El paradigma de la atrocidad: una teoría del mal - Primera parte - Justicia transicional. Teoría y praxis - Libros y Revistas - VLEX 52394864

El paradigma de la atrocidad: una teoría del mal

AutorClaudia Card
Cargo del AutorFilósofa, profesora de la Universidad de Wisconsin
Páginas16-54

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Se puede esperar que una teoría filosófica del mal aborde muchas preguntas relativas al significado y al valor: ¿Es "el mal" un concepto que vale la pena conservar? ¿En qué formas excede el mal lo que simplemente es equivocado o incorrecto? ¿Cuándo es mala una persona? ¿Y una intención o un motivo? ¿Un acto? ¿Una institución? ¿Somos todos potencialmente malos? ¿Cuál es el papel del sufrimiento en el mal? ¿Cuál es el papel de la culpabilidad? ¿Es el odio necesariamente malo? ¿Cómo podemos resistirnos a los males sin causar el mal en el proceso? ¿Hay males que debemos tolerar? ¿Son imperdonables algunos males? ¿Qué puede hacer que los males sean difíciles de reconocer? ¿Es el mal un aspecto inevitable de la condición humana? En este capítulo se esbozan respuestas a algunas de estas preguntas, las cuales serán desarrolladas más adelante; en los capítulos subsiguientes se exploran respuestas a otras preguntas.1

La filosofía y el mal

Las teorías filosóficas abordan las preguntas relativas al significado y al valor en un intento por aclarar conceptos fundamentales o importantes. Una manera de hacerlo es identificar preguntas que se hacen con frecuencia, tales como las anteriores, y utilizarlas para desarrollar un análisis. La teoría de este libro comienza con una sencilla definición abstracta, que se espera no sea controversial, y la desarrolla mediante la ampliación de sus conceptos básicos, teniendo en cuenta preguntas como las formuladas al inicio, relacionando esta teoría con otras teorías influyentes en la historia de la filosofía moral y considerando algunos estudios de caso. Page 17

En breve, la teoría de este libro es que los males son daños previsibles e intolerables producidos por el obrar mal culposo. Según mi teoría, la naturaleza y la severidad de los daños, más que el estado psicológico de los perpetradores, distinguen los males de los agravios comunes. El mal tiende a arruinar vidas, o partes significativas de ellas. No es sorprendente que las víctimas jamás se recuperen o logren seguir adelante, aunque algunas veces, las personas sí se recuperan y logran seguir adelante. Los malhechores, no obstante, no son necesariamente maliciosos. Con más frecuencia son inexcusablemente temerarios, insensiblemente indiferentes, y asombrosamente inescrupulosos. Los malhechores no tienen que ser personas malas, pero con el tiempo, pueden llegar a serlo.

De acuerdo con este punto de vista los males tienen dos componentes básicos: el daño (intolerable) y el obrar mal (culposo), ninguno de los cuales puede reducirse al otro. A veces identificamos el mal por el acto, como en el caso del término "genocidio", y otras veces por el daño, como en el caso de "muerte masiva". La terminología crea fácilmente la impresión de que el mal es simplemente el acto, como en el primer caso, o el sufrimiento, como en el segundo. Pero ni el obrar mal ni el sufrimiento, tomados aisladamente, son suficientes para que haya un mal. La terminología simplemente refleja el foco de nuestra atención.

La definición abstracta por sí sola no es esclarecedora. Requiere de interpretación y ésta se logra no sólo mediante la ampliación de los conceptos básicos y el abordaje de preguntas como las incluidas en el párrafo inicial de este texto, sino también mediante la comparación y el contraste de esta teoría con otras de la historia de la filosofía moral y la consideración de ejemplos de males. Las concepciones históricamente importantes del mal se han centrado o en el daño o en el obrar mal culposo, demostrando un descuido relativo del otro componente, o han fundido los dos componentes en uno. Dos visiones extremas del mal que han sido influyentes en la historia de la filosofía moral son aquellas del utilitarismo y del estoicismo (las cuales se discutirán en detalle en el capítulo 3). Los utilitaristas ven todo daño como un mal, no importa cuál sea su procedencia, y sostienen que algunos males son justificados. Los estoicos se centran en la voluntad humana y consideran malos todos los usos ilícitos de la voluntad. Para los estoicos, lo que sobrepasa el control de la voluntad no es ni Page 18 bueno ni malo. De esto, se deduce que el sufrimiento, en cuanto que cae más allá del control de la persona, no es un mal. Mi teoría de la atrocidad se halla a mitad de camino entre estas dos teorías. Combina rasgos de ambas, pero es más específica que cualquiera de ellas. Considera que tanto el daño como la voluntad del mal son esenciales para que se constituya un mal, pero no estima que todos los daños ni todos los usos ilícitos de la voluntad sean males. Presupone que el obrar mal no se define simplemente por el mal que causa o amenaza con causar, lo cual la distingue de la posición utilitarista. Pero, por otra parte, el daño causado por el mal no es accidental, lo cual distingue la teoría de la atrocidad de las teorías estoicas, tales como la de Immanuel Kant (capítulo 4). No obstante, dicha teoría, en parcial acuerdo con Kant, trata el mal como un concepto ético que presupone la culpabilidad. También parcialmente de acuerdo con la tradición utilitaria, la teoría considera el sufrimiento -real o posible- o el daño como elemento necesario, incluso el más necesario, del mal. Las víctimas del mal no son accidentales.

