Representar el sufrimiento de las víctimas en conflictos violentos: alcances, obstáculos y perspectivas - Núm. 14-1, Enero 2012 - Estudios Socio-Jurídicos - Libros y Revistas - VLEX 478180242

Representar el sufrimiento de las víctimas en conflictos violentos: alcances, obstáculos y perspectivas

AutorCamila de Gamboa Tapias/Wilson Herrera Romero
CargoAbogada de la Universidad del Rosario, con maestría y doctorado en Filosofía de la Binghamton University/Economista y filósofo de la Universidad del Rosario; doctor en Filosofía de la Binghamton University
Páginas215-254

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Introducción

En Colombia, con ocasión de las negociaciones de paz entre el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y las Autodefensas Unidas de Colombia, además de crearse una compleja normativa con herramientas propias de la justicia transicional, a fin de responder a un pasado de vejaciones causado por el conflicto armado interno, se han empezado a incorporar en el lenguaje político y jurídico conceptos propios de la justicia transicional, en especial el de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición. En Colombia, el universo de ciudadanos víctimas de la violencia es muy amplio, y los diversos grupos afectados directamente por los crímenes cometidos por las autodefensas, paramilitares, guerrillas y agentes de Estado, en algunos casos con participación directa de miembros de la sociedad civil, tienen distintas y legítimas expectativas de la manera como los colombianos reconoceremos su inmerecido sufrimiento y de cómo les haremos justicia.

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Se entiende que, precisamente, uno de los propósitos para los que se im-plementan estas herramientas de la justicia transicional es que las víctimas de la violencia logren una ciudadanía plena e incluyente. Por esto, es crucial analizar la forma como nuestra sociedad, después de introducir estas herramientas, representa el daño sufrido por los ciudadanos que han sido víctimas de la violencia política; en otras palabras, de si la manera como lo hacemos realmente reconoce cabalmente las dimensiones de su sufrimiento.

A este respecto, es pertinente considerar que, después del Holocausto judío, la forma como se representa y recuerda el pasado tiene para las sociedades contemporáneas un significado muy especial. Recordar se convierte en un derecho a hacer justicia. Como señala Manuel Reyes Mate, en la introducción de su libro, Medianoche en la historia, recordar es reconocer que las injusticias causadas a las víctimas del pasado todavía nos interpelan en el presente.1

Lo que en últimas trata de señalar esta tesis es que el recuerdo de las víctimas -bajo ciertas condiciones que luego discutiremos- es un acto de justicia, pues el hecho de que una persona o comunidad no reconozca el sufrimiento injustificado que ha padecido un ser humano es una manera de desconocer la humanidad del otro y, por lo tanto, de violar su dignidad, esto es, su derecho a no padecer un daño moralmente arbitrario.

Como respuesta a las masivas violaciones de derechos humanos que desafortunadamente se han ido multiplicando desde finales del siglo XX hasta ahora en el mundo, hoy presenciamos una eclosión de estudios sobre la forma como se deben representar y recordar estos daños desde muy diversas orillas teóricas y disciplinares. Así, en los discursos de los defensores de derechos humanos, de familiares de desaparecidos y secuestrados, de herederos de las víctimas de genocidios, de desplazados y, en general, de todos los que directa o indirectamente han sido afectados por la violencia política, se reivindica el derecho a recordar como un acto necesario de justicia.

No obstante, como agudamente nos hace caer en la cuenta Tzvetan Todorov, en su libro La memoria del mal, la tentación del bien (Hope and me-mory. Lessons from the Twentieth Century), defender el pasado no constituye un monopolio del discurso de las víctimas, pues aquellos que están en el poder, y que en muchos casos representan regímenes represivos, también reclaman un oscuro pasado para justificar sus acciones o para promover políticas de

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olvido.2 De allí que el acto de representar y recordar no sea neutral, y no cualquier tipo de apelación al pasado sirva para hacer justicia a las víctimas.

A lo largo de este texto, analizaremos la relación que en principio debe existir entre el logro de una ciudadanía democrática plena después de una transición y la forma como se representa el sufrimiento de los grupos que han padecido violaciones graves de derechos humanos. Los eventos violentos que han sufrido diversos grupos humanos son representados en las sociedades a través de diversos medios oficiales y no oficiales, tales como las investigaciones que en las ciencias hacen historiadores, politólogos, filósofos, sociólogos y antropólogos; las representaciones que de los eventos violentos elaboran los medios de comunicación y otros medios, como el arte, a través del teatro, las artes visuales, el cine y la literatura; así como los producidos vía procesos judiciales y comisiones históricas y de la verdad. Todas estas maneras de representar el pasado nos hablan no solo de esos eventos violentos, sino de las causas que los produjeron, de los actores que participaron y de sus responsabilidades. No todas estas narraciones acerca del pasado dan cuenta o hacen justicia a los grupos humanos que han padecido la violencia. Como lo afirma Walter Benjamin, en Las tesis sobre el concepto de historia, las narraciones sobre el pasado por lo general son contadas por los vencedores y no por los vencidos, y, por ello, la imagen que tenemos del pasado en el presente se caracteriza por la ausencia de sus voces, por sus ausencias (tesis VI y VII).3

