Salvar la ciencia - Núm. 37, Julio 2017 - Revista de Economía Institucional - Libros y Revistas - VLEX 845594258

Salvar la ciencia

AutorDaniel Sarewitz
CargoProfesor de Ciencia y Sociedad en la Escuela para el Futuro de la Innovación y la Sociedad de la Universidad Estatal de Arizona, codirector del Consortium for Science, Policy, and Outcomes de dicha universidad
Páginas31-65
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Daniel Sarewitz
*
SALVAR LA CIENCIA
La ciencia, el orgullo de la modernidad, nuestra única fuente de
conocimiento objetivo, está en graves problemas. Auspiciados
por cincuenta años de creciente inversión pública, los cientícos son
más productivos que nunca y vierten millones de artículos en miles
de publicaciones que cubren una gama cada vez mayor de campos
y fenómenos. Pero gran parte de este supuesto conocimiento es de-
batible, poco conable, inutilizable o erróneo. De la metástasis del
cáncer al cambio climático y de la economía del crecimiento a las
pautas dietéticas, la ciencia –que supuestamente aporta claridad y
soluciones– hoy genera contradicción, controversia y confusión. En
este camino también se está socavando la idea, que ha perdurado
unos cuatrocientos años, de que la acción humana prudente se puede
basar en verdades vericables de manera independiente. La ciencia
está atrapada en un vórtice autodestructivo; para escapar, tendrá que
abdicar a su protegido estatus político, y reconocer sus límites y su
responsabilidad con el resto de sociedad.
Es difícil desentrañar la historia de cómo se llegó a esta situación,
debido no en poca medida a que la empresa cientíca está bien de-
fendida por muros de publicidad exagerada, mito y negación. Aunque
gran parte del problema se remonta a una mentira descarada pero
hermosa que sustenta el poder político y cultural de la ciencia. Una
*
Profesor de Ciencia y Sociedad en la Escuela para el Futuro de la Innovación
y la Sociedad de la Universidad Estatal de Arizona, codirector del Consortium
for Science, Policy, and Outcomes de dicha universidad, [daniel.sarewitz@asu.edu].
Este escrito, que apareció en The New Atlantis 49, 2016, pp. 5-40, se publica con
las autorizaciones correspondientes. Traducción de Alberto Supelano. Fecha de
recepción: 05-11-2016, fecha de aceptación: 04-09-2017. Sugerencia de citación:
Sarewitz, D. (2017). Salvar la ciencia, Revista de Economía Institucional 19(37),
31-65. : http://dx.doi.org/10.18601/01245996.v19n37.03
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mentira expresada de la manera más convincente justo cuando Estados
Unidos emprendía un largo periodo de extraordinario crecimiento,
cientíco, tecnológico y económico. Dice así:
El progreso científico en un frente amplio es resultado del libre juego de
intelectos libres, que trabajan en temas de su propia elección del modo que
dicta su curiosidad por la exploración y lo desconocido.
Esta convincente visión de la ciencia, tan profundamente arraigada en
nuestra psique cultural que parece un eco del sentido común, proviene
de Vannebar Bush, el ingeniero del  que fue el arquitecto de la
empresa de investigación de la nación en la Segunda Guerra Mun-
dial, que produjo la bomba atómica y ayudó a avanzar en el radar de
microondas, la producción en masa de antibióticos y otras tecnolo-
gías esenciales para la victoria de los aliados. En ese proceso se hizo
famoso. Apareció en la portada de Time, y fue apodado el “general
de la Física”. Cuando la guerra se acercaba a su n, Bush percibió la
transición de la ciencia estadounidense a una nueva era de paz, en la
que los mejores cientícos académicos seguirían recibiendo la abun-
dante nanciación del gobierno a la que se habían acostumbrado desde
Pearl Harbor, pero ya no estarían atados a los estrechos dictados de
la necesidad y la aplicación militar, para no mencionar la disciplina y
el secreto. En cambio, como expresó en su informe de julio de 1945,
