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A la lucha he venido': tras la escena electoral de 1929

AutorJulián David Romero Torres
Cargo del AutorFotógrafo por pasión, sociólogo e historiador de profesión
Páginas53-127
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Capítulo segundo
A la lucha he venido”:
tras la escena electoral de 1929
El presente capítulo tiene como objetivo reconstruir y analizar la apertura del
debate electoral en el que comienzan a insinuarse los nombres de los posibles
candidatos que entrarían en campaña. Se ha definido como fecha inicial el
mes de julio de 1929, por el hecho de que en la prensa se presentan “las can-
didaturas” como un tema reiterativo. Es claro que la discusión no empieza
abruptamente en esta fecha; es necesario comprender que las tecnologías
de la campaña de 1929 han sido producto de prácticas dinamizadoras de la
política. Es por ello que indagaremos en casos particulares de la década del
veinte que marcaron, de una u otra manera, la realidad nacional.
Al pasar las semanas, mientras se aviva el fuego electoral, se van consoli-
dando las colectividades alrededor de las jefaturas, y asimismo, se van incre-
mentando las divisiones en el Partido Conservador que venían de atrás, pero
que ahora toman formas definidas en la disputa por las presidenciales. En este
sentido, es trascendental vislumbrar tanto las condiciones que hicieron posible
la división conservadora, como los diferentes matices que adquirieron, debido
a que se ha convertido en la hipótesis historiográfica más aceptada acerca de
la caída de la Hegemonía Conservadora1, y se hace necesario hilar más fino.
Es de interés revisar —a diferencia de la historiografía que ha tratado
el tema hasta el momento— algunos indicios de fragmentación dentro del
Partido Conservador y su alianza con el clero —más allá de la indecisión
de monseñor Ismael Perdomo para bendecir la candidatura de Vásquez o
1 Ver: Medófilo Medina, “Obispos, curas y elecciones. 1929-1930”, Anuario colombiano de
historia social y de la cultura 18-19 (1990-1991): 201.
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de Valencia— en un contexto en el que las disputas políticas se miden en el
uso de los espacios dispuestos para ganar adeptos y de las fuerzas revitaliza-
doras. Así, tres elecciones durante 1929 se avivaron los ánimos de combate
por la presidencia de la república.
2.1. Los años veinte y la conquista del electorado
Durante los años 1923 y 1924, en Colombia se registraron los primeros con-
flictos sociales huelguísticos de mayor impacto nacional, movilizaciones cada
vez más consolidadas. Hasta el momento el sector empresarial extranjero no
había sido tocado de manera significativa por estas; sin embargo, poco a poco
se convertiría en uno de los centros del forcejeo sindical.
Era evidente el cataclismo mundial. Desde finales de los años diez, so-
brevinieron transformaciones fundamentales. En Europa, la consolidación
del comunismo por la vía de la Revolución Bolchevique permitió el ascenso
de nuevos movimientos y partidos políticos en el mundo, con la promesa de
acabar con las desigualdades en todos los niveles. Más tarde, y cada vez con
más ímpetu, los partidos fascistas van ganando terreno en la política. Dos
fuerzas que paulatinamente le iban declarando la guerra a la democracia liberal,
lo que fue determinante en la crisis política de estos años. Estas dos grandes
fuerzas políticas hicieron eco en Latinoamérica, avivaron los populismos y
los golpes de Estado que se consolidaron años más tarde.
Ante una época de crisis y de agitación colectiva, las nuevas formas de
religiosidad secular eran muy posibles y habrían de encontrar eco en las mu-
chedumbres por medio del levantamiento de montículos míticos que desen-
volverían rituales en los cuales se fortaleciera el ideal de la restauración de la
felicidad perdida. Con la experiencia italiana fue posible retomar lo sagrado
en la esfera pública que se había ahora volcado hacia el estado, la patria, el
partido, o cualquier entidad laica del mundo moderno.
Es claro que en los países de América Latina tuvo que sentirse el mo-
vimiento telúrico generado por el fascismo de entreguerras. México, Brasil,
Argentina, Bolivia, Venezuela, Guatemala, entre otros, quisieron adoptar
la experiencia italiana, cada uno a su manera, con matices y mixturas iné-
ditas. Estas adaptaciones latinoamericanas no lograron mucha aceptación
en los observadores italianos que miraban con desdén la extensión de su
proyecto político.
“A la lucha he venido”: tras la escena electoral de 1929
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La parafernalia fascista en los años veinte gozaba de cierto prestigio en
algunos círculos elitistas de las naciones latinoamericanas; se convirtieron
en el último grito de la moda política que prometía mejorar las condiciones
de los países y de los intereses gremiales. Por ello, es indudable la revolución
cultural que produce el nuevo acceso a las masas y a los escenarios públicos
para la legitimación del poder, junto con la revitalización de los usos de
las imágenes, los gestos y los saludos que tuvieron una gran aceptación en las
sociedades seculares.
A finales de los años veinte tendremos el ascenso del nacionalsocialismo
en Alemania, el New Deal, la crisis económica, pero también los años en que
se definió la suerte de la Unión Soviética que ante el triunfo de Stalin se erigió
como contraposición al sistema capitalista mundial, que tendría efectos en la
izquierda colombiana, y por supuesto en las elecciones presidenciales de 1930.
La efervescencia social en Colombia, en línea con los movimientos po-
líticos internacionales, el auge económico local que impulsó una incipiente
industrialización y la construcción de algunas obras de infraestructura, la
formación de partidos de izquierda, como el Partido Socialista Revoluciona-
rio —que en diciembre de 1926 buscó congregar a nuevas fuerzas políticas
y organizativas que alzaban las banderas de la lucha obrera— y la consoli-
dación del nuevo conservatismo encabezado por Los Leopardos, le da a los
años veinte un aura de renovación política y cultural.
El temor al comunismo se hacía cada vez más evidente: las fuerzas del
orden —muchas veces con el fuego de las armas— respondieron a las movi-
lizaciones populares de los años veinte, y el régimen contestó también con
leyes represivas: la imposición de la tranquilidad se hizo por la vía de la fuerza.
El final de los años veinte no solamente significó para la historia política
nacional la caída de la Hegemonía Conservadora y la emergencia de la liberal,
sino también, sin desligarla de este hito, el descenso del socialismo; su caída,
transformación o muerte fue posible, como veremos, tanto por la persecución
de la que fue objeto, como por el asomo de un partido comunista fiel a los
mandatos de Moscú.
Es claro que estamos situados en los años de la denominada moderniza-
ción (concepto que puede funcionar en tanto se presente como proceso y no
como estado terminado o incompleto); una modernización sin modernidad,

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