Como lo expresa bellamente Shoshana Felman, para Benjamin los vencidos han sido privados por la historia de su expresión en dos sentidos: por un lado, han sido históricamente reducidos al silencio, y, por otro, la historia les ha borrado su rostro humano.4 En este orden de ideas, Benjamin señala que la llamada historia oficial, además de silenciar la violencia que han padecido las víctimas, es una barrera que nos impide reconocer que "los bienes culturales... deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos".5

Esta idea de Benjamin puede ser vista como un argumento que justifica el deber que tenemos los ciudadanos de recordar el sufrimiento de las clases oprimidas, las que gracias a sus esfuerzos han hecho posible el presente que

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vivimos.6 Si bien Benjamin está hablando sobre las tareas del materialismo histórico, es evidente que su tesis también se refiere a la memoria colectiva de una sociedad, esto es, a los recuerdos compartidos por la mayoría de los miembros de una comunidad política.7

Por lo anterior, es necesario que nosotros, cuando interpretemos el pasado, seamos capaces de reconocer los vacíos y ausencias que ha dejado la historia, a fin de que podamos garantizar que esas voces sean escuchadas y que su dignidad como seres humanos sea reconocida plenamente. Esto naturalmente es muy difícil cuando las sociedades se caracterizan por contar con regímenes políticos que históricamente han excluido muchos grupos sociales de una ciudadanía política plena, lo que a la postre ha contribuido a que exista una sociedad jerárquica y estamentaria, en la que no todos los ciudadanos son considerados iguales, y en la que se tiene la creencia de que algunos grupos humanos en la sociedad merecen moral y políticamente más que otros, y, en algunos casos, se excusa o justifica el uso de la violencia contra algunos de ellos.

Ahora bien, no cualquier forma de representar las víctimas es adecuada para producir en la comunidad política acciones y actitudes que rechacen estas conductas, que reconozcan los daños causados y que, a su vez, transformen el tipo de relaciones en el ámbito público y privado que permitieron bien la pasividad ante el sufrimiento, la complicidad, o bien la participación directa en las graves violaciones de derechos humanos.

El propósito de este artículo es analizar qué formas de representación son adecuadas para dar cuenta de las injusticias cometidas en contra de las víctimas e, igualmente, estudiar algunas maneras que son inadecuadas, puesto que con ellas no se hace justicia a los sufrimientos que dichos grupos de víctimas han padecido por cuenta de la violencia política.

La tesis central que defenderemos en este texto es la de que las narraciones y representaciones que se hagan de las víctimas podrán contribuir en la

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construcción de una sociedad democrática e incluyente en la medida en que dichas representaciones sean capaces de generar en la ciudadanía una indignación y compasión informada. A fin de lograr este propósito, procederemos de la siguiente manera. Analizaremos, en primer término, la importancia que una política de la memoria debe tener en una transición democrática, con la meta de reconocer el pasado de injusticia padecido por las víctimas. Luego, trataremos de mostrar que la idea de una indignación y compasión informada permite lidiar con dos de los problemas más serios a los que se enfrenta una política de la memoria que privilegie a las víctimas: el primero hace referencia a los efectos negativos que puede tener cierta distorsión que es usual encontrar en los relatos de las víctimas, distorsión que está ligada a una especie de sacralidad que se presenta cuando las personas reconocidas por los ciudadanos como víctimas cuentan su versión de lo ocurrido; el segundo tiene que ver con el riesgo de banalización por parte de la audiencia acerca de los relatos de las víctimas. Antes de estudiar estos problemas, utilizando los análisis que ha hecho Peter Strawson sobre los sentimientos morales, explicaremos brevemente lo que entenderemos en este texto como indignación. Una vez hecho esto, pasaremos a revisar el primero de estos problemas, y, en especial, discutiremos lo que significa el testimonio de una víctima desde un punto de vista moral, usando el concepto desarrollado por Avishai Margalit de testigo moral. Después, explicaremos algunas formas de banalización hacia las víctimas que se presentan en situaciones de violencia política, y que tienen el...

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