Ciencia, la frontera sin n, los cientícos sentarán los fundamentos de
“nuevos productos y nuevos procesos” para dar salud, pleno empleo
y seguridad militar a la nación prosiguiendo la “investigación en los
dominios más puros de la ciencia”.
Desde esta perspectiva, la mentira que Bush contó era quizá menos
un esfuerzo consciente de engañar que una manipulación seductora,
con nes políticos, de creencias muy extendidas sobre la pureza de
la ciencia. De hecho, sus esfuerzos para crear las condiciones de una
generosa inversión de largo plazo en la ciencia tuvieron sumo éxito, y
la nanciación federal para “investigación básica” pasó de 265 millones
de dólares en 1953 a 38 mil millones en 2012, una suma veinte veces
mayor cuando se ajusta por la inación. Más impresionante aún fue el
incremento para investigación básica en las universidades, que pasó de
82 millones de dólares a 24 mil millones, una suma más de cuarenta
veces mayor cuando se ajusta por la inación. En cambio, el gasto
del gobierno en más “investigación aplicadaen las universidades fue
mucho menos generoso, solo llegó a algo menos de 10 mil millones.
El poder de la mentira era palpable: “el libre juego de intelectos libres”
proporcionaría el conocimiento que la nación necesitaba para afrontar
los retos del futuro.
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Junto con todo ese dinero, la hermosa mentira proporcionó una
brillante justicación política del gasto público con poca responsabi-
lidad pública. Los políticos daban fondos de los contribuyentes a los
cientícos, y solo los cientícos podían evaluar la investigación que
hacían. Los esfuerzos externos para guiar el curso de la ciencia solo
interferían en su avance libre e impredecible.
Los frutos de la exploración cientíca guiada por la curiosidad
hacia lo desconocido a menudo han sido magnícos. El reciente
descubrimiento de las ondas gravitacionales –una conrmación
experimental de la obra teórica de Einstein de un siglo antes– fue
una culminación muy publicitada de miles de millones de dólares
de gasto público y de décadas de investigación realizada por grandes
equipos de cientícos. Las multimillonarias inversiones en explora-
ción espacial también han producido un conocimiento similarmente
sorprendente de nuestro sistema solar, como las pruebas recientes de
agua corriente en Marte. Y, hablando de cosas sorprendentes, antro-
pólogos y genetistas usaron técnicas de secuenciación del genoma
para probar que los primeros humanos se cruzaron con otras dos
especies de homínidos, los de Neandertal y los de Denísova. Tales
descubrimientos aumentan nuestra admiración por el universo y por
nosotros mismos.
Y, de algún modo, al parecer, a medida que la curiosidad cientíca
alienta una mayor comprensión del funcionamiento esencial de nues-
tro mundo, la ciencia ha logrado a la vez entregar una cornucopia de
milagros en el lado práctico de la ecuación, tal como Bush predijo:
computadores digitales, aviones jet, celulares, Internet, láseres, saté-
lites, , imágenes digitales, energía nuclear y solar. Cuando Bush
escribió su informe, nada hecho por humanos orbitaba alrededor de
la Tierra, el software no existía y la viruela subsistía.
Se podría perdonar entonces que se crea que esta asombrosa
profusión de cambio tecnológico fue producto del “libre juego de
intelectos libres, que trabajan en temas de su propia elección del
modo que dicta su curiosidad por la exploración y lo desconocido”.
Pero sería muy equivocado.
La ciencia ha sido importante para el desarrollo tecnológico, por
supuesto. Los cientícos descubrieron y probaron fenómenos que
resultaron tener aplicaciones tecnológicas muy amplias. Pero los mi-
lagros de la modernidad de la lista anterior no provinieron del “libre
juego de intelectos libres”, sino de la subordinación de la creatividad
cientíca a las necesidades tecnológicas del Departamento de Defensa
de Estados Unidos ().

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