La muerte, redención artística de la vida Bernhard y el fracaso de la ética individualista - Núm. 5, Diciembre 2007 - Ratio Juris - Libros y Revistas - VLEX 52108842

La muerte, redención artística de la vida Bernhard y el fracaso de la ética individualista

AutorModesto Gómez Alonso
CargoDoctor en filosofía por las Universidades de Salamanca y Pontificia de Salamanca. Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA).
Páginas104-133

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1. Introducción

Las obras de Bernhard caen en el panorama, idílico y autocomplaciente, de la Austria feliz (Glückliches Ósterreich) como un auténtico jarro de agua fría. Cargadas de intención polémica, pensadas y escritas para irritar, diseñadas por un maestro del insulto; su autor se recrea en ellas en un ejercicio de subversión de los rasgos estereotipados de la Austria contemporánea, de desmitificación de la imagen con la que su país se presenta ante el mundo y se identifica. Bernhard refleja en sus escritos el reverso de la "realidad" nacional, y así, condena sin paliativos, no sólo la mediocridad y miseria moral de su entorno, también, y sobre todo, la hipócrita cobardía de sus compatriotas, especializados en mentirse a sí mismos sobre sí mismos, incapaces de reconocerse o de afrontar siquiera un intento serio por reconocerse.

Para Bernhard, Austria es la encarnación colectiva de la existencia inauténtica y, por ello, su realidad es el conflicto que define toda inautenticidad; conflicto entre la apariencia y el ser, entre el querer y el poder, entre la existencia y la consciencia; lucha dúplice y agónica, por preservar la ficción y por traspasarla, por cimentar la mentira y por alcanzar la verdad. Nada se sostiene en su obra, todos los ídolos suenan a hueco, todos los ornamentos ocultan un inquietante vacío. La Austria intelectual del turismo culto es un simple escenario de cartón piedra en el que el gesto sustituye al pensamiento (Tala145). La Austria musical de Mozart, Haydn, Bruckner, Brahms y Mahler no refleja otra cosa que un pasado, glorioso pero pasado, que rentabilizan y sobreexplotan las agencias de viajes y las tiendas de souvenirs (Maestros antiguos146). La Austria abierta y pacífica, frontera natural entre el Este y el Oeste, reducto de la socialdemocracia, tercera sede de la ONU; es realmente (en 1988) un nido de nazis (Heldenplatz147). En fin, ni la Austria opulenta y urbana que encarna la sociedad del bienestar ni la Austria alpina y rural bendecida por una naturaleza privilegiada, son lo que parecen. La primera incluye el mundo de los comedores de indigentes (Los comebarato14S), además de constituir el hábitat natural para los dandys arruinados (El sobrino de Wittgenstein149). La segunda, participa de la dualidad de todo lo natural. Pura y acogedora en contraposición a la hipocresía y mendacidad del universo humano, la Naturaleza no es, sin embargo, el lugar salvífico que describen románticos y costumbristas. Brutal, irresistible, estúpida y sensual; su potencial aniquilador es perfectamente descrito en Corrección:

"(...) aquí sin embargo, en el Aurach, reinaban todavía las condiciones y, por tanto, Page 105 las relaciones y, por tanto, las circunstancias que reinaban también hace doscientos y cuatrocientos años, la Naturaleza seguía siendo la misma y, por tanto, los hombres en esa Naturaleza seguían siendo los mismos, con su malevolencia y su horrible fecundidad, ésta de aquí es una raza de hombres, pensé, que sigue siendo la misma raza de hombres de los primeros tiempos de la Historia, exceptuada del progreso general, ignorante, adivinándolo todo sólo con vaguedad (.)"150

Y, pese a ello, el propio Bernhard es un producto genuinamente austríaco. No se trata, lo que es obvio, de que Austria sea una de sus obsesiones. Tampoco de su gusto por la exageración y la mistificación, es decir, de la suplantación de la realidad que se encuentra en sus escritos supuestamente "autobiográficos"151. Ni tan siquiera del hecho, nada sorprendente, de que tras su muerte su figura se haya convertido en ícono nacional. Nos referimos al rasgo más sobresaliente de su escritura; al esfuerzo, titánico, patológico, por la lucidez. "[O]cuparse de un tema significa pensar ese tema hasta el fin, no debe quedar nada de ese tema que no se haya aclarado o, por lo menos, que no se haya aclarado en el más alto grado posible, (.)"152; hace decir a Roithamer, su alter ego en la ficción. Hipertrofia del espectador, afán clarificador, escrúpulo en un análisis interminable; su apuesta por el conocimiento exige una integridad (más bien, una dureza: con los otros y, sobre todo, con uno mismo) que puede llegar a rayar la locura. -No debo engañarme. He de resistir el canto de sirenas de los lugares comunes, el apacible encanto del dejarse llevar, del dejarse pensar; la comodidad de la mentira.- Esos son la tentación y el programa que esa tentación origina de todas sus obras; obras que son alegorías de la caída y la redención, campos de batalla en los que escritor, narrador y protagonistas comparten destino: sobreponerse a la desidia, afrontar una costosa (y, en definitiva, absurda) operación de rescate que logre, al fin, que se haga presente la realidad, mancillada y oculta por la mentira.

