Discurso pronunciado por Simón Bolívar ante el Congreso de Venezuela en Angostura, 15 de febrero de 1819 - Núm. 31, Julio 2019 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 808663277

Discurso pronunciado por Simón Bolívar ante el Congreso de Venezuela en Angostura, 15 de febrero de 1819

AutorSimón Bolivar
Páginas397-424
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Co-herencia Vol. 16, No. 31 julio - diciembre de 2019, pp. 397-424 (ISSN 1794-5887 / e-ISSN 2539-1208)
Discurso pronunciado
por Simón Bolívar ante el
Congreso de Venezuela en
Angostura, 15 de febrero de
1819
DOI : 10.17 230 /co -he renc ia.16 .31.13
Simón Bolívar
Correo del Orinoco, n.o 19, Angostura, sábado 20 de
febrero de 1819.
Discurso
Pronunciado por el General Bolívar al Congreso general de Venezuela
en el acto de su instalación:
Señor
¡Dichoso el Ciudadano que bajo el escudo de las armas de su
mando ha convocado la Soberanía Nacional, para que ejerza su
voluntad absoluta! Yo, pues, me cuento entre los seres más favorecidos
de la Divina Providencia, ya que he tenido el honor de reunir a los
Representantes del Pueblo de Venezuela en este Augusto Congreso,
fuente de la Autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y
árbitro del Destino de la Nación.
Al transmitir a los Representantes del Pueblo el Poder Supremo
que se me había conado, colmo los votos de mi corazón, los de mis
Conciudadanos y los de nuestras futuras generaciones, que todo lo
esperan de vuestra sabiduría, rectitud y prudencia. Cuando cumplo
con este dulce deber, me liberto de la inmensa autoridad que me
agobiaba como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis
débiles fuerzas. Solamente una necesidad forzosa unida a la voluntad
imperiosa del Pueblo me habría sometido al terrible y peligroso
encargo de Dictador Jefe Supremo de la República. Pero ya respiro
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Discur so pronunc iado por Simó n Bolívar ant e el Congres o de Venezuel a en Angostur a,
15 de febrero de 1819. En: Co rreo del Orinoco (1818 -1821)
devolviéndoos esta autoridad, que con tanto riesgo, dicultad y pena
he logrado mantener en medio de las tribulaciones más horrorosas
que pueden aigir a un cuerpo social.
No ha sido la época de la República, que he presidido, una mera
tempestad política, ni una guerra sang rienta, ni una anarquía popular,
ha sido, sí, el desarrollo de todos los elementos desorganizadores: ha
sido la inundación de un torrente in fernal que ha sumergido la tierra
de Venezuela. Un hombre ¡y un hombre como yo! ¿qué diques podría
oponer al ímpetu de estas devastaciones?
En medio de este piélago de angustias no he sido más que un vil
juguete del huracán revolucionario que me ar rebata como una débil
paja. Yo no he podido hacer ni bien ni mal. Fuerzas irresistibles han
dirigido la marcha de nuestros sucesos. Atribuírmelos no sería justo
y sería darme una importa ncia que no merezco ¿Queréis conocer los
autores de los acontecimientos pasados y del orden actual? Consultad
los anales de España, de América, de Venezuela: examinad las leyes
de Indias, el régimen de los antiguos mandatarios, la inuencia de
la religión y del dominio extranjero: observad los primeros actos
del Gobierno Republicano, la ferocidad de nuestros enemigos y
el carácter nacional. No me preguntéis sobre los efectos de estos
trastornos para siempre lamentables, apenas se me puede suponer
simple instrumento de los grandes móviles que han obrado sobre
Venezuela. Sin embargo, mi vida, mi conducta, todas mis acciones
públicas y privadas están sujetos a la censura del pueblo.
¡Representantes! Vosotros debéis juzgarlas. Yo someto la historia
de mi mando a vuestra imparcial decisión, nada añadiré para
excusarla: ya he dicho cuanto puede hacer mi apología. Si merezco
vuestra aprobación habré alcanzado el sublime título de buen Ciuda-
dano, preferible para mí al de Liberta dor que me dio Venezuela, al
de Pac ic ad or que me dio Cundinamarca, y los que el mundo entero
puede darme.
¡Legisl ado res! Yo deposito en vuestras manos el mando Supremo
de Venezuela. Vuestro es ahora el augusto deber de consagraros a
la felicidad de la República: en vuestras manos está la balanza de
nuestros destinos, la medida de nuestra gloria: ellas sellarán los
Decre tos que jen nuestra libertad. En este momento el Jefe Supremo
de la República no es más que un simple Ciudadano, y tal quiere
quedar hasta la muerte. Serviré sin embargo en la carrera de las armas

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