En el pensamiento cotidiano prefilosófico se baraja más de una comprensión del mal. Mi teoría no pretende abarcarlas todas. Por ejemplo, es una teoría laica, aunque muchas concepciones del mal son religiosas. Tal como anotó Nietzsche, los juicios sobre el mal han evolucionado históricamente y encarnan ciertas perspectivas. El mal puede ser lo que Ludwig Wittgenstein llamó un concepto de "semejanza de familia".2 De ser así, no todos los miembros de la familia son igualmente, o siquiera éticamente, interesantes. Utilizando la distinción que hace John Rawls entre el concepto (general) de algo y una concepción (particular) suya, mi teoría podría considerarse una concepción del mal, sin ser la única concepción del mal, de manera similar a cómo Rawls afirma haber proporcionado una concepción particular de la justicia, y no la única.3 Mi propósito, no obstante, es el de articular una concepción del mal que capture los males más éticamente significativos, más serios y públicamente conocidos de mi vida. Page 19

Los eventos naturales -terremotos, incendios, inundaciones-, no causados por o evitables mediante la agencia moral no son males. Las catástrofes no son lo mismo que las atrocidades. La muerte en sí tampoco es un mal, aunque la forma en que se muera sí puede serlo, como también puede ser un mal el verse privado de la oportunidad de vivir una vida con sentido. Quienes atribuyen los desastres naturales a la actividad de un ser supremo podrían preguntarse con razón si aquellos son males, y lo serían si carecieran de justificación moral. Mi teoría no presupone agencia alguna de ese tipo, pero puede adaptarse para quienes sí lo hagan. Cuando no se hallan guiadas por agentes morales, las fuerzas de la naturaleza no son ni bienes ni males. Simplemente son. Su "agencia" rutinariamente produce consecuencias que son vitales para algunas formas de vida y letales para otras.

Una parte significativa del shock producido por la atrocidad se debe a la percepción de que agentes humanos o fueron sus artífices o no intervinieron para evitarla cuando habrían podido y deberían haberlo hecho. La epidemia de una enfermedad fatal se convierte en un mal cuando los seres humanos equivocadamente dejan de evitarla o aliviarla -como en el caso de los experimentos Tuskegee sobre la sífilis- o cuando incorrectamente estuvieron involucrados en la difusión de la enfermedad, en primera instancia.4 La distribución por parte de los ingleses de mantas infectadas con el virus de la viruela entre los indígenas norteamericanos fue una atrocidad. La Peste Negra en la Europa del siglo catorce no lo fue, aunque la propaganda antisemítica la haya descrito así.5 El punto no es que sea más importante aliviar el sufrimiento desencadenado por los seres humanos que aquél causado por las catástrofes naturales. Más bien, se trata de que la falta de respuesta por parte de los seres humanos puede convertir una catástrofe natural en una atrocidad. Gran parte del involucramiento de la agencia humana en las atrocidades tiene que ver con agravar el sufrimiento ocasionado por causas no humanas o con tolerarlo innecesariamente.

Es importante que seamos capaces de emitir juicios sobre lo que está bien o lo que está mal, con el fin de aplicar la teoría del mal basada en la atrocidad, Page 20 ya que un daño no se convierte en mal a menos que sea agravado, apoyado, o producido por el obrar mal culposo. La teoría de la atrocidad pretende ser compatible con muchas comprensiones de la distinción entre bien y mal, siempre y cuando aquéllas no definan "lo que está mal" como "aquello que es dañino o perjudicial", ni equiparen "lo que está mal" con "el mal". Es compatible, por ejemplo, con el intuicionismo de W.D. Ross o de H.A. Prichard, con los principios de justicia y deberes naturales de John Rawls, y con el imperativo categórico de Kant.6 No es mi propósito ofrecer una nueva teoría del bien y del mal.

Para ilustrar la teoría, llevo a cabo tres estudios de caso, a cada uno de los cuales se le dedica un capítulo. En primer lugar, me refiero a las atrocidades relativamente públicas de violación masiva como arma de guerra y a formas relacionadas de esclavitud sexual (capítulo 6). En segundo lugar, tenemos las atrocidades privadas de la violencia doméstica: el maltrato conyugal severo, prolongado y a menudo fatal, y el similar abuso severo, incluyendo el abuso sexual, de los niños (capítulo 7). El último caso es aquél de las complejas y preocupantes formas de complicidad que existen en lo que Primo Levi, sobreviviente del Holocausto, ha llamado "zonas grises"...

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