2. Bernhard, Austria y la cuestión de la inautenticidad

Esta característica inserta a Bernhard en la más rancia (y universal) tradición cultural austríaca, tradición de denuncia y, por ello mismo, de clarificación. En arquitectura y escultura, donde Adolf Loos propugnaba la funcionalidad del espacio y la identificación entre el objeto y su uso; criticando así la disociación entre la apariencia y el ser de la cosa, el maquillaje de lo real mediante la ornamentación y su fundamento: una consciencia falsa, arrojada a la ilusión. En pintura, donde Gustav Klimt recusa el realismo triunfalista y pequeñoburgués y las subsiguientes confusiones entre arte y vida, pintura y retrato, política y cultura; propugnando un espacio propio para el arte y reclamando delimitación entre las esferas humanas con el fin de evitar la manipulación y su condición de posibilidad: la oscuridad. En periodismo y filosofía, donde un mismo objetivo vincula a Karl Kraus y a Wittgenstein: la denuncia de las palabras vacías, de los tópicos, de aquellos términos cuya función es apagar o sustituir el pensamiento. La búsqueda de claridad lingüística se presenta, de este modo, como proceso de confrontación y maduración personales, de diferenciación entre lo que pensamos (y somos) con y a través de las palabras y lo que no podemos pensar (ni ser) por ellas. Y adquiere una dimensión política: en la medida en que el contexto determina el texto, cómo hablemos será signo de cómo seamos; o, lo que es igual, la consciencia social pasa por la consciencia lingüística y la revolución de las Page 106 formas de vida conlleva la revolución de las formas del lenguaje. En música, donde Schónberg aboga por una "música pura", cuyo único fundamento sean las relaciones matemáticas y tonales entre sonidos; una música que, paralela a la "realidad", pueda sobrevivirla, y que, deshumanizada y, por ello, solamente música, no sea ni entretenimiento ni tonalidad, ni descripción ni sentimiento, ni acompañamiento ni representación; sólo un universo completo, una totalidad, y, por ende, no otra cosa que ella misma. En fin, en psicología y en literatura, áreas colindantes que revolucionaron Freud, Schnitzler, Joseph Roth o Musil. El primero, subrayando una fractura a la vez individual y social; mostrando en el espejo del psicoanálisis una imagen repulsiva y escalofriante que sus contemporáneos trataban, afanosa e inútilmente, de ocultar; detectando en la dualidad apariencia/ser una esquizofrenia generalizada sobre la que Europa se agota y tambalea. Los segundos, desarrollando Kakania153, la "Fecalandia Imperial y Real" cuyas peculiaridades históricas explican las también peculiares obsesiones de la intelectualidad austríaca desde la derrota ante Prusia en 1866.

Las naciones se levantan sobre mitos, recreaciones del pasado y del presente cuyo fin es la aglutinación y proyección hacia un futuro común de fuerzas e intereses centrífugos. Austria, construida como estado-nación a partir del siglo XVI en torno a tres focos, catolicismo, germanismo y barrera oriental de la Europa cristiana (frente a la amenaza turca), tiene, en los últimos años del siglo XIX, que reinventarse desde la nada. La unificación alemana (1870) implica su desplazamiento dentro del mundo germánico, del que formará parte sólo como apéndice y periferia. La descomposición del Imperio Turco aniquila su papel fronterizo. Su composición variopinta, el que sea lugar de encuentro de lenguas, razas, culturas y religiones de difícil conciliación, resta solidez a una efímera unidad, centrada cada vez más, no en instituciones, sino en la persona del emperador. No es de extrañar que el compositor y director de la Ópera de Viena Gustav Mahler se sienta tres veces paria: como judío en relación a Centroeuropa, como bohemio respecto a Austria, como austríaco en referencia a Alemania154.

Austria permanece sin identidad nacional. No puede asumir la tarea de reinventarse porque no hay proyecto alguno que pueda conferir sentido a su existencia. Apartado de la historia, el reinado de Francisco José se caracteriza por la huida de la realidad, en dos sentidos, mediante un proceso de autohipnosis que, paralizando el tiempo, proyecta sobre el presente las ya caducas tareas del pasado, y a través del culto a la superficialidad, del intento desesperado por ocultar la realidad, ahogada por el champán y la estridencia de los valses de la familia Strauss. Anquilosamiento y decadencia, embriaguez y formalismo: la Edad de Oro previa a la Gran Guerra es, a los ojos de Kokoschka, Freud o Musil, la marcha, rídicula y fatal, de un suicida vanidoso, grandielocuente, borracho y fanfarrón hacia el abismo. Son "los últimos días de la humanidad"; la puesta de sol, grandiosa e indigna, de toda una civilización; el canto de cisne trágico pero dulzón que reflejan dos soberbias elegías: La marcha Radetzski y El vals del emperador.

El final de la Gran Guerra y el consiguiente desmembramiento del Imperio...

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