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La tragicidad del populismo: hacia una reactivación de su dialéctica

AutorLuciana Cadahia
Cargo del AutorProfesora Pontificia Universidad Javeriana
Páginas247-265
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La tragicidad del populismo: hacia una
reactivación de su dialéctica*
Luciana Cadahia**
Cuando pensamos en la originalidad de la teoría populista desarro-
llada por Ernesto Laclau solemos centrarnos en el papel de la hege-
monía, el antagonismo y la contingencia radical. Incluso llegamos a
percibir que en el interior de su teoría habita una original compren-
sión de la universalidad dada en un terreno indecidible y de conflic-
tividad radical. Se han explorado con suficiente rigor los supuestos
que hay detrás de esta apuesta laclausiana, al punto de conside-
rarse una de las pocas teorías contemporáneas capaces de articular
en una misma estrategia teórica la certeza del posfundacionalismo
(Marchart, 2009) –el fundamento como ausencia y diferencia– y la
apuesta por la universalidad –la posibilidad de trascender las meras
particularidades diferenciales–. Sin embargo, me parece que no se
ha desarrollado de la misma manera la cuestión de la negatividad,
como si esta tuviera un papel secundario dentro de su proyecto. Si
prestamos atención a su recorrido intelectual, descubrimos que la
negatividad ha sido un tema recurrente en sus escritos.
Desde sus textos más clásicamente marxistas, como “Hacia una
teoría del populismo”, pasando por Hegemonía y estrategia socia-
lista –sobre todo en el capítulo III entendido como una crítica feroz
de la positivización de lo social–, hasta llegar a La razón populista
y sus artículos sobre el misticismo y la retórica, encontramos una
constante indagación por el papel de la negatividad. Sin ir más
lejos, en “Atisbando el futuro”, un capítulo escrito como respuesta a
una serie de textos dedicados a su obra, Laclau nos dice lo siguiente:
* Este texto es el resultado de mi actividad como profesora de la Pontificia
Universidad Javeriana en el Maria Sibylla Merian Center for Advanced Latin
American Studies in the Humanities and Social Sciences (CALAS), del cual
soy sub-coordinador de la región Andina.
** Profesora Pontificia Universidad Javeriana.
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Existe una primera opción teórica donde estimo que encon-
tramos la divisoria de aguas básicas de la filosofía contem-
poránea: o la negatividad (una negatividad no dialéctica, por
supuesto) es vista como constitutiva y fundacional, o bien es
vista como efecto “supraestructural” de un movimiento más
profundo que se concibe en términos de pura inmanencia. (La-
clau en Critchley y Marchart, 2008: 400)
Así constatamos la importancia que Laclau le otorga a este tér-
mino, a la vez que señala la existencia de dos tipos diferentes de
negatividad: una constitutiva y otra aparente, es decir, una forma
de negatividad radical y fundante y otra transitoria y supeditada
a un movimiento más profundo de reorganización y cierre. Más
adelante identifica a la negatividad aparente con el pensamiento
moderno –dado que cita a Spinoza y Hegel dentro de esta tradi-
ción– y a la negatividad fundante con el pensamiento contempo-
ráneo. Aunque no lo diga de manera explícita, es como si Laclau
concibiese a cada época engendrando una forma diferente de nega-
tividad y la pregunta que no deja de llamar la atención es por qué la
forma de negatividad contemporánea sería preferible a la moderna.
Más aún, cabría interrogarse qué diferenciaría a una de otra y por
qué nuestra época estaría en mejores condiciones para entender la
negatividad. Podríamos caer en la ilusión progresista de pensar que
la época donde nos tocó vivir sería la más adecuada para compren-
der los problemas fundamentales de la filosofía. Pero si la cues-
tión de la negatividad, como nos indica Laclau, es “la divisoria de
aguas de la filosofía contemporánea”, resulta imprescindible tratar
de acercarnos a algunos de sus intérpretes más importantes y tratar de
comprender qué hay en juego, a nivel político y filosófico, bajo el
nombre de negatividad.
Como todos sabemos, la negatividad ha sido un concepto clave
del pensamiento dialéctico, por no decir el concepto en el que se
funda la dialéctica hegeliana. Por eso, las diferentes propuestas
superadoras del pensamiento hegeliano se vieron en la necesidad
de cuestionar su papel. Podríamos decir que la diferencia ontológica
planteada por Heidegger no solo ha sido el intento más riguroso por
destruir este legado hegeliano, sino que ha posibilitado una serie de
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