedad
31
Cartas al editor
Un médico bien querido
Se me pierde en las luces de los días y en las sombras de las noches el momento de mi vida cuando por primera vez
oí decir que, para hacer el mejor ejercicio de la medicina, es necesario hacer u na buena mezcla de los conocimien-
tos cientícos y las capacidades artísticas. Un día y una hora que sí recuerdo fueron cuando uno de los grupos de
mis alumnos me concedió el honor de i nvitarme a que les diera la última clase en s u acto de graduación. En esa
oportunidad se me ocurr ió decirles, entre otras cosas, que la medicina es la c iencia precisa de la imprecisión, que
necesita precisar má s para poder ser más efectiva y que la letra ilegible de los doctores es la máscara con la cual
cubren la ignorancia.
Han venido a mi presente las anteriores reexiones al rec ibir un correo electrónico q ue me envió una colega, en
el que me incluye un art ículo que se reere a la necesidad de entender la literatura biomédica, a propósito de los
múltiples artículos que llegan por uno u ot ro medio, incluidas las páginas electrónicas, para ser consu ltados no
solo por los profesionales del área del salud sino por el público en general. Por supuesto, como lo dice el autor
del escrito que comento, hay temas de una alta complejidad y en un lenguaje q ue solamente está al alcance de los
especialistas sobre la materia y me atrevo a pensar que el ciudadano común, por adicto que sea a consultar en la
red o en otro medio, no le va a dedicar su tiempo a ese tipo de artículos, cuando hay información que está escrita
en «cristiano» con la que puede satisfacer sus inquiet udes.
Por supuesto que la informac ión puede ser tergiversada por ignorancia o mal intencionadamente y ahí es donde
las cosas se pueden complicar. Con alguna frecuencia los medios ma sivos emiten in formaciones médicas a me-
dias, y sabemos de sobra lo peligrosa que es una verdad a media s. Pero me c uento entre los que creen que si el
paciente tiene información precisa y suciente de su padecimiento es más benecioso que perjudicial. Un paciente
que sabe q ue padece de una enfermedad termin al, por ejemplo, es un paciente que acept a de mejor manera las
medidas paliativas de sus dolores y quebrantos. Ya quedaron atrás, hace mucho tiempo, las épocas en que con
muchas reservas, este «secreto» solo se revelaba a algunos fami liares.
El médico tratante tiene la obligación de informar ampliamente al paciente y a sus familiares si es del caso, echan-
do mano del arte y de la ciencia, utilizando un a terminología llana y suciente, estableciendo un d iálogo antes
que el inveterado monólogo que han usado los médicos, para explicarle cuál es el posible diagnóstico o las mane-
ras o exámenes con los que se puede llegar a precisarlo; el o los posibles tratamientos indicados, el pronóstico que
del tratamiento elegido se desprende y aunque sea muy doloroso, las posibles secuelas y, además, debe sumin is-
trar la información adicional que el paciente desee. Cuando se procede de esta manera, antes de que se congure
una amenaza, se const ruye una oportunidad para la cooperación.
Por supuesto que los aspectos cientícos y técnicos básicos de la medicina los debe adquiri r el médico en la uni-
versidad, y la solvencia en los avances cient ícos será tan a mplia como su disciplina de estudio. Pero para hacer
sólido su componente humaní stico requiere un cultivo extracurricula r muy cuidadoso de la personalidad, que
desarrolle la capacidad de apreciar la naturaleza en cualesquiera de sus expresiones; necesita t ambién el ejerci-
cio perma nente de la lectu ra para sumergirse en la literatura que amplía los horizontes de la inconmensurable
experiencia humana, de acuerdo con las preferencias, sin que falte la de t inte social. Debe, además, adquirir el
convencimiento de que todas las expresiones artísticas son manifestaciones huma nas que regocijan el al ma con
los aromas de lo bello, y predisponen al espíritu para reconocer a cualquier ser humano como la obra más perfecta
del universo. Poseyendo estas actitudes y aptitudes y ejercitando cotidianamente la vocación de servicio incon-
dicional a las gentes, adobada esa vocación con una fuerte dosis de sencil lez y de humi ldad, logrará ma ntener
alejados de sus actos y de sus pensamientos los nefastos microbios de la prepotencia, la petulancia, la ar rogancia
doi: 10.22209/rhs.v4n1a06

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