México: el grito de Dolores
| Autor | Pablo Rodríguez |
| Páginas | 111-149 |
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Capítulo IV
México: el grito de Dolores
Miguel Hidalgo con la ronda. Óleo de Atanasio Vargas. Museo Casa Hidalgo, Guanajuato, 1900.
Días de Gloria en la Independencia Hispanoamericana
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Al finalizar el siglo xviii el virreinato de la Nueva España
presentaba los rasgos de una colonia vigorosa contrastados
por distintos y continuados conflictos sociales. Era el virrei-
nato con la geografía más extendida, tanto que en su frontera
norte los límites eran bastante imprecisos, y tenía el mayor
número de audiencias y gobernaciones bajo su jurisdicción.
Si ciudad de México era reconocida como la más rica y
atractiva del Imperio español en América, ciudades como
Guadalajara, Oaxaca, Puebla y Guanajuato no demeritaban
en importancia. El puerto de Veracruz, puerta de entrada al
virreinato en el Atlántico, seguía siendo el destino preferido
de los comerciantes y viajeros que partían de la Península.
La economía mexicana se sostenía sobre dos fuertes co-
lumnas: la minería y la agricultura de hacienda. La minería
de plata había sido desde el siglo xvi un ramo sumamente
activo. Sin embargo, la falta de fuerza de trabajo y las limi-
taciones técnicas que la sumieron en una depresión fueron
superadas en el siglo xviii. Su producción dio un salto
excepcional al pasar de cinco millones de pesos en 1702 a
veintisiete millones en 1804. México producía el 67% de
toda la plata americana. Sólo la mina valenciana reportaba
un millón de pesos anuales a sus propietarios. Muchas veces
complementaria con la minería, existía la gran hacienda. Se
trataba de extensos dominios agrícolas ganaderos, la mayo-
ría de las veces en manos de criollos. Las grandes haciendas
abastecían las ciudades de distintos productos, especialmen-
te maíz, legumbres y carnes. Pero su importancia residía
en el control que imponían sobre los recursos de las zonas
circundantes. Campesinos e indígenas corrientemente se
veían precisados a prestar servicios en las haciendas, lo que
los hacía dependientes de su economía.
México: el grito de Dolores
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Durante el mismo siglo xviii la población de la Nueva
España tuvo un crecimiento considerable. Entre 1742 y
1810 pasó de 3,3 millones a 6,1 millones. Aunque el au-
mento más veloz se había dado en las últimas dos décadas,
ese crecimiento hizo que la rigidez de la estructura social
se hiciera más compleja. El 60% de la población mexicana
era indígena; el 22% lo conformaban las castas resultado de
los cruces de blancos, indígenas y negros. Sólo el 18%, algo
más de un millón de habitantes, lo constituían los blancos,
criollos y peninsulares. Estos últimos no superaban las quince
mil personas. Además, la población mexicana estaba con-
centrada en la región central del país, principalmente en la
capital y su entorno, aunque también había una población
numerosa en el estado de Oaxaca. Estos hechos hacían que
México fuera una sociedad sumamente desigual, en la que
las grandes mayorías de indígenas y castas vivían con gran-
des limitaciones.95 Incluso en el segmento de la población
blanca era un selecto grupo el que se beneficiaba de los re-
cursos de la minería, las haciendas y el comercio. Muchos
blancos llevaban una existencia próxima a la de los mestizos
y las castas. El aludido aumento de la población, ocurrido
especialmente entre los indígenas y las castas, no hizo sino
agravar sus condiciones de vida.
Pese a la gran prosperidad económica que vivía el virrei-
nato de la Nueva España, era demasiado dependiente de los
ciclos agrícolas. Un autor autorizado como Enrique Flores-
cano ha llamado la atención sobre los efectos de las sequías,
plagas y malas cosechas en el conjunto de la sociedad. Entre
1780 y 1810 éstas elevaron los precios del maíz a precios
95 Lynch, John, Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826. Barcelona:
Editorial Ariel, 1976, p. 